Yo no sé si el amor es ciego o si es que yo no quería ver. Solo sé que durante mucho tiempo me negué a ver. Porque no tiene otra explicación. Todo el mundo veía cosas que yo no. Todo el mundo tenía claro que mi relación era una farsa, menos yo. Por lo que parece, todo el mundo sabía que mi pareja era lo peor que te puedes echar a la cara, menos yo.
Yo le creía cuando me decía que me quería, que quería casarse conmigo y formar una familia conmigo. Nunca me planteé que nada de lo que sabía de él fuese mentira. El pobre trabajaba mucho, viajaba mucho, tenía una familia que dependía de él. Mucho. Sus padres eran mayores y estaban enfermos (Spoiler: sus padres resultaron ser jóvenes, sanos e independientes). Era por todo esto por lo que no teníamos una relación al uso. No pasaba nada, en realidad, me encantaba que fuera tan buena persona. Él no tanto, pero yo era muy joven. Teníamos toda la vida por delante para cumplir las promesas que nos hacíamos. Incluso para tener los hijos con los que soñábamos. Aunque ese era un tema que le obsesionaba. No el de los niños que íbamos a tener, sino lo de no tenerlos antes de tiempo.
Porque, tal y como me decía, la de ser padre era una responsabilidad que quería asumir solo cuando pudiera centrarse en ella. No podía arriesgarse a serlo antes de que su vida dejara de ser un caos. Y yo lo entendía, por supuesto. Por eso volví a tomar la píldora, tal como me pidió. Aunque me sentaba fatal. Todo fuera por usar un método fiable y que le permitiese sentirme sin barreras, decía.
A mí también me gustaba sentirlo sin barreras, cómo no. Lo que no me gustaba nada era el ardor que empecé a sentir al orinar. Ni el olor y color de mi flujo. Así que, aprovechando que me tocaba revisión, y pensando que tendría una simple infección de orina, fui a mi ginecólogo. Me había pasado uno años antes, que, al empezar con los anticonceptivos orales, me daban infecciones de orina más frecuentes. Motivo por el que las había dejado y que ya no recordaba, la verdad.
Lo que sí recuerdo es estar en la sala de espera del gine, pensando que a ver cómo le decía a mi chico que dejaba la píldora solo un par de meses después de haber empezado a tomarla. También recuerdo el shock al oír el diagnóstico y tratar de comprender que alguien me había pasado la clamidia. Y que solo había un candidato a culpable. A partir de ahí mis recuerdos están más difusos, porque lo siguiente que me anunció el médico fue que estaba embarazada y que se apreciaban dos sacos. El buen hombre tuvo que explicarme qué significaba que en la ecografía se apreciasen dos sacos.
Salí de aquella consulta e hice lo que nunca antes había ni pensado en hacer. Busqué la dirección de su empresa, conduje casi doscientos kilómetros y me planté en su oficina hecha una puñetera furia. Necesitaba que me dijese a la cara que se acostaba con otras. Y, bueno, cuando al final se rindió, lo que me dijo fue aun peor. Porque así fue como me enteré de que era la otra, el mismo día en que supe que estaba embarazada de gemelos. Estaba a pocos meses de convertirme en madre soltera, porque, aunque me quedaran ganas (que no), una no podía casarse con un hombre casado no divorciado ni en trámites siquiera.
Cuánto sentido cobraba ahora su miedo a esparcir su semilla sin querer, claro, claro. Lo que no quería era formar su propio equipo de fútbol, aunque fuese a costa de la salud de sus parejas. Pues qué mala suerte, hombre. Que a mí me costó asumirlo, pero a él, no veas. Y eso que yo tenía que aceptar también que el padre de mis hijos era un cabrón infiel y yo su aventura más estable, por así decirlo, pues poco tardé en saber que la clamidia no la había metido en nuestro concurrido círculo su mujer. Solo dios sabe de dónde venía y en cuantos sitios la metía sin condón ese señor al que estaré unida por mis niños, al menos otros diecisiete años más.
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