ME CASÉ UN SÁBADO Y MI MATRIMONIO SE ROMPIÓ EL MARTES SIGUIENTE

 

Tal como suena. A veces la realidad supera a la ficción.

Conocí a mi exmarido con 16 años. Quiero recordar que fue una historia de amor preciosa, pero ya no sé dónde guardarla porque él se ha encargado de emborronarlo todo.

Tuvimos un noviazgo de los de antes, quizás porque empezamos muy jóvenes. Él es un tío bastante guapo y zalamero, muy entrante, muy educado, muy sonriente. Conozco obviamente los puntos fuertes de mi ex porque fueron los mismos que me encandilaron a mí, aunque nunca jamás pensé que sería capaz de hacerme lo que me hizo.

Con los años nos fuimos a vivir juntos y tuvimos dos hijos, nuestra relación era la normal de un matrimonio joven. Yo trabajaba de mañana y él a turnos de mañana y de tarde, conciliábamos como podíamos, hacíamos planes los fines de semana y bueno, considero que éramos felices con nuestros niños y que la llama de la pasión siempre estuvo muy presente.

Ambos quisimos casarnos desde el principio, pero no lo habíamos hecho porque las circunstancias económicas en su día no se dieron y ya después me quedé embarazada del primer bebé y más tarde del segundo, de manera que la boda pasó a un tercer plano. 

Un buen día, en mi 32 cumpleaños y tras 16 años juntos, hincó rodilla y me hizo una pedida de matrimonio preciosa delante de toda mi familia y de nuestros niños. Me regaló un anillo precioso y fue un momento de felicidad absoluta porque los niños también estaban compinchados en la sorpresa y fue súper emocionante.

Cerramos fecha y nos pusimos manos a la obra, ya sabéis: Hacienda, catering, vestido de novia y de novio… las mil y una cosas que entraña una boda y que preparé con toda mi ilusión, ajena obviamente, al secreto de mi entonces pareja.

Llegó el día de la boda y aquello fue como un sueño, fue todo perfecto, un cuento de hadas. Me parecía mentira estar viviendo todo aquello, tantos amigos disfrutando de nosotros, tanta familia desde varios puntos de España. Él acariciándome la mejilla mientras bailábamos, diciéndome que era el día más feliz de su vida…. Son recuerdos que en aquel momento eran preciosos pero que ahora me duelen porque sé que todo era una mentira y que él en su mente tenía presente a otra persona.

Al día siguiente, domingo, cogimos un avión y nos fuimos de viaje de novios. Antes de eso pudimos hacer pocos viajes juntos porque los niños llegaron relativamente pronto y eran pequeños, con lo que imaginaros lo que era para mí irme una semana a Punta Cana con mi pareja tras tantos años de relación.

Llegamos, pasamos el jet lag, y empezamos a disfrutar del resort y de nosotros: Piñas coladas, comida rica, espectáculos, bailes, sexo del bueno… Morenos, felices, pletóricos. Al segundo día de llegar, tras pasar un día precioso de playa nos fuimos a la habitación a ducharnos porque habíamos reservado para cenar en el restaurante hindú del hotel.

Me tumbé en la cama, vi cómo mi recién estrenado marido se desnudaba para meterse en el baño y pensé en la suerte que tenía de tener un compañero de vida como él. Mientras él se duchaba, en su teléfono sonó una notificación. Yo jamás le había abierto el móvil, pero sabía su contraseña porque ambos las compartíamos sin ningún tipo de problema, de ahí que yo nunca hubiera sospechado nada de nada. En ese momento miré su teléfono porque pensé que era mi madre contándome cómo estaban los niños, para mí era impensable otra cosa. La sangre se me heló cuando vi que un tal “Samuel” le escribía: “Quédate con tu mujercita, no voy a seguir haciendo la tonta ni a esperarte. Que seas muy feliz”.

Obviamente mis ojos recorrieron todo lo largo de esa conversación y no se trataba de un chico llamado Samuel sino de una amante suya, una compañera del trabajo a la que se tiraba desde hacía dos años en los baños de la empresa, con la que tenía conversaciones de contenido sexual (incluyendo fotos), y a la que le decía que llevaba muchos años conmigo y que la boda era un trámite, pero que entre ellos no tenían por qué cambiar las cosas.  Que teníamos hijos y que era lo que tocaba, pero que a la que deseaba era a ella. Lo leí con mis propios ojos. Pensé en ese momento que me iba a desplomar de la impresión de leer eso y del dolor tan enorme que me supuso.

Podéis imaginaros el resto. Salió cantando de la ducha. Yo estaba petrificada, no me salían las palabras, no fui capaz de reaccionar, tan sólo le enseñé el móvil y llamé llorando a mi padre para que me consiguiera un avión de vuelta lo antes posible. Él intentó que lo perdonase, lloró y montó el numerito, pero yo sólo quería que me dejase en paz y no volver a verlo en mi vida. Volvimos de Punta Cana por separado y por mi parte, divorciados.

Así fue como me casé un sábado y me divorcié al martes siguiente. 

Al volver se fue a vivir con su amante, tanto que me pedía perdón y que me decía que estaba arrepentido.  A los meses ella lo dejó y lo tuve otra vez dando la lata para volver conmigo. Jamás. Impensable. Es imposible perdonar que te traicione de esa manera tan rastrera la persona en la que confiaste todo tu ser, todo tu peso, toda tu vida, con la que un día decidiste tener hijos. Alguien con quien has compartido tantos años de camino juntos.

A día de hoy tenemos el trato justo por los niños, pero sinceramente, lo aborrezco. Podría haber entendido que se enamorase de otra persona, pero por qué tanto daño, por qué casarse, por qué mentirme, por qué decirme una y otra vez que era el hombre más afortunado del mundo por tenerme. Por qué hacerme sentir que toda nuestra vida en común fue una mentira. 

De esto han pasado ya varios años y sigo sin entenderlo.