Desde que tengo memoria, la presencia de, digámosle Laura en mi vida fue una constante fuente de tormento. En el instituto, ella se convirtió en mi peor pesadilla, siempre encontraba formas crueles de meterse conmigo: riéndose de mí por mi peso, soltándome comentarios racistas, obligando al resto de la clase a dejar de juntarse conmigo o simplemente chocándose conmigo por los pasillos. Ella era guapísima, vestía a la moda dirigía a todo el grupo de chicas populares de mi instituto. También tenía un novio guapísimo, llamémosle Lucas. Lucas era el equivalente a Laura pero en chico, popular, guapo, a la moda. La única diferencia es que Lucas era amable, demasiado para pegar con Laura. En todo el tiempo que duró el instituto, Lucas jamás se metió conmigo. No puedo decir que me defendiera, pero nunca decía nada y, no solo eso, sino que abiertamente desaprobaba el comportamiento que Laura tenía hacia mí y hacía otras personas de clase. 

 

Cuando el instituto por fin acabó, no podía estar más feliz de mudarme para estudiar fuera, ya que, al vivir en un pueblo pequeño, todo el mundo de mi edad me conocía tanto a mí como a Laura, todos sabían el infierno por el que me había hecho pasar, así que estuve feliz de hacer borrón y cuenta nueva. Por lo que me informaron las pocas amigas que me quedaban en el pueblo, Lucas y Laura no se habían ido, se habían quedado allí a trabajar y a continuar con su vida. Más razón todavía para irme fuera. 

Años después, cuando me gradué en la universidad, me vi obligada a volver a mi pueblo porque tenía dificultades para encontrar trabajo de lo que había estudiado. Con los años fuera, había madurado bastante y volver al pueblo donde Laura seguía no me causaba problemas. Al poco de volver a casa de mis padres, encontré trabajo en una cafetería nueva en el pueblo. No llevaba mucho trabajando allí cuando una mañana la voz del cliente que me pidió un café se me hizo conocida. No podía creerme que delante de mí tuviera a Lucas, mirándome sonriente. Estaba muy diferente de cómo le había conocido en el instituto, más maduro y más corpulento, pero seguía siendo igual de sonriente. 

Con el tiempo, nuestras conversaciones se convirtieron en encuentros regulares, y descubrimos que teníamos mucho en común. Hablábamos de libros, música y nuestras aspiraciones para el futuro. Me di cuenta de que Lucas me gustaba, y mi corazón comenzó a abrirse a la posibilidad de un nuevo comienzo. Me explicó que se arrepentía de nunca haber intervenido las veces que Laura se metía con la gente, me pidió un perdón sincero por jamás haberme defendido. 

Un día, mientras estábamos juntos en la cafetería, me confesó que ya no estaba con Laura. Habían terminado poco después de la escuela secundaria, y desde entonces había estado tratando de encontrar su lugar en el mundo. Había viajado y abierto su mente y ahora, había vuelto al pueblo para preparase para trabajar de policía. Los meses pasaron, él estudiaba y yo trabajaba, nos veíamos cada fin de semana. Casi sin darnos cuenta, la amistad pasó a ser una conexión innegable entre ambos, así que, empezamos una relación. Jamás me hubiera podido imaginar que tendría algo con Lucas y, mucho menos, que, después de un par de años, nos acabaríamos casando. 

Después de casarnos, nos mudamos a una casa pequeña a las afueras del pueblo, un poco alejados de todo. Allí comenzamos a formar nuestra pequeña familia, donde ahora vivimos con nuestras dos niñas. De vez en cuando, me encuentro a Laura por el pueblo y la seguridad con la que la miro no tiene nada que ver con que me haya casado con el que fue su novio, sino con saber que yo conseguí ser feliz en la vida sin necesidad de hacerle bullying a nadie.

Anónimo

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