¿Quieres oír una historia? Pues presta atención, que ahí viene. Solo que no es una historia de ficción ni comedia, ¡qué mas quisiera yo! Es real como la vida misma, pero quizá te sorprenda.

Es la historia de una chica corriente, una que utiliza instastories como cualquier otra. Con más juicio y realidad que seguidores para lo que estamos acostumbrados, también te digo… Pues vaya novedad, estarás pensando; pero escucha hasta el final.

Resulta que hace unos días ella publica una historia en la que se queja de que el inesperado buen tiempo en el norte le había obligado a depilarse. Así, tal cual. Inofensivo y con pretensiones de ser graciosa, ya ves tú. Y empiezan a escribirle por privado (lo que conocemos como haters) intentando provocarla (típico de haters, atípico de ella) y lo que es peor, creyéndose moralmente muy superiores, más leídos y «escribidos» que ninguno, más papistas que el papa. Que quién te obliga a depilarte, que qué machista, que por qué te sientes forzada… A lo que ella, que siempre tuvo aplomo y la lengua más larga que la falda contestaba: «lo que me obliga no es alguien, sino mi propio concepto de la estética que evidentemente es subjetivo, personal y feminista».

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Wow… silencio al otro lado.

Y ella piensa, sorprendida: ¿En serio no se plantea nadie que la gente se puede depilar porque quiere? ¿No es más machista pensar en clave machista y estar siempre a la que salta que pensar que una (persona) hace las cosas porque le da la gana? ¿Por ella misma?

Ella se depila porque le gusta la sensación denterosa de la manta del sofá haciéndole cosquillas y no se depila si le da pereza o se le ha echado el tiempo encima de tanto estudiar. Y ambas están bien. Ella se depila para pasar la tarde sola, o mejor dicho, consigo misma, porque ella no cree que nadie tenga por qué acercarse (¡ni mirar siquiera!) el estado pelorril de sus piernas. Ella ha echado los mejores y más inesperados polvos de su vida cuando el vello corporal no era una prioridad. Y está bien. Ella se maquilla muchos días en los que no va a salir de casa porque trabaja a distancia: en pijama y con su mejor contouring. Y está bien.

Pero fundamentalmente, ella no necesita que la estén mirando para hacer o no hacer las cosas; ella no se siente juzgada por rostros digitales que ni siquiera la conocen, ella no se deja arrastrar por los complejos de las demás ni le hacen gracia las guerras absurdas; ella no ve la vida como un concurso de belleza ni siente que la están puntuando; ella prefiere vivir sencilla, que creyendo que cada acción y palabra va con segundas. Ella entendió que la realidad varía según el prisma con el que se mira y que esta historia no es la suya, es la de cada una de nosotras. Ella ve claro que nuestras historias solo tendrán finales felices trabajando juntas en vez de lanzando comentarios anónimos e indignados que solo conducen al odio.

Ella quiere creer con todas sus fuerzas que otra historia es posible. Una historia de hacer las cosas porque sí. Una historia de vivir, y dejar vivir.

Ariane Ruiz.

 

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