¿Existe una lista sobre las diferentes formas de dejar a tu pareja? 

Si no, propongo que hagamos una entre todas sobre las formas más rastreras de hacerlo.

 

Tengo una amiga a la que su novio la dejó en cuanto llegaron al hotel en Punta Cana. En un viaje que, encima había pagado ella. Y para colmo tuvo que quedarse toda la semana con él en la habitación porque no pudo cambiar los vuelos de vuelta ni echarle de allí.

Y a mi prima Ana su novio la dejó el mismo día de su examen de oposición. Tal cual. Le mandó una caja de esas de desayunos sorpresa con una nota “mucha suerte en el examen, te la mereces. Esto no funciona, quiero que lo dejemos”. Sin más, sin ni siquiera dar la cara. Hoy es el día en el que todavía no hemos vuelto a verle.

A mí, mi novio me dejó en mitad de un polvo. Y no era un novio de cuatro días, llevábamos saliendo ocho años, cuatro de ellos viviendo juntos.

La verdad es que, viéndolo desde la distancia, era una muerte anunciada.

Podría decirse que éramos amigos, pero creo que no llegábamos ni a compañeros de piso.

Con el tiempo he comprendido que aquello era más tóxico que otra cosa, y que él no me respetaba en absoluto. Pero en aquel momento, era mi mundo, y no podía imaginar la vida sin él.

Llevaba meses rehuyéndome en la cama, siempre cansado, nunca de humor para mí.

Pero cuando le preguntaba, nunca le pasaba nada, nunca tenía ningún problema, y todo estaba bien.

El día de marras, me decidí a reavivar la pasión. Me compré un conjunto de lencería monísimo, preparé la cena, las velas, el vino y toda la parafernalia. No compré postre porque esperaba serlo yo.

Llegó a casa, y lo recibí en la mesa del salón vestida, peinada y maquillada para la ocasión. Lo primero que hizo fue reírse. No una sonrisa maliciosa que pones cuando sabes lo que te espera no, una carcajada a mandíbula batiente.

Me dijo, “buen intento, pero esa ropa que le queda bien a una tía que esté buena, tu solo te ves ridícula. Anda y cámbiate”.

Como no quise darlo todo por perdido (tonta que es una, mi autoestima no estaba muy boyante en aquella época y en el fondo pensé que tenía razón), pasé por alto la ofensa y cenamos.

De ahí le llevé a la habitación a “comerse el postre”. Milagrosamente, no me rechazó. O igual es que estaba pensando en la manera más humillante de acabar conmigo.

Estábamos al lío conmigo encima y, entre embestidas, con la voz más sexy que supe poner, le susurré ¿qué quieres hacer ahora?

A cuatro patas, por la parte de atrás, o un poco de chupichupi habrían sido respuestas normales. Incluso podría haberme pedido hacer el pino puente.

Pero no, su respuesta fue “Quiero que lo dejemos”. Me lo tuvo que repetir un par de veces porque yo no reaccionaba. ¿Quieres que dejemos qué, el fornicio? “No, lo nuestro”.

Pero vamos a ver subnormal, ¿de verdad el mejor momento para soltar semejante bomba es cuando tienes la polla dentro de mi coño?

Y lo dejamos. Y me volví a casa de mis padres, y meses más tarde me fui a vivir a Londres, que había sido mi sueño desde niña.

Me costó, pero lo superé.

Intentamos (a petición suya), seguir siendo amigos, pero aquello tampoco duró. Con el tiempo, me ha demostrado que no vale ni para amigo.

¿Qué, creéis que si hacemos esa lista me he ganado el primer premio, o tenéis una mejor?

Andrea.