Bueno chicas, os voy a contar la historia de como un polvazo me hizo perder mi lugar favorito de tatuajes para siempre. Sería una versión de lo de “donde tengas la olla, no metas la p*lla” pero algo así como “Si algún sitio te interesa, no se la pongas a nadie tiesa”.
Conocí a mi tatuador la quinta vez que me fui a tatuar a su estudio. Me llamó la atención des del principio, un chico grande, palidillo, con todos los tatuajes que le resaltaban mucho en su piel, brazos grandes y fuertes de tatuador y unos ojos penetrantes de tío rudo, que lo mismo que te tatúa te empotra.
Hasta ese momento solo había hablado con él por Whatsapp, del estudio me derivaron a él y así nos intercambiamos fotos del diseño, como quería el tatuaje etc. Fijamos la cita y ahí estábamos los dos, con tres horas por delante de sufrimiento.
Como era un tatuaje “largo”, me dejó para última hora y solo quedaba él en el estudio. Mi tatuaje era en las costillas, cogiendo parte del pecho, así que por ser una zona delicada y como no quedaba nadie más, me preguntó si me importaba que bajase la persiana del estudio, y así podía estar más tranquila de que no iba a entrar nadie, le dije que sin problema.
Cerró todo, puso música de rap americano y me pidió que me quitase la camiseta. Me fue a poner el diseño para calcarlo y me dijo que necesitaba que me quitase el sujetador, que podía hacerlo solo un momento cuando él necesitase pasar por esa zona, o que podía quitármelo todo el rato para estar más cómoda, que a él le daba igual.
Yo en este momento ya tenía calor, no os voy a engañar, le dije que me lo quitaría todo si a él no le importaba y seguimos con el calco. Luego me tumbé en la camilla y me hizo las típicas preguntas: “Te has hecho mas tatuajes?” “sabes que en esta zona duele más?” “aguantas bien el dolor?”. Yo sin quererlo le fui entrando en materia, le dije que no se preocupase, que aguantaba muy bien las sensaciones duras y que tirase millas.
Al principio él se mostró bastante impasible, pero luego empezó a seguirme el juego entre risitas y empezamos a hablar de temas más picantes. Me preguntó si tenía novio, cómo me gustaban los chicos y sitios raros dónde lo hubiera hecho. Ahí aproveché y le dije que la cabina de tatuar aún no la había tachado de la lista. Me reí, pero él pareció molestarse y se quedó callado. Le pedí perdón, por si me había pasado, y me explicó que ese era un tema delicado.
Me dijo que en su mundillo está muy mal visto que los tatuadores se acuesten o incluso salgan con las clientas, que da muy mala fama y que como luego alguna haga un mal comentario al respecto, se les puede joder la carrera porqué puede parecer que ellos se querían aprovechar, además él llevaba muy poco en el estudio y no quería meterse en líos.
Le dije que lo entendía, que no se preocupase, que se me estaba yendo la olla entre el calor del estudio, el dolor del tatuaje y lo bueno que estaba él, que me había propasado y que lo sentía, que me había parecido que él me estaba tirando ficha y entonces me había venido arriba. Pero que ya estaba, que no le iba a incordiar más.
Así que pasamos más o menos una hora hablando, al principio normal y luego volvimos a la conversación picante. Parecía que me estaba provocando, pero decidí no decir nada que pudiera molestarle.
Cuando acabó de tatuar, había una tensión sexual que se podía cortar con un cuchillo, me vestí, fui con él a la caja y le pagué el tatuaje.
Nos quedamos mirándonos durante tres segundos eternos y se lanzó a por mí.
Me cogió y me llevó al sofá de la salita de espera que tiene el estudio nada más entrar, tuvo mucho cuidado con no hacerme daño en el tatuaje y con el film que me acababa de poner, pero no dejó de besarme en ningún momento y MADRE MÍA.
A día de hoy ha sido el mejor polvo que he tenido, por fortuito, por conexión, por compatibilidad, no sé. Como estuvimos tanto rato reprimidos, luego nos cogimos con muchas ganas y fue una pasada. Quedamos en escribirnos y me fui a mi casa flotando.
Al día siguiente me desperté sobre las 12 y muy descansada, me había tomado medicación para el dolor del tatuaje y me sentó genial, cogí el teléfono y tenía un mensaje larguísimo suyo.
En resumen, me decía que había tenido problemas en el estudio porque al ver que había cerrado la persiana a una hora rara, el jefe revisó LAS CÁMARAS para ver si había pasado algo, y que había visto todo lo que había pasado.
Me quería morir de la vergüenza, empecé a sudar y me notaba calientes las orejas. De verdad, que mal rato y que vergüenza. Le pregunté si tomarían represalias y me dijo que no, que el jefe le había cantado la caña, pero que luego el responsable que estaba por encima del jefe, se había reído y le dijo que simplemente tuviera cuidado por el tema que me comentó de la fama y tal. Que bastante tendría ya con la vergüenza como para no volverlo a hacer.
Me quitó un peso de encima pero aun así no me he vuelto a atrever ni a pasar por delante del escaparate. Me da un miedo y una vergüenza terrible que me reconozcan después de verme f*llando por la cámara.
Se lo conté a dos amigas mías y lloraron de la risa, me hacen bromas cada vez que sacan el teléfono par grabar algo. A mi ahora ya me hace gracia, pero de verdad que lo pasé muy mal cuando nos pillaron y me niego a aparecer por allí de nuevo.
Con el tatuador quedé una vez más para cenar y, fuera de todo aquel ambiente, la chispa no fue la misma. Nos conocimos más y tal, pero no hubo el mismo feeling, aun así, nos reímos mucho y de vez en cuando vamos quedando para tomar algo.
Solo os puedo recomendar que, si vais a hacer algo así, estéis pendientes de los alrededores, “que el calentón, no te ciegue la razón”.
anónimo
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