Cuando cuento que el confinamiento me cambió la vida la gente y que estaré siempre agradecida a la vida por eso, la gente no suele creerme. Me miran con cara de estar pidiendo a gritos un par de citas en el psicólogo, la verdad.

Y aún así siempre lo digo: BENDITO CONFINAMIENTO.

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Por hacerme parar, por darme una bofetada de realidad y comprender que mi vida se estaba desmoronando y que yo no era consciente de ello.
Mi marido y yo estábamos mal desde hacía bastante tiempo. La rutina, los niños, el curro… todo sumado hacía que el único contacto que tuviésemos fuera el de doblar las sábanas bajeras al recoger el tendedero.
Y sin embargo yo no era capaz de darme cuenta. Me levantaba muy temprano y salía pitando hacia la oficina antes de que él se despertara. Se encargaba de llevar a los niños al colegio y yo los recogía. Para cuando nos queríamos dar cuenta había que bañarlos, cenar y vuelta al inicio. En nuestra vida de caos, frenesí y trabajo no había tiempo para cuestionarse nuestra relación de pareja y casi mejor así.
Sin embargo la cuarentena rompió todos mis esquemas y tuve que enfrentarme a la vida con mi pareja, con mis hijos durante 24 horas al día y fue agotador a todos los niveles, pero también me hizo recuperar partes de mí que creía olvidadas.

Fue precisamente en esa cuarentena dónde descubrí que mi marido me era infiel. Y lo hice de la forma más tonta posible.

Con esto del teletrabajo estaba dándole mucho uso a mi ordenador así que tuve que formatearlo y cogí prestado el ordenador de mi marido para ponerle una película a los niños. Estaba en ello cuando salió un pop up de una conocida empresa de reservas de hotel. Era uno de estos anuncios personalizados donde le preguntaban a mi marido qué tal su estancia en su última reserva.

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Me quedé de piedra y no supe qué hacer. En un primer momento pensé que era un malentendido, una publicidad de la empresa, pero al meterme en su correo vi que los mensajes de reserva del hotel estaban ahí. No se había molestado siquiera en borrarlos. Había varios emails antiguos con reservas en diferentes hoteles. El más antiguo era de un año atrás.

A día de hoy recuerdo aquellos momentos como si fuera una autómata. No sé de dónde saqué la fuera para pedirle que se fuera a casa de sus padres en plena pandemia, pero tenía claro que no podíamos estar bajo el mismo techo. No me lo negó ni yo le pedí explicaciones.

Hacía mucho tiempo que ya no éramos nada, sólo que no habíamos tenido el tiempo suficiente para darnos cuenta.

Hoy en día mantenemos una relación cordial por nuestros hijos y yo me siento infinitamente más libre.

 

Anónimo

 

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