Siempre igual. Tú vas por la calle tan pichi, un poco distraída, pensando en tus cosas y de pronto escuchas un conocido sonido gutural a lo lejos (o no tan lejos). Durante unos segundos se te eriza el vello de la espalda, tu cerebro se pone en alerta y tu cuerpo se estremece. No quieres mirar, sabes perfectamente lo que está pasando: otro amable (¡NO, nunca!) señor haciendo suya la vía pública, marcando su territorio, manchando el suelo urbano (tan suyo como tuyo), escupiendo con alegría sus secreciones salivales. Y encima casi tienes que dar las gracias si el gargajo en cuestión no va lanzado con efecto. ¿Por qué, zeñó, por qué? ¡Qué puto asco, joder!

Muchas veces he querido ser buena persona y pensar que es una necesidad física y tal. Pero, más allá del puto asco, hago recuento y llego a la conclusión de que es muy raro ver a señoras practicando el mismo hábito. Y a la que he visto lo ha hecho con ese pudor del apuro y esa discreción tan de saber que estás haciendo algo feo y desagradable. Medio escondidas, avergonzadas, haciendo ruiditos infernales pero con su pañuelico. O sea, que el tema de la necesidad fisiológica podemos descartarlo, porque hay una cosa que se llama civismo y buena educación más allá de la cantidad de esputos que produzca tu organismo.

Lady Leño es la única que puede hacer lo que quiera... Cosas de la molonidad.
Lady Leño es la única que puede hacer lo que quiera… Cosas de la molonidad.

También he pensado que es un fenómeno propio de los señores mayores, pero he tenido que revisarme la gerontofobia para darme cuenta de que es algo que no entiende de edad. Solo hay que ver un partido de fútbol para darse cuenta de las filigranas que hacen los jugadores con sus mucosas en el terreno de juego. Ahí, bien de enjundia. Entiendo que cuando haces deporte expectoras pero ¿nadie ha enseñado a estos chicos a tragar saliva o a sonarse los mocos?

Entonces, ¿qué es lo que yo sospecho que les pasa a los señores? Pues lo de siempre, que se creen en el derecho de utilizar el espacio público como les salga del miembro y, como ocurre con el archidenunciado manspreading, además de ser una muestra de incivismo brutal (pero sin el argumento de los huevos), responde a una manera de ver el mundo claramente machista y patriarcal. «La calle es mía», que diría Don Manuel si le preguntaran. Debe ser algún tipo de demostración de hombría que se escapa a nuestras entendederas y que vamos a bautizar como manspitting hasta que alguien sea capaz de darnos una respuesta lógica y contundente. Y es que, una vez más nos llamarán exageradas, pero estamos hasta el coño de tener que sortear escupitajos masculinos por las calles.

Aquí Lenny dando unas clases de masculinidad...
Aquí Lenny dando unas clases de masculinidad…

Habrá quien me diga que escupir es algo natural y, a veces, necesario. Es verdad, yo misma me he visto en la obligación de escupir en alguna ocasión (un recuerdo terrorífico, por cierto). Pero el problema está en que esa acción se haya convertido en un hábito que se pasa por el forro de (en este caso) los cojones las normas de convivencia y que encima tiene un claro sesgo de género. Pareciera que los señores siguen mascando tabaco como en el salvaje Oeste.

Los escupitajos me violentan a mi y a muchas otras personas (lo sé porque he ido preguntando a mi entorno). En mi caso viene de lejos, ya cuando era pequeña tensaba mucho con los concursos de «a ver quien es el que escupe más lejos», siempre me han dado asco nivel uñas largas. Pero claro, con 10 años no veía la importancia de la construcción social masculina y femenina (con todo lo que ello supone de exclusión de otras realidades además). Ahora que no puedo dejar de fijarme en estas cosas lo veo clarinete: los esputos urbanos también son privilegios masculinos. 

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Así que desde aquí lo único que quiero pedirle al universo, sobre todo a los chicos, es: no escupáis y mucho menos os recreéis en la casi gárgara. Da mucho asco, nos violenta y no es necesario. Solo mola en el sexo, siempre y cuando sea pactado y tal. Gracias.