Marcos y yo llevábamos unos dos años juntos. Nuestra relación se podría decir que no era muy sana: discutíamos casi a diario, él se ponía celoso por todo y yo no es que fuera la novia menos controladora del mundo… le vigilaba el móvil, con quien salía, con quien hablaba y quería saber qué hacía en cada momento.

Con estos antecedentes, ya os podéis imaginar que nuestro viajecito a Lisboa no fue todo lo idílico que esperábamos. Lo que prometía ser un viaje de lo más romántico, se transformó en una inesperada pesadilla.

Llegamos a la capital portuguesa el día 26 de diciembre, la idea era pasar unos días visitando el país vecino y disfrutar juntos de las vacaciones de navidad. Ya en el hotel tuvimos la primera pelea porque la habitación no era de su agrado, y como fui yo quien eligió el alojamiento pues ya comenzó a echarme cosas en cara.

Para el segundo día, teníamos planeado visitar Sintra, una ciudad muy cerca de Lisboa rodeada de naturaleza y palacios impresionantes. Cogimos un tren hasta Sintra, y ya en el tren tuvimos una discusión porque vio que había estado hablando con un amigo por WhatsApp y no le hizo mucha gracia. Las malas palabras y la tensión fueron en aumento, el viaje en tren fue de lo más incómodo.

Al llegar a Sintra, debíamos coger un bus que nos dejaría en el Palacio da Pena, punto donde teníamos previsto comenzar la visita a la ciudad. En el autobús, seguimos discutiendo. Yo notaba las miradas del resto de viajeros y comencé a sentir mucha vergüenza, para poner fin a aquella situación, me adentré en el vehículo y conseguí sentarme en una plaza libre casi al final del bus, alejándome así unos metros de Marcos y dejándolo con la palabra en la boda. Cosa que no debió de sentarle muy bien, porque en un arranque de impulsividad, decidió bajarse del autobús en la siguiente parada, mucho antes de lo que habíamos acordado.

Yo no fui consciente de su gesto hasta que una chica, que seguramente nos había visto discutir, me dijo en perfecto castellano:

“Tu novio acaba de bajarse del bus”.

Giré la cabeza, miré a través de la ventanilla y allí estaba, fuera, en la calle. Me levanté de golpe y corrí hacia la puerta, pero se cerró en mis narices y no pude salir. Pensé en gritar al conductor para que me abriera la puerta y poder salir detrás de él, pero, en milésimas de segundo, decidí que era mejor volver a mi asiento. Me senté de nuevo y empecé a analizar lo que acababa de pasar.

Vale, estaba sola en un bus repleto de desconocidos, en un país extranjero, sin hablar el idioma local de manera fluida, y sin saber muy bien dónde tenía que bajarme ni adónde ir.

El viaje continuó, y cada parada sentía como un paso más hacia lo desconocido. Pensé en bajarme en la siguiente parada, pero luego decidí que lo mejor era continuar el viaje hasta el Palacio da Pena que era el final de trayecto, y luego allí ya decidiría qué hacer.

La ansiedad se apoderó de mí mientras las emociones se mezclaban en mi interior: la tristeza por la pelea, el miedo por la situación en la que me encontrabas y la incertidumbre sobre qué pasaría con mi relación de pareja después de esto.

Finalmente, el autobús llegó a su destino, el Palacio da Pena. Me bajé y decidí visitar el palacio yo sola. No llamé a Marcos, no le escribí ni un WhatsApp, el orgullo no me permitió hacerlo. Si había decidido bajarse del bus y abandonarme allí sola, demostraba que le importaba muy poco lo que me pasara. Y yo tampoco iba a ir detrás de él a pedirle perdón cuando no había hecho nada malo. Pasé el día sola en Sintra, visité en Palacio da Pena y la Quinta de la Regaleira, y por allí ni rastro de Marcos.

Foto de Pexels

A media tarde volví a Lisboa y cuando llegué a nuestro hotel, allí estaba, tumbado en la cama de la habitación, aún más enfadado que la última vez que lo vi. Resulta que cuando se bajó del bus, se volvió andando a la estación de tren, regresó a Lisboa y se vino al hotel, pensando que yo aparecería unos minutos después. Cuando empezaron a pasar las horas y a ver que yo no aparecía, no os penséis que se preocupó por si me había pasado algo, no, según avanzaba el día, su enfado iba en aumento porque seguro que yo me había quedado por ahí pasándolo bien en vez de buscarlo a él.

Volvimos a España al día siguiente, dos días antes de lo previsto. Y, obviamente, aquel hecho acabó con nuestra relación. Por supuesto, la tragedia de aquel día quedó grabada en mi memoria, pero también marcó el inicio de una nueva etapa, una en la que mi fortaleza y resiliencia me llevarían a superar las adversidades y a descubrir la verdadera magnitud de mi valentía.

Fui capaz de pasear sola por una ciudad que desconocía, en un país que no era el mío y comunicarme en un idioma que no controlaba. Y, sobre todo, aquello me sirvió para salir de una relación de pareja que no me estaba aportando nada bueno.

 

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