Viernes a las 18.00 horas de un día de lluvia. Mis amigas estaban todas en plan manta, chino y Netflix. Nadie quería quedar. El aburrimiento era real y yo llevaba muy pocos meses en la ciudad, por lo que de ningún modo iba a quedarme en casa un viernes aunque cayesen chuzos de punta, después de la semana horrible de curro que había tenido.

Como no llevaba, ni llevo, demasiado tiempo en la city, no tengo muchos amigos más allá de los de toda la vida que viven aquí, pues esta ciudad nos acoge a todos. Pero, hay algo que no falla: nuestro amigo Tinder wherever we go.

No había quedado aún con nadie de la aplicación desde que vivo aquí, porque los primeros meses fueron para habituarme a mi nuevo curro, salir con mis amigas y buscar piso, lo cual me costó horrores. Sin embargo, cada noche le daba al ‘’swapeo’’ sin falta, y había charlado con varios chicos interesantes. Por eso, consideré que ese día de lluvia y aburrimiento iba a ser el mío e iba a estrenarme en la city. Abrí Tinder y entre mis conversaciones di con un chaval con el que llevaba chateando bastante a menudo desde que me vine, fue de mis primeros matches de hecho. Un tío divertidísimo con el que me reía un montón por el chat, y con el que he tenido conversaciones de todo tipo durante este tiempo. Es más, fuimos a un restaurante que él me recomendó cuando le dije que me encanta la comida libanesa.

Le dije si tenía algo que hacer esa noche y me dijo que, aunque tenía que estar pronto en casa porque el sábado tenía cosas de curro, le apetecía que nos viéramos un rato y tomar algo. Así que quedamos ese viernes para tomar unas cerves y conocernos.

Todo fluía que daba miedo, conversamos un par de horas, nos reímos muchísimo, hablamos de las situaciones vividas con la gente que quedábamos por la aplicación, de nuestros curros, nuestro futuro y de qué nos gustaría hacer. Todo fue perfecto. En serio, perfecto. De los mejores matches que he tenido, sino el mejor.

Tras compartir una velada bastante agradable, me recordó que al día siguiente tenía curro y que se tenía que pirar a casa, lo cual me cortó bastante el rollo porque después de varias cervezas, yo esperaba que me invitase a subir al menos un rato. Me dijo de vernos a la semana siguiente o que me avisaba cuando tuviese un rato libre, que lo había pasado genial pero que era una faena lo de su trabajo. Lo entendí, nos despedimos con un abrazo aunque reconozco que sin pico, y quedamos en vernos.

Estuve pendiente del móvil durante los dos días siguientes como una imbécil, me había calado esta cita la verdad. Pero no dio señales de vida. Le escribí después de nuestro encuentro para decirle que me había parecido un tío genial y que quedábamos en vernos; pero me dejó en visto.

Comienza la semana, con todo el bajón por no tener noticias suyas, vuelvo al curro y de repente, en mitad de la mañana, recibo un whatsapp suyo en el que me dice que lo pasó super bien pero que ha estado liadísimo, que por eso no me había dicho de vernos antes porque se le había complicado. No entendía que no tuviera tiempo para un simple whatsapp, pero estaba eufórica con volverlo a ver así que decidí no darle importancia (total, me había comido el tarro durante días para nada).

Quedamos en vernos la tarde siguiente y me preguntó por mi piso, ya que le conté que me había costado mucho encontrar un sitio para mí. Lo invité a casa a tomar un vino después del trabajo.

Vino a casa con algo de picoteo y una botellita de tinto. Nos saludamos y esta vez sí que hubo pico. El resto ya lo imagináis. Todo increíble, brutal, una conexión perfecta.

Le invité a pasar la noche conmigo pero me dijo que mi sitio le quedaba mucho más lejos de su curro que su casa y que prefería dormir allí. Lo entendí perfectamente. Nos despedimos con un súper abrazo y quedamos en vernos esa misma semana.

No supe más de él. Le envié varios whatsapps, y aunque no me bloqueó, no contestó jamás.

Estuve a punto de montar el drama, la verdad, pero me contuve porque entendí que yo a este chico realmente no lo conocía de nada aunque era evidente que la conexión era brutal.

Me sentí bastante avergonzada, y por qué no decirlo, jodida, por haber tenido sexo con alguien que desaparece. Entré a la aplicación y su perfil ya no existía.

Todo esto me pareció rarísimo y estuve rayada durante semanas, incluso desinstalé la APP sin llegar a borrar mi cuenta.

Al cabo de un mes, más o menos, quedé con unas amigas para ir a un parque grande de esta ciudad. Está retirado de mi casa y no había ido a visitarlo desde que vivo aquí, por lo que me apunté al plan.

A la entrada del parque, hay unos kioscos donde venden refrescos y chucherías. Quedé ahí con mis amigos y en lo que llegaban, aproveché para cogerme algo de beber.

Cuál es mi sorpresa que, justo en la entrada del mismo parque, me encontré al chico de Tinder llevando un carrito con una niña que no llegaría a tener un año. Preciosa y rubia. Junto a él, una chica alta y bastante mona, agarrada al carro que él llevaba.

Se me heló la sangre. No me lo podía creer. Por supuesto, no había mencionado que tenía pareja, que lo entiendo. Pero tampoco mencionó nada de que tenía una hija, y en definitiva, una familia.

Me di la vuelta para abonar mi compra y la mujer se acercó al kiosko a comprar algo. Los estaba escuchando hablar a mis espaldas, sabía perfectamente que se encontraban a escasos metros de mí.

Tenía que huir hacia adelante porque no había forma de no toparnos de cara, así que traté de buscar todo el valor del que disponía y me di la vuelta, agachando la cabeza para que no me reconociese.

En principio, conseguí zafarme de la situación, pero había quedado en ese punto con mis amigos que estaban al llegar. Me alejé del kiosco y me senté en una especie de banco que hay junto a la entrada del parque, desde dónde podía ver perfectamente el kiosko y a mi cita de Tinder.

Yo creía que no me había reconocido, así que lo miraba cautelosa desde mi punto. Error. Me había reconocido perfectamente. Y en esos instantes donde la mamá de su hija procedía al pago de su compra, se giró hacia donde yo me encontraba y me clavó la mirada.

Se hizo un poco el loco, pero mantuvo su mirada directamente hacia mí unos instantes.  Una mirada esquiva que da más explicaciones que un libro abierto.

Finalmente, la mujer se dio la vuelta y ellos tomaron su camino hacia la calle, alejándose de mí y sin darse la vuelta nunca más.

Cuando volví a casa, entré a su conversación de whatsapp. Ahora, ya sí. Ahora, en lugar de su foto, aparecía un círculo gris.

Creo que ha sido uno de los momentos más bochornosos de mi vida y del que he sacado una clara conclusión: cuando vuelva a utilizar la aplicación, si es que vuelvo a animarme a hacerlo, tengo clarísimo que aunque suene cortante, voy a preguntar por la situación de esa persona. No quiero que jueguen conmigo ni me utilicen, y tampoco quiero ser el pasatiempo de alguien que tiene cosas tan importantes que hacer como atender a su bebé.

LadyMiau