Una infidelidad es algo así como la regla: te pasas el día pensando en el momento en el que hará su aparición, pensando que es inevitable y tendrás que enfrentarte a ella tarde o temprano. Pero, justo cuando te has olvidado de ella, cuando ya crees que no llegará nunca…
Te pasas 2, 3, 4 o 5 años de relación pensando que sí, es perfectamente posible que pase, tanto por su parte como por la tuya. Que todos somos humanos, podemos tener un desliz y cagarla en algún momento. Incluso lo llegas a hablar con tu pareja: oye, mira, que quiero que sepas que si en algún momento esto pasa puedes contármelo y lo entenderé. Y así vives, pensando todo el rato en esa posibilidad porque crees que si lo tienes tan asumido, si algún día la pesadilla se convierte en realidad, no te dolerá tanto. Y lo llegas a asumir tanto que, como con la regla, llega un momento en el que te olvidas del tema totalmente e incluso llegas a creer que no pasará. Y, ¿qué pasa?
Pues que pasa.
Y de repente te das cuenta de que, por mucho que lo tuvieras asumido, ha dolido igual. Te ha bajado la regla y lo tenías asumidísimo pero los cólicos, el dolor infinito, las ganas de comer guarradas y no salir de la cama están ahí, bien fuerte, dándote patadas en el bajovientre.
Ahora bien… ¿qué hay que hacer cuando pasa? ¿Te pones una compresa y dejas que vaya pasando mientras ves como la mancha crece? ¿Te dejas morir del dolor mientras engulles tableta de chocolate tras tableta de chocolate? ¿Te haces listas de reproducción cuyos nombres van desde el «a ver si me muero music» hasta el «mátenme, por favor»? Pues tampoco es eso, mujer.
A ver, no te voy a engañar: está claro que duele, y mucho. Jode que te cagas cuando, de repente, te enteras de que aquello para lo que llevas tanto tiempo preparándote ha terminado pasando cuando tú menos te lo esperabas. Duele de todas las maneras: si te lo cuenta tu pareja, si te enteras por terceros o si te encuentras directamente la gotita de sangre manchando las bragas. Duele. Muchos te dicen eso de que ahora eres libre, que ya no le tienes que rendir cuentas a nadie y puedes hacer lo que quieras. Y sí, eso es todo verdad, pero a ti te suda hasta el chirri y más allá porque nunca en tu vida habías sentido un dolor tan grande (eso crees en el momento, pero te aseguro que no es tan grande como tú lo crees ahora).
Y como sé que es duro y que, en estos casos, muchas veces no se ve la luz al final del túnel, te voy a dar dos consejos. Pero no los consejos típicos y rancios que da la gente y que, oh sorpresa, no sirven para nada. No, te voy a decir dos cosas, solo dos cosas, que van a revolucionar este momento y toda tu vida:
1. NO PIENSES QUE ES TU CULPA
Cuando pasan estas cosas las primeras chorradas (sí, chorradas) que pensamos son esas de claro, si es que he engordado, ya no le parezco sexy, seguro que le he terminado hartando. Te suenan, ¿verdad? Bueno, pues que sepas que diciendo estas cosas estás culpando a la persona equivocada: a ti. Y tu no eres la culpable de esto.
Si tu pareja te ha sido infiel está claro que la culpa es suya. ¿Por qué? Pues porque no ha sabido apreciarte. Da igual que hayas engordado o que tu nuevo corte de pelo ya no le gustase, porque si eso era así lo normal es que te lo dijera. Porque como siempre me dijo mi abuela: hablando se entiende la gente. Y si tu pareja está harta de tu forma de ser su misión es contártelo e intentar arreglarlo juntos, no huir del problema y refugiarse en otra cueva.
Pero, en realidad, el consejo que verdaderamente te va a ayudar y lo más importante de todo es el siguiente:
2. NO DEJES DE QUERERTE
Que tu pareja no te quiera (o no te lo demuestre como tú esperas) no es sinónimo de que nadie te quiera. Tienes a tus amigos, a tu familia pero, sobretodo, te tienes a ti misma. Y, te lo aseguro: nadie te va a querer ni más ni mejor de lo que tú te quieres. Sé que es difícil, créeme que lo sé; y también sé que habrá momentos en los que no te creas capaz de quererte tanto como (creías) te quería él. Pero ten paciencia, porque lo terminarás logrando.
Aprovecha esos momentos en los que necesitas amor para dejarte querer: vete a tomarte unas cañas con los amigos o ve a hacerle una visita a tu madre. Y, sobretodo, demuéstrate a ti misma todo lo que te quieres: vete de compras y estrena ese modelito tan cuqui que te compraste para ir de cena con tu pareja, regálate una sesión de peluquería, atrévete a recuperar tu yo más sexy ligando solo como tú sabes… Lo que sea con tal de no olvidar lo genial e increíble que eres.
Una infidelidad duele y jode tanto como una regla que no baja cuando tiene que bajar. Estarás triste y te querrás meter en tu cama para no salir nunca más de ahí, y es normal; pero no dejes que te supere. Al igual que tu menstruación, el dolor de la infidelidad termina pasando (vale, puede que este último dure un poquito más, pero tú ya me entiendes) así que no desesperes, regálate un poco de paciencia y, no lo olvides, regálate amor.