Me enamoré del profesor de mi hija y esta es mi historia

(Relato escrito por una colaboradora, basado en una historia real)

Soy una más de esos miles de personas a las que el covid encerró en casa allá por marzo de 2020, obligada a teletrabajar ocho horas diarias junto con una niña en edad escolar que también tenía sus clases de primaria online.

Las primeras semanas fueron durillas, pero como no quedaba otro remedio, terminamos por adaptarnos a la situación.

Yo intentaba ver el lado positivo. Los abuelos estaban bien, la nena y yo también. Teníamos lo básico para vivir y muchas comodidades que hasta ese momento se habían dado por hechas. Además, ya no me pasaba dos horas cada día metida en atascos, ni corriendo de un lado para el otro. Podía disfrutar de mi hija, de hacer cosas juntas… En fin, que ya sabemos todos cómo fueron esos primeros meses de la pandemia.

El tema es que, aunque al principio no me di cuenta, yo tenía un aliciente más.

Había algo que me hacía levantarme de mejor humor e incluso me daba ganas de arreglarme y ponerme ropa de calle, aun cuando ese día no iba a salir y cuando, en realidad, no servía de nada.

Vale, no era algo, era alguien: el maestro de la niña.

Ya le conocía de la reunión del cole y una tutoría, pero yo no recordaba que tuviese aquella voz. Ni esa forma tan maravillosa de dirigirse a sus alumnos con la que conseguía la difícil labor de tenerlos enganchados a la clase. A los niños y a mí.

Nosotras vivimos en un piso muy pequeño, por lo que compartíamos espacio de trabajo y clase en la mesa del comedor.

Por eso me pasaba las mañanas escuchándole a él con mucha más atención de la que ponía en mis tareas. Me ponía supernerviosa cuando tocaba la sesión con los padres, no digo nada en las tutorías.

 

Me enamoré del profesor de mi hija y esta es mi historia

 

Jamás imaginé que me pasaría algo así, pero me enamoré del profesor de mi hija a través de una pantalla.

Lo malo es que era un amor no correspondido, claro está. El mío era un enamoramiento adolescente, ingenuo y muy fuera de plazo al que no quería dar ningún pábulo.

Así que me pasé el verano echando de menos unas imposibles clases de refuerzo que la niña no necesitaba y fustigándome por pensar a diario en alguien que seguro que no me reconocería si nos encontráramos por ahí.

Me sorprendía a menudo haciendo el amago de enviarle un wasap, aprovechando que tenía su número de una vez que teníamos reunión y no hubo forma de conectarnos por Zoom. Lo mío me costó, pero se impuso la razón y no hice nada por lo que pudiera pedir una orden de alejamiento.

Me enamoré del profesor de mi hija y esta es mi historia
Foto de Max Fischer en Pexels

En septiembre empezó el curso de forma presencial y él era de nuevo el tutor de la clase de mi hija. Yo ya no sabía si alegrarme o no, porque la obsesión se me estaba yendo de las manos. Me daba la sensación de que cuando me veía y dejaba salir a mi hija, se demoraba un poco más que con los padres y madres de los otros niños. Me parecía que me buscaba entre la gente, que me dedicaba una sonrisa diferente a la de los demás.

Se me iba la olla, evidentemente. De modo que decidí cortar por lo sano, metí a la niña en madrugadores y cambié la hora de recogida para no coincidir con él.

Tenía que evitar verlo.

Eso fue a finales de octubre y no le volví a ver hasta enero.

Me lo encontré en el pasillo de los congelados del supermercado.

Estaba cogiendo una bolsa de guisantes cuando se paró a mi lado y me saludó con un ‘Hola, Isabel’. No ‘Hola, madre de…’. Y yo sentí un tirón muy idiota en el pecho al constatar que recordaba mi nombre. Aunque reconozco que hubiera sonreído casi con la misma cara de boba si me hubiera llamado Vanessa o lo que fuese.

Aquella charla de pasillo duró cerca de media hora y dio para averiguar, entre otras cosas, que vivíamos relativamente cerca, que él no iba al parque porque no tenía niños en casa y que vivía solo. Solo, solito del todo. Algo comentamos también sobre nuestras cafeterías favoritas y cuando íbamos por allí.

 

Me enamoré del profesor de mi hija y esta es mi historia

 

Nos vimos de nuevo en la cafetería más hispter de mi zona una mañana de febrero, esa que está justo enfrente de la academia de pintura a la que iba mi hija de diez a once y media los sábados.

¿Qué… casualidad?

A mí me pareció casualidad, porque la alternativa era que el profesor de mi hija hubiera tomado nota de un comentario lanzado al aire con toda la intención de verme. ¿No?

Fuera como fuese, allí nos vimos todos los sábados de febrero. Y los de marzo.

El primero de abril quedamos para dar un paseo. El segundo nos montamos un minipicnic en una zona bastante íntima del parque más cercano.

A diez minutos de tener que salir pitando a recoger a la niña, me preguntó qué haría si me diera un beso.

Me enamoré del profesor de mi hija y esta es mi historia
Foto de Flora Westbrook en Pexels

No le respondí, al menos no con palabras.

Después de besarnos como no me besaba con nadie desde que perdí la virginidad, cogí mi bolso y corrí hacia la academia. Creo que no le dije ni adiós.

Cuando llegué a casa y me puse a hacer la comida, vi lo que tantas veces había imaginado: un wasap suyo diciendo que estaba deseando que fuera sábado otra vez.

Y así fue cómo empezó esta historia de amor y cómo gracias a nuestras citas de los sábados por la mañana, y a muchísimas horas de teléfono y Whatsapp, descubrí que mi querido profe no llevaba mucho menos tiempo que yo soñando con aquella madre que a veces salía en una esquinita del encuadre de su hija y que se ponía roja incluso por encima de la mascarilla cuando la iba a recoger.

Mantuvimos nuestro idilio en secreto hasta que terminó el curso y hasta que nos aseguramos de que no iba a volver a darle clase a mi hija. Y después un poco más, por si acaso.

La semana pasada le comenté a la niña que a veces me encontraba con su antiguo profesor por ahí y que nos habíamos hecho amigos.

Me preguntó si podíamos invitarlo a casa algún día y se me ha ocurrido que quizá este finde coincidamos por casualidad sobre las once y media delante de la academia de pintura para dar un paseo los tres y luego ir a comer juntos. Por ejemplo.

 

Isabel

 

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Imagen destacada de Max Fischer en Pexels