La vida es una sucesión de decisiones. Decides qué quieres ser, qué quieres estudiar, de qué quieres trabajar, dónde quieres vivir. Y luego es la propia vida quien se encarga de tomar la decisión final. En realidad, hay muy pocas cosas que salen como queremos y son aún menos las elecciones que solo dependen de nosotros mismos. Como todo el mundo, a lo largo de mi vida he hecho y haré unas cuantas, más o menos importantes. Pero creo que ninguna tendrá la trascendencia de la decisión que tomé hace más de veinte años. Fue entonces cuando ignoré a mi corazón e hice lo que me dictaba la razón. Y, como consecuencia, me casé con quien debía y no con quien quería.

Dos décadas después, sigo segura de haber elegido la mejor opción. Mi marido sigue siendo el hombre maravilloso que era. Me quiere y yo le quiero. Con los años he ido aprendiendo a quererle más y más. Y es que le quise desde el principio, solo que no del modo en que me hubiera gustado hacerlo. No podía quererle de esa manera porque yo ya estaba enamorada de otro cuando le conocí a él. Él lo sabía, pero no le importaba. Es un cabezota tenaz e incansable. Y menos mal, aunque por aquel entonces no me daba cuenta. Lo que le daba eran largas y migajas de cariño. Las sobras, lo que me quedaba para darle cuando me rendía y me apartaba del chico al que amaba de verdad. Porque ese otro chico no era para mí.

 

Me casé con quien debía y no con quien quería

 

Nos queríamos mucho, pero no nos queríamos bien. Aunque lo sabíamos, lo que sentíamos el uno por el otro era más fuerte. Por eso nos resistíamos a acabar con nuestra relación.

En uno de nuestros momentos más bajos, me pidió que me casara con él. Y, contra todo pronóstico, no fui capaz de decirle que sí, le pedí que me diera un tiempo. Llevaba años deseando dar un paso más. Soñaba despierta y en secreto con ese instante que al final no se pareció a lo que imaginaba. Porque, aunque me lo negara a mí misma, sabía que él lo había hecho por el motivo equivocado. Por miedo a perderme definitivamente. Quería casarse conmigo para tenerme toda para él. Para tenerme contenta y amarrada. No porque de pronto se hubiera dado cuenta de que no podía vivir sin mí, sino porque no soportaba verme con otro.

Aunque le quería con toda mi alma, le respondí que no. A pesar de que me moría por él, no podíamos casarnos. No iba a salir bien, no estaba bien. Podríamos tener unos años buenos, quizá. Pero mi parte más racional sabía que íbamos a acabar mal. Sobre todo, yo. Era por mí por quien más temía. Así que rompimos por última vez. Y el chico que me convenía estuvo ahí para recoger los pedacitos en los que me rompí yo. Fue paciente, esperó a que terminara de recomponerme y me pidió matrimonio cuando vio que ya estaba lista para responder afirmativamente.

 

Sé que tomé la decisión correcta, incluso en esos días en que la nostalgia me puede y ese amor que solo sentí por quien no lo merecía, vuelve a palpitar. Porque olvidar, nunca le he olvidado. Solo lo guardé en un cajón, lo enterré en lo más profundo y tiré la llave para evitar la tentación de volver a mirar dentro.

 

Anónimo

 

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Relato escrito por una colaboradora basando en la historia real de una lectora.

 

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