Cuando te crías en una familia tradicional, con mucho cuidado de no dar que hablar, eriges un único tipo de familia como posibilidad. Llegas a contemplar otros tipos, sí, pero, en comparativa, siempre son peores. Y hace falta liberarse de muchos prejuicios y tener mucha empatía para cambiar de opinión.

A mí me pasó. Sufrí las consecuencias de salirme de lo normativo y lo socialmente deseable, y constaté que no somos tan modernos/as. Los tiempos cambian y es impensable pensar que los estilos de vida no lo hacen, pero preferimos aferrarnos a nuestras ideas preconcebidas como si fueran valores universales intocables.

¡Y por fin él!

Cuando eres una mujer ya entradita en años y con dos criaturas en el mundo, se reducen mucho las posibilidades de ligar: por el poco tiempo que tienes, por las altas expectativas, o porque las responsabilidades te impiden tener a tu potencial pareja entre las prioridades. Bueno, matizo, ligar sí que se puede, pero pasar de algo físico a una relación emocionalmente estable que llegue a madurar es una tarea muy ardua. Quizás por eso me pillé tan rápido de él.

Nos conocimos en un bar y nos intercambiados los perfiles en redes. Yo, desde el primer momento, le hablé de mis hijos. Él era soltero y no había tenido descendencia hasta el momento, pero, como se espera de un hombre aparentemente maduro a estas alturas, normalizó la situación.

Teo no mostró suspicacia alguna ante una perspectiva con la que sé que puede ser difícil de lidiar: que la persona con la que compartes tu vida tiene como prioridad a unos niños que no son tus hijos. Lejos de eso, él también se pilló. O eso parecía, porque insistía mucho en resaltar mis cualidades, era atento, me escuchaba y nos lo pasábamos muy bien juntos. Hasta que una información lo torció todo.

Facilona y buscapensiones

Llevábamos ya un par de meses quedando y la relación fluía perfectamente. Teníamos algunos gustos comunes, una visión similar de la vida y, sobre todo, cualidades que sabíamos apreciar en el otro. Llegó a decirme que yo era perfecta, que le gustaba en todos los sentidos y que sentía que tenía suerte de haberme conocido de esa forma tan inesperada.

Después de unas primeras citas a solas, incluso conoció a los niños, que le encantaron. Salimos un par de veces con ellos y la verdad es que conectaron, pues a él no le costaba atender sus demandas de juegos y otras peticiones. Lo hacía de buena gana y con una sonrisa en la cara, lo que a mí me encantaba.

En algún momento, a Teo se le ocurrió preguntarte por mi vida sentimental, un tema que no habíamos tocado en el idílico arranque de nuestra relación. A mí no me apetecía narrar mi sucesión de decepciones, y tampoco me interesaban mucho las suyas. Lo que importaba, para mí, era lo que nos pudiéramos proporcionar el uno al otro en el presente y futuro.

Yo tenía asumido que, en algún momento, él se interesaría por mi relación con los padres de los niños. Al contrario que sus ex, a las que no le une nada, yo sí tengo que tener un trato mínimamente cordial con ellos.

Me preguntó, expresamente, por la relación que tenía con el padre de los niños, y yo tuve que aclarar que eran de padres diferentes. En ese momento, se le cambió la cara. Es increíble como una información sobre algo que no le afecta directamente puede cambiar tanto la actitud de alguien. El Teo cariñoso que se me había presentado hasta el momento, se transformó en alguien distante y locónico en una tarde. ¡En unos minutos!

Le pregunté qué le pasaba y me dijo que nada, que solo le había sorprendido lo de los dos padres. Me sentí en la obligación de darle alguna explicación sobre las rupturas, pero fue para nada. Apenas supe nada de él en los días siguientes, solo se limitó a respuestas breves cuando le preguntaba cómo estaba, y yo ya veía venir el remate de aquello. No me hubiera importado que se buscara otra excusa, sinceramente.

Terminó conmigo la siguiente vez que lo vi. Me dijo que no se sentía cómodo y me volvió a insistir en que le había sorprendido mucho mi revelación, que le hubiera gustado saberlo antes y que no podía evitar verme de otra manera. Como él me gustaba, le pregunté que qué tenía de malo y que si de verdad era suficiente como para terminar así conmigo, cuando nos estaba yendo muy bien y él me había llegado a considerar perfecta. Su respuesta me dejó a cuadros:

-A ver, la verdad es que me gustabas. Pero, no sé, es que cuando pienso en tías que van por ahí teniendo hijos con los tíos con los están pues… No puedo evitar pensar que son facilonas, o que buscan una paguita. Que no estoy diciendo que sea tu caso, pero no sé… Tampoco te conozco tanto y no sé por dónde me puedes salir, la verdad.  

Ojalá le hubiera dicho “Pues por la puerta te voy a salir”, y me hubiera ido en aquel instante con la cabeza alta. Pude mandarlo a la mierda, eso sí, pero fue él el que se alejó y me dejó allí, pensando en que tenía razón. Fue un golpe a mi autoestima que me llevó a revisar lo que había hecho mal en mis relaciones anteriores, y a sentir que, si no me ha salido bien antes, ya nunca me iba a salir. Y menos con el sambenito de “facilona y buscapensiones” que se me había quedado.

Mi terapeuta me dice que lo que a ella le da la pista de que hemos alcanzado cierto equilibrio es convencernos de que hay cosas que no merecemos. Pues bien, yo he entendido que no merezco ser evaluada únicamente por mis relaciones anteriores, ni por quiénes sean los padres de mis hijos. Tengo cualidades que pueden ser apreciadas, como hizo Teo, y el desprecio que me hizo solo venía de sus prejuicios. Está bien que se fuera.

*Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora