Yo soy una persona desordenada por naturaleza. Mi casa, por alguna extraña razón, tiende al caos más absoluto. A mi alrededor, las cosas implosionan y se expanden. Ahora mismo, en el suelo de mi habitación conviven felizmente unas zapatillas, una maleta de mano, una bolsa con más bolsas dentro y un cactus. Dentro de mi armario la ropa se coloca de forma aleatoria, así que nunca encuentro nada, ni tengo sitio, ni nada. Yo soy una fiel seguidora de los tips para desordenar la casa en quince minutos. Por eso, hace un año me pareció una idea estupenda leerme el libro La magia del orden. Y mira, magia no sé, pero yo le he declarado la guerra a Marie Kondo.

Lo primero que dice esta señora es que si ordenas por ubicaciones (habitación, sala de estar…) no vas a acabar nunca, así que tienes que hacerlo por categorías. Es decir: Ordenar primero la ropa, luego los libros, etc. Y ahí ya supe yo que esta señora y yo no nos íbamos a llevar bien. Porque yo no sé vosotras, pero yo los libros los tengo distribuidos por la casa entera. Y los zapatos ya es que no quiero ni pensarlo, porque tengo tantos que hasta he tenido que hacerles hueco en mi despacho. Pero, en fin, hice de tripas corazón y empecé por lo que me parecía más fácil. La ropa. Así que seguí leyendo. Lo siguiente que ocurrió fue que…

Marie Kondo quiere que me pregunte si un objeto me hace feliz.

Y, si la respuesta es no, tengo que darle al objeto en cuestión las gracias por la función que ha cumplido en mi vida, antes de desecharlo. Ok. Vale. Yo, muy dispuesta, saco toda la ropa del armario de mi habitación, la deposito encima de la cama hecha una montaña y agarro lo primero que encuentro. Una camiseta con dinosaurios. Y mantengo un diálogo conmigo misma.

«A ver, ¿esta camiseta me ha hecho feliz? Joder, yo qué sé. Me la he puesto mucho, pero feliz, feliz… me hace un donut con chocolate del lidl, no una camiseta. ¿Y ahora qué hago? ¿La tiro? Venga, pues la tiro».

Y, llega el momento despedida:

-Eh… Bueno, camiseta con dinosaurios, muchas gracias por ser… eh… bonita.

 

Mira, Marie, llevo años acumulando mierda y no vas a venir tú a quitármela.

Como me sentía un poco idiota despidiéndome de ropa que, en su mayoría, había comprado porque era barata y bonita, decidí prescindir de esa parte del ritual y quedarme con los consejos para ordenar. Yo a Marie Kondo me la imagino en su casa como a Monica Geller, porque recomienda subdividir las categorías. Por ejemplo, para la categoría «ropa», tenemos:

  • Calcetines.
  • Bragas.
  • Camisetas.
  • Pantalones.

Y ASÍ HASTA EL PUTO INFINITO. Porque, de verdad, añadidle a eso las medias, los sujetadores, los vestidos, las faldas, los monos, los… Yo me cansé cuando llegué a los shorts. Y luego, pues hay que doblar la ropa así:

Una hora doblando ropa, y no había llegado ni a la mitad. Agotada me quedé, os lo juro. Venga a doblar cosas en paquetitos monísimos y a meterla en cajones y para cuando volvía a mirar se me había desecho. A las dos horas mandé el método a la mierda y lo volví a meter todo en el armario tal cual estaba antes de empezar con mi magia del orden. Así que pensé que con los libros sería más fácil. Pero, ay, amigas. Ahí estaba mi archienemiga para decirme que tenía que coger CADA UNO DE MIS LIBROS,  a ver si me daban placer. Y si no, adiós, muchas gracias por haber habitado en mi estantería. Y por ahí sí que no paso. A mi coleccionista interior le temblaron hasta las patillas al pensar en deshacerme de joyas de la literatura como Con tacones y a lo loco. Ah, y ojito con las cajas que usáis, que esta señora dice que redondas no valen, porque debe estar en contra de cualquier cosa que a mí me haga feliz.

Así que, nada, de lo único que pude desprenderme sin reordimientos, fue de mi ejemplar de «La magia del orden». Y hasta le di las gracias por abrirme los ojos y hacerme entender que, si una es feliz con su desorden, quién es Marie Kondo para cambiarnos.