Resulta, amigas mías, que el tío con el que llevaba quedando tres meses me ha hecho ghosting. Digo ghosting para salvar el orgullo, porque “ha pasado de mi culo blanco” queda más cutre. ¿Veis en Cómo Conocí A Vuestra Madre cuando Ted cuenta a sus hijos todo el percal que le llevó a conocer a la madre en cuestión? Pues yo voy a hacer lo mismo.

Viernes de noviembre en la maravillosa ciudad de Salamanca. Lo curioso es que cuando te mudas aquí, todos te dicen que te vas a hartar a follar. Al principio me lo creí y ahora me río mucho porque cuando salgo de fiesta el 99% son chavalitos de primero de carrera.

Sea como sea y fuere como fuere, mis amigos del trabajo me convencieron para salir. Me puse unos pantalones pitillos viejos (esos que tienen cinco remiendos porque se caen a cachos pero que hacen un culo de miedo) y me pinté los morros de rojo. Iba a pasármelo bien, a beber toda la cerveza que pudiese y a esquivar relaciones públicas en la zona de fiesta.

A las 3 de la mañana tuve un bajón de defensas y uno de esos chavalitos de primero de carrera me entró. Yo, que tengo mis treinta y muchos, caí y acabamos follando como perros en su piso de estudiantes. Y después de esa vez llegaron otras tantas, cada una mejor que la anterior.

Tras tres meses follisqueando, riendo mucho, yendo al cine, saliendo a cenar y llevando vida de pareja sin ser pareja HA DESAPARECIDO. Al principio me acojoné un poco. Estaba viendo una docuserie sobre asesinos en serie en Netflix y me entró la rayada del siglo pensando que le habían raptado y convertido en una secta. Lo curioso es que no fue algo paulatino. Me borró del móvil. Me bloqueó en redes sociales. Sus amigos también. Todos.

Claro, yo flipé en colores y se lo conté a mis amiguis.

  • “Este tío te ha hecho ghosting.”
  • “¿Ghost-qué?”
  • “Que ha pasado de tu culo.”
  • “No hace falta que lo jures.”

Decidí no darle muchas vueltas y me propuse hacer voto de castidad para no sufrir más ni por sexo ni por amor, pero el destino es caprichoso y el otro día me encontré al muchacho en el supermercado. Le hablé, se quedó blanco y yo me quedé más ancha que Castilla.

“Esto… Es que… Bueno… Verás… No sabía cómo decírtelo… Bueno… Que he vuelto con mi novia.”

Y yo sonreí y me fui pensando que una persona, sea hombre o mujer, que no tiene valor para decir las cosas claras sólo merece una cosa: que a mi próxima mierda le ponga su nombre.

 

Anónimo