Me besaba con babas de perro

Antes de nada, me gustaría aclarar que me encantan los animales ―y en concreto los perros― por lo que no suelo cuestionar las muestras de afecto que las personas de mi alrededor tienen hacia sus animales de compañía. Entiendo que son un miembro más de la familia, porque yo también he tenido animales en casa y los he querido muchísimo, así que se les dé el mismo trato que a una persona, no solo no me resulta raro, sino que me parece lo normal. Pero claro, por mucho que queramos a nuestros seres queridos, no vamos dándonos lametazos en la boca ni dejamos que nos chorreen sus babas en la cara, ¿verdad? Pues ahí está el quid de la cuestión. 

Durante un tiempo tuve un ligue (no llegó muy lejos la cosa) que, al igual que yo, adoraba a los animales, de hecho, lo conocí porque me estuve informando para hacer un voluntariado en una protectora y una amiga que colaboraba allí me presentó a sus compañeros y él era uno de ellos. Eso de que se preocupase tanto por los perros hasta el punto de meterse en una protectora me dio muy buen rollo y, durante las primeras semanas, nos lo pasamos muy bien juntos. De hecho, a la primera cita se trajo a su perrita Arya (sí, como la de Juego de Tronos) y me encariñé enseguida con ella. 

Lo cierto es que el nombre le iba como anillo a la pata porque era más bien pequeña, pero bravucona. De hecho, aunque yo le caía bien, se ponía muy celosa cuando quedábamos, especialmente si yo iba a su casa, y lo que empezó como un detalle anecdótico acabó preocupándome. Más que nada porque él, en su afán por tranquilizar a la perra, le consentía muchísimo, llegando a permitir que se le subiera encima y le besara y baboseara toda la cara hasta que ella diera por finalizada su labor de marcaje. Aun así, como sabía lo mucho que le importaba Arya y lo territorial que se ponía ― en su día la abandonaron― no me habría importado mucho de no ser porque NO SE LIMPIABA LAS BABAS. 

Es decir, la perra se le subía hasta el cuello, le lamía de barbilla a frente durante cinco minutos, y luego se quedaba tan pancho. Yo me quedé a cuadros porque, a ver, esa perra se ha lamido el chocho con esa lengua, ¿pensaba besarme después de aquello? La respuesta es . Y cuando le hice la cobra al más puro estilo Chenoa me soltó algo como: 

Oye, ¿qué pasa contigo?

― No me pasa nada, pero a ver… te chorrean las babas de Arya por la barba … ¿y si te lavas primero?

El tío se quedó ojiplático y de mala manera me dijo: 

― ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Te da asco?

― Hombre, pues un poco, la verdad. A mí no se me ocurriría.

― Mi perra está limpia.

― Yo no he dicho lo contrario. No es que tu perra esté sucia, es que la higiene de un perro no es la de un humano y no me parece normal que me plantes sus babas encima.

Aquí ya me estaba molestando que le pareciera tan mal cuando yo, no solo adoraba a su perra, sino que le ayudaba con todo, la sacaba, recogía sus cacas… pero no quería tragarme sus babas, simplemente.

― Pues no te parecerá normal, pero ya te lo he hecho más veces. Yo le doy besos a mi perra y ella a mí constantemente, así que me parece una tontería que te enfades ahora cuando ya te lo he hecho.

Me dio una mezcla de asco y enfado aquel comentario que nos os podéis ni imaginar. Esa fue la última vez que quedamos, de hecho, se lo tomó tan mal que me bloqueó en WhatsApp. Por mí mejor, porque me estaba dando la sensación de entrometerme en una extraña relación de pareja pseudo-perruna.

Ele Mandarina