Llevaba con Miguel tan solo unos meses. Aún así, se podía decir que confiábamos el uno en el otro. Nuestra relación, a pesar de ser corta, era lo que se denomina una relación sana. Nos encantaba pasar tiempo juntos, pero también respetábamos nuestros momentos de estar con los amigos. Vamos, que yo estaba muy feliz en esa relación.

Y digo estaba, porque a raíz de lo que os voy a contar, la cosa fue a pique, y lo peor es que no fue culpa de ninguno.

Como el 90% de las personas, teníamos redes sociales. En mi caso usaba Facebook e Instagram. Tampoco es que fuera muy activa, pero subía algo de contenido de mis viajes y salidas. Un día, una amiga mía me comentó que le había mandado un mensaje privado por Insta con un enlace, que qué era. A mí no me sonaba para nada que le hubiera mandado eso, pero ella me aseguró que sí. Lo comprobé y no me aparecía nada. Nos sonó raro, pero tampoco le dimos más importancia.

El problema vino cuando más amigos míos me comentaron cosas parecidas. Que si a uno le había mandado un mensaje, que si a otros les había agregado en no se qué foto… Empecé a preocuparme porque yo no había hecho nada de eso. Entonces, vi con mis propios ojos actualizaciones y gente que aceptaba supuestas peticiones de amistad por mi parte, que obviamente, no había hecho.

Empecé a preocuparme bastante y a sospechar que quizás me habían hackeado la cuenta. Se lo conté a mi entonces novio y su reacción fue reírse y decirme que para qué iban a hackearme la cuenta a mí que no era nadie, que la gente hacía eso con influencers y personas con muchos seguidores. 

Le dije que no sabía por qué a mí, pero que había varias personas, la mayoría chicos, que habían aceptado solicitudes de amistad que yo no había mandado y se lo enseñé. Vi que ponía cara rara y volvió a repetir que era imposible que me hubiesen hackeado la cuenta.

Los días pasaron y la cosa no mejoró. Seguía habiendo chicos que aceptaban mis peticiones de amistad y a los que no conocía de absolutamente nada. Pero eso no fue todo, algunos de ellos me mandaban mensajes que claramente eran contestaciones a mensajes míos previos. Muchos de ellos con contenido “hot”. Volví a hablar con mi novio del tema para que se creyera de una vez lo que estaba ocurriendo y le enseñé los mensajes que esos chicos me habían mandado. 

Pues bien, siguió en sus trece y se cabreó muchísimo conmigo diciendo que eran excusas mías para intentar ocultar un tonteo y un sexting obvio. Yo también me enfadé y le dije que si estaba de coña, que bastante preocupada estaba con el tema como para que me viniera con esas. Se puso como un loco y me contestó que no había nacido ayer, que a él no se la daba y que no quería estar con una persona cínica como yo. 

Estuvimos varias semanas sin hablar, él enfadado por su creencia y yo cabreada por no tener su apoyo y por descubrir que en realidad, no confiaba nada en mí. En esas semanas decidí cerrar mi cuenta de Instagram porque el tema del hackeo no se solucionaba, y sinceramente, no tuve ganas de abrir otra hasta que pasaron unos meses. 

Mi ahora ex novio se volvió a poner en contacto conmigo un mes después de todo, me dijo que quizás se había pasado con su reacción y que podíamos hablar cenando un día. Mi contestación fue que se había pasad mucho y que no tenía ganas de cenar con él, que me había demostrado que no tenía ninguna confianza en mí y que no había tenido su apoyo. 

Me hackearon y me jodieron, pero gracias a eso me di cuenta de que la relación que yo creía que era sólida y sana se estaba consolidando sobre una gran desconfianza. 

 

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora