Durante mi adolescencia me intenté suicidar y antes de contaros mi historia quiero puntualizar que este tema es muy delicado. Quiero tratarlo con todo el respeto del mundo y bajo ningún concepto quiero frivolizarlo.

Bien. Yo iba a un colegio muy religioso y sólo éramos niñas. Cuando yo tenía 15 años (hace 20 años) sufría acoso y un muy severo bullying por mi sobre peso.

Tengo la sensación de que en mi época, sufrir un acoso tan bestia era algo normal. O al menos mi entorno lo normalizaba «Esto ha pasado toda la vida, es normal, no pasa nada, son cosas de niños»

Bueno, déjame decirte una cosa: NO ES NORMAL y SI PASA

Yo recuerdo mi adolescencia con mucho dolor y tristeza. Ponía mil excusas para no tener que ir al colegio, lloraba y suplicaba no tener que ir al colegio.

Me pasé toda mi adolescencia intentando pasar desapercibida con la mirada baja y los hombros encogidos.

Cada noche, cuando me metía a la cama le rezaba a Dios que aquella noche me llevara mientras dormía, que no me dejara seguir viviendo en aquel infierno.

Pero nada de lo que deseaba o rogaba a mis padres se hizo realidad. Cada mañana, nada más subir al autobús del colegio, se me recibía con insultos. Durante los recreos me acorralaban y me pegaban, me pinchaban con palos, ramas e incluso me tiraban borradores (de los viejos, de los de madera). No me atrevía a comer en el colegio porque siempre que intentaba hacerlo alguien se reía de mí y me llamaba ballena.

Me sorprendían entre varias niñas y me subían la falda y me bajaban las bragas. Me tiraban del pelo, me ponían la zancadilla y en numerosas ocasiones sufrí lesiones graves por caerme escaleras abajo.

Mi vida en el colegio era una tragedia, me pasaba el día asustada, esperando que alguien me pagara, me insultara o me hiciera daño.

Durante los ensayos para la fiesta de Navidad me hicieron la vida imposible. Me escondían mi disfraz, me empujaban en medio del baile o me tiraron un pie de foco encima entre otras cosas.

Cuando llegó la fiesta de Navidad oficial fue aún peor.

Llegó el número de nuestra clase, subimos el escenario e hicimos el baile. Cuando me di la vuelta por primera vez se empezaron a escuchar muchos susurros entre la audiencia. Yo me temía lo peor, podía intuir que me habían pintado algo en la parte trasera del disfraz, pero continué con el baile. Una de las niñas me bajó la falta hasta los pies y otra me empujó escenario abajo.

Caí de morros escenario abajo, desnuda de cadera a rodillas y con un «Liberad a Willy» en la espalda. Cuando me levanté tenía una mancha de sangre debajo de mi cara y se me había roto una paleta. Mi madre corrió a mí, me levantó y me llevó al hospital.

Durante todo el trayecto sufrí una bronca monumental por parte de mi madre «¿Cómo has permitido que te hagan algo así? ¿No te da vergüenza? ¿Cómo te van a recordar ahora todos los padres y alumnas? ¿Cómo puedes hacernos esto a tu padre y a mí? ¡No dejas de avergonzarnos!»

Aquella noche, cuando llegué a casa, me pasé más de 3 horas pidiéndole a Dios que por favor me llevara con él, que por favor me sacara de este mundo. No quería seguir viviendo en aquel infierno. Venia de una familia de Opus Dei y sabía que desear mi muerte era un pecado horrible, pero no me quedaba ni una gota de fuerza o capacidad de seguir aguantando aquello. Estaba acabada.

A la mañana siguiente, me desperté y comprobé que seguía viva. Me puse a llorar de una manera desconsolada. Llevaba años viviendo en un infierno. Lo único que le había pedido a Dios en toda mi vida era morir y ni si quiera eso se me concedía.

Me acerqué a escondidas al botiquín de mis padres y cogí dos cajas de pastillas al azar. Me las guardé y me fui a mi habitación con un vaso de agua.

Me tomé más de 40 pastillas. Daba por hecho que aquello me mataría así que me las tomé todas, dejé las cajas en mi mesilla y me volví a dormir. Creía que no volvería a despertarme y en el momento en el que cerré los ojos pensando que en pocos minutos me moriría, fui feliz.

Pocos minutos después me desperté con los gritos de mi madre. Había visto las cajas de las pastillas y el vaso de agua. Me llevaron a urgencias y me hicieron un lavado de estómago.

Bueno, la situación en mi casa empeoró aún más claro «Solo quieres hacernos daño» «¿Cómo puedes ser tan egoísta?» «Estas deshonrando a tu familia» y mil mierdas más.

Por si eso no fuera suficiente, al tercer día de colegio, todas mis compañeras sabían que había intentado suicidarme tomando muchas pastillas. Y entonces, además de ser la gorda a la que se le pueden hacer mil barbaridades, me convertí también en la pringada que se quiere morir.

La violencia que antes se basada en empujones o golpes se convirtió en forzarme a meterme mucha comida junta en la boca mientras mis compañeras se reían. Si no os importa, prefiero no dar muchos detalles porque fue muy duro.

Me sentía enjaulada. Lo único que deseaba era morirme y seguía pidiéndoselo a Dios todas las noches. No podía intentar morir por mis propios medios, si lo volvía a intentar y me salía mal, me buscaría un problema tremendo con mis padres y volvería a ser el hazme reír de mi colegio.

Fueron meses muy largos y muy dolorosos hasta que mi tía consiguió convencer a mis padres, con mil gritos, de que tenían que sacarme de aquel colegio y que tenían que llevarme a terapia.

No fue fácil, incluso pasé 7 meses viviendo con mis tíos. Mis padres me castigaban con violencia verbal y me responsabilizaban a mí de la situación en la que estaba. Mis tíos, cuando realmente fueron conscientes de la situación, extendieron el mensaje en la familia y acordaron sacarme de la casa de mis padres durante unos meses.

Cuando el cambio de colegio se convirtió en una realidad, empecé a sentirme un poquitín más segura y eso hizo posible que mi terapia fuera efectiva.

Aunque hayan pasado 20 años y haya invertido en terapia, te aseguro que lo que viví me ha marcado para siempre.

Y aunque me intenté suicidar y desee mi muerte durante años, me alegro de haber continuado con la aventura que supone vivir.

 

Anónimo