Siempre he sido una persona muy curiosa. De estas que no paran hasta desmigajar cualquier tema o asunto que le interesa, hasta saberlo todo.

Allá por el 2012-2013 lo que más me interesaba era el BDSM. Cuando me enteré de su existencia, todo encajó: comprendí por qué me gustaba, desde pequeña, sentir la cera caliente de los cirios de los nazarenos derramándose sobre la piel de mis manos; por qué, cuando consumía pornografía, siempre buscaba vídeos un poco más «hardcore» de lo normal; por qué disfrutaba más de los polvos salvajes que de «hacer el amor» (ya me entendéis: me refiero a hacerlo suavecito y con delicadeza porque, a mí modo de ver, se puede hacer el amor salvajemente)…

Había descubierto que, a lo largo de toda mi vida, sentía un extraño placer en cosas que me generaban algo de dolor y, posteriormente, descubriría que también disfrutaba acatando órdenes (en un ámbito puramente sexual).

Como durante esta época se empezó a poner de moda el BDSM (no me hagáis hablar de «Cincuenta sombras de Grey», porfaplis…), existía una sobrecarga de información (no demasiado fiable) al respecto: literatura poco realista, artículos desinformados, reportajes televisivos que se centraban en las prácticas más extremas que harían correr (así de primeras) a cualquiera… Cuanto más quería informarme, más dudas me surgían. Veía cosas que me excitaban, seguidas de muchas otras que me hacían replantearme si no estaba un poco loca por querer adentrarme en ese terreno desconocido.

Pero siempre había algo que me llamaba a querer seguir sabiendo más, a querer seguir investigando. Al mismo tiempo, he de reconocer que el hecho de que todo pareciera tan «oculto» y de difícil acceso hacía que ese mundillo me generara aún más curiosidad si cabe.

En este proceso de descubrimiento, decidí aventurarme en algunos chats temáticos para hablar con gente del interior de este círculo tan selecto. Fue un desastre: Amos altaneros que me menospreciaban o querían aprovecharse de mí por el hecho de ser inexperta, falsos amos que sólo querían una chica que les dijera sí a todo, pervertidos que a la mínima ya estaban diciéndome guarradas sin mi consentimiento y haciéndome creer que eso formaba parte del juego… La misma mierda que en todos los sitios, vaya.

Yo sabía que ese no era el mejor lugar para informarme y aprender.

Me «infiltré» en un club BDSM

 

Durante esta época, en otra página no centrada en el BDSM, conocí a mi actual pareja y, aun a riesgo de asustarle y que saliera por patas, le comenté mis inquietudes sexuales. Por milagro del destino, se quedó a mi lado y prometió intentar darme toda la caña posible en la cama (siempre con consentimiento, obviamente). Pero era yo la que estaba más interesada en este terreno, la que no se conformaba con un par de cachetitos en el culo y un par de tirones de pelo… Así que proseguí con mi búsqueda.

Así fue como descubrí un grupo de Facebook de un club de BDSMeros en mi ciudad, pero no podía acceder a él con mi perfil personal… Así que me creé una cuenta secundaria de Facebook y solicité acceso. Como bienvenida, el creador del grupo me abrió un privado y empezó a hablar conmigo para asegurarse de que no era alguien ajeno al mundillo (me imagino que la «entrevista» fue bien cuando me dejaron pasar).

Aquí todo era diferente. No eran más que un grupo de personas normales, que hablaban de todo tipo de temas, y que compartían un gusto en común: el BDSM.

Gracias a lo que compartían, aprendí muchísimo sobre el tema: enseñaban sus juguetes y utensilios (algunos hasta se dedicaban a fabricar sus propios látigos de cuero), mostraban habitaciones enteras dedicadas a sus juegos, algunas se atrevían a enseñar modelitos que lucirían en la intimidad o en alguna que otra fiesta o evento, hablaban de sus compromisos Ama/o—sumisa/o y de cuándo era el momento de poner el collar (hacerlo oficial)… Todo ello tratado desde el respeto y la amistad.

Así como se puede ver la clara diferencia entre los sex shops antiguos y casposos (a los que da grima entrar) y los sex shops más nuevos y luminosos, no había color entre los chats grimosos y este grupo de personas encantadoras que había conocido en Facebook y que daba la casualidad de que compartían gustos sexuales y fetiches conmigo.

Pero, como suele pasar en todos los grupos, se termina descubriendo que no es oro todo lo que reluce. Existían tensiones entre los Amos y Amas por ver quién era el/la más «gallito» del corral, quién tenía más sumisas/os (sí, sí, lo que leéis), quién tenía más juguetes y quién era más capaz de llevar las riendas del grupo. El grupo se dividió en bandos y, sin apenas conocerlos, tenía que elegir de quién me fiaba más. Opté por una ama (llamémosla Purple Sun para no usar su verdadero alias) y sus amigos, y parecía que la tensión se había relajado.

Llegó el momento de la verdad, el momento decisivo: iba a haber una quedada en persona porque todos querían conocerme a mí y a mi Amo (o sea, a mi chico…) y empezamos a ponernos nerviosos.

No os penséis cosas raras. La quedada era para tomar café y charlar, pero para nosotros sonaba tan aterradora como meternos de lleno en una Fetish Party, ya que dejaríamos atrás el anonimato y esto significaría que nos meteríamos en lo profundo de la piscina sin saber nadar bien aún.

La reunión fue mejor de lo esperado, aunque mi pareja y yo nos sentimos como monos de feria y avasallados a preguntas. Yo creo que todos se dieron cuenta que no éramos más que dos chicos de poco más de veinte años que estaban indagando sobre algo que les llamaba la atención pero que no querían, realmente, formar parte del mundillo.

Fueron muy amables, nadie nos acusó de ser una falsa sumisa y un falso Amo (como cabría esperar por experiencias anteriores) y seguí manteniendo el contacto con ellos y saciando mi curiosidad a través de Facebook en la comodidad de mi casa.

Poco tiempo después, me crucé con el sumiso de Purple Sun en un cursillo de iniciación al tatuaje y, cuando ambos lo acabamos e intentábamos hacernos un hueco en el sector tirando de contactos, la Ama se dedicó a hundirme, aplastarme y acusarme de competencia desleal contra su sumiso.

Por una tontería así, terminé peleándome con una mujer de más de cincuenta años y fui desterrada de su círculo.

Desde entonces, mi chico y yo nos hemos dedicado a disfrutarnos y descubrirnos mutuamente, haciendo en la cama lo que nos gusta y descartando lo que no, y aprovechando todos esos conocimientos que adquirimos durante esos meses para hacer y deshacer lo que nos da la gana en la intimidad de nuestra casa. Puede ser que no sea BDSM lo que hagamos, pero si a nosotros nos va bien así y lo disfrutamos… ¿Qué más dará el resto?

No necesitamos la aprobación de una comunidad para gozar en nuestras relaciones sexuales.

 

Anónimo

 

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