Decidimos darnos un tiempo… y el final fue de película

 

**Relato romántico**

 

Empecé a salir con Marc en el instituto. No había sido ni mucho menos un flechazo. Fue el típico tonteo entre grupos de amigos que acabó con un calentón y cuatro morreos en un parque. La cosa cuajó porque, más allá del impulso hormonal inicial, teníamos una afinidad brutal. Era la primera relación para ambos, todo era nuevo y nos enganchamos a ese subidón de dopamina al que algunos llaman amor… y otros llaman sexo. Porque eso es lo que pasa cuando descubres el placer del cuerpo, y lo haces en buena compañía. Se crea una unión indestructible.

Así que pasaron los años. Pasó el instituto, pasó la universidad y pasaron nuestros primeros y precarios contratos de trabajo. Pasó la mudanza, pasó la convivencia y pasaron los mejores años de mi vida. Porque de eso estoy convencida. Marc me hacía feliz. Era un tío generoso, sincero y detallista. Una buena persona que me conocía como nadie. Tras 15 años juntos, todavía era capaz de alegrarme un mal día con la chocolatina del envoltorio rojo. Mi favorita. 

Nos habíamos convertido en la típica pareja “de toda la vida”. De esas que, al cabo de un milenio, dan el gran paso o acaban rompiendo. Y algo así nos pasó. El día que salió el tema de casarnos, comprarnos un piso o formar una familia, abrimos la puerta a todas las dudas que nunca habíamos tenido. Entre nosotros había un cariño inmenso, apuntalado en una amistad sincera y una complicidad perfecta, pero ¿era suficiente? Ninguno de los dos habíamos conocido nada más, ni a nadie más. Y teníamos miedo de lanzarnos a la piscina sin tener claro si lo nuestro era una bonita y cómoda costumbre, o si volveríamos a elegirnos para siempre.

Al final, después de una conversación que jamás nos habíamos planteado tener, decidimos darnos un tiempo con el propósito de no idealizar lo que no teníamos e ir con todo si conseguíamos disipar las dudas. Como era lógico, existía el riesgo de que se cruzara una nueva ilusión y aquello supusiera el fin de nuestra historia. Habrá quien me echaría a los leones por poner en riesgo algo así; pero entendedme, mis amigas me contaban mil historias y yo me sentía como la abuela que solo ha conocido un varón. Me picaba la curiosidad. Y no solo la curiosidad.

Dos días después, terminé de recoger mis cosas para irme a casa de mi hermana. Él se quedaría en el piso temporalmente, hasta que tomáramos la decisión definitiva. La idea era dejar que las cosas fluyeran sin forzar. Acordamos no hablar ni contarnos nada, quizás por miedo, quizás por darnos libertad.

Y así fue como salí de mi zona segura y retomé el contacto con la realidad, que ahora no solo era física, sino también virtual. Ya me veía petándolo en Tinder y poniendo ojitos en el gimnasio. Subida al que podría ser mi último tren para no perderme nada. En cuestión de horas, tenía cuentas en varias aplicaciones con una foto de un paisaje, un nombre ficticio y una descripción, esta sí, real. Marta/31 años/Chocolate lover/Curiosa y friki no quería encontrarse con personas conocidas o, peor aún, con amigos de Marc. 

Empezaron los matches y 20 interacciones después, sentí que la ilusión de la novedad me reventaba en la cara. El ligoteo y yo habíamos evolucionado a ritmos diferentes, y me encontraba fuera de lugar. Tanto que estuve tentada de dejar todo aquello. No iba a encontrar a nadie ni parecido a Marc. Cuando estaba a un clic de cerrar las cuentas, el móvil volvió a sonar. Una foto de una playa, un saludo tímido y gracioso, y la intuición me animó a quedarme. Poco sabía mi intuición que aquel chico, el de la playa, acabaría siendo el que escribiría el final de esta historia. 

 

Continuará…