ME ARREPIENTO DE HABER ESTUDIADO MEDICINA

Decidí que estudiaría medicina con quince años, cuando falleció uno de mis tíos por causa de un cáncer, y cuando mi novio de aquel entonces no pudo dedicarse al deporte que le gustaba por culpa de una enfermedad del corazón. Lo decidí dejándome llevar por la romántica idea de salvar a la gente de sus desgracias, de arreglar vidas. Claro, es medicina, nadie te iba a decir que no lo hicieras. Una carrera con salidas, en la que vas a tener trabajo seguro y que además tiene un prestigio envidiable.

Porque, qué bien suena decir “soy médico”.

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Si les hubiera dicho a mis padres que quería ser cantante y convertirme en la Hannah Montana de mi ciudad, otro gallo cantaría. En realidad, a mí, lo que siempre me ha apasionado, es la música, pero nunca le había dedicado el tiempo y esfuerzo suficiente como para poder dedicarme a ello, y siempre tuve la idea en la cabeza de que solo podía ser un hobby, y no un trabajo. 

Cuando empecé la carrera, no me imaginaba que fuese a ser tan dura.

Os juro que no había estudiado tanto en mi vida como para mis primeros exámenes de la universidad, y eso que yo era alumna de sacar todo sobresaliente, como la mayoría de los que estábamos allí. Y todo para sacar unas notas mediocres, lo cual no supondría ningún problema si durante toda mi vida, mi autoestima no se hubiera basado en ser una estudiante brillante.

Ahora ya no destacaba entre los demás, ya no iban a venir los profesores a darme una palmadita en la espalda diciéndote lo brillante que eres. Eres un número más, y un número mediocre. Daba las gracias por sacar un cinco, aunque le hubiese dedicado a ese examen el triple de horas que a aquella asignatura de selectividad en la que saqué un diez. Por no hablar de que me pasaba todo el día estudiando todo lo que puede ir mal en un cuerpo humano, y al final me acababa emparanoiando por si podía tener alguna enfermedad. 

Pero yo creo que lo peor de todo es que a pesar de todas estas exigencias y todo el machaque mental, es que, aun encima, te tiene que apasionar. Cuántas veces me habrán dicho que para ser médico hay que tener vocación. Los profesores no paran de repetirte que es la mejor profesión del mundo, que tenemos mucha suerte de poder estudiar esta carrera… Y a ti te nace un sentimiento de culpa a medida que pasa el tiempo y ves que no te gusta tanto como pensabas, que ya te remata.

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Con el tiempo, la madurez que me dieron los años y muchas horas de trabajo psicológico, he aprendido a aceptar mi realidad: me arrepiento de haber elegido medicina.

Si volviera hacia atrás, no la elegiría de nuevo, pero ahora ya está. Es muy fácil decir que hay que luchar por nuestros sueños, que no hay que tener miedo al cambio. Pero también hay que comer y pagar unas facturas. Y como sobrevive el que mejor se adapta, yo me he amoldado a mi situación. Al final, ninguna carrera es perfecta, ningún trabajo es perfecto, y yo soy de las que piensa que, cualquier cosa que suponga una obligación, ya no nos va a gustar del todo.

Cuando divago sobre si debería haber estudiado otra cosa, como música o literatura, imagino que también tendría muchos momentos de presión y apatía. Tendría que levantarme cada mañana dispuesta a componer o escribir, aunque no me apeteciera un pimiento. 

Así que he decidido tomármelo como un trabajo más, bastante duro, pero con momentos muy buenos también, que al final mi vida laboral no será lo que me dé o me quite la felicidad, sino el tener una calidad de vida, rodearme de gente buena y dedicar un poquito de tiempo a hacer cosas que me llenen. Además, todavía estoy a tiempo de que la medicina me dé momentos bonitos y me haga cambiar de opinión.

 

LOVELY RITA