Llevo ya un par de años sin trabajar fuera de casa, sin embargo nunca he estado tan agotada como ahora, ni tan frustrada, pues en mi nuevo trabajo no remunerado a tiempo completo nunca se acaban las tareas pendientes, siempre que atiendes una actividad estás desatendiendo otras cinco, nunca te acuestas teniendo el 100% de tus tareas terminadas como te gustaría…

Es doloroso a veces, sobre todo cuando alguien te habla de lo afortunada que eres, alguna mujer de generaciones anteriores te dice que a ver de qué te quejas teniendo lavadora y lavaplatos o dan por hecho que estas siempre libre y disponible tanto para hacer planes como para hacer favores porque, como no tienes horarios… ¡Pues a veces también me gusta descansar, gracias! Hay cosas que tienes que hacerlas en un momento concreto del día para que no se derrumbe el castillo de naipes de actividades cotidianas. Pero como tienes todo el tiempo del mundo, pues nada…


Me costó mucho al principio asumir que esa era mi nueva vida y que así sería un par de años más, pero poco a poco se convirtió en mi vida real y me adapté. Y ¿cómo pude? Pues mal. Sacrificando mis hobbies, mi tiempo libre, mi tiempo de descanso, cambiando horas de sueño por horas de estudio para intentar sacar una oposición estudiando siempre por las noches, agotada de todo el día de cuidados y limpieza. Como era de esperar, mi salud mental empezó a resentirse por varios motivos con esta nueva rutina de sacrificios como base. Estaba siempre ocupada, de mal humor en los pocos momentos de intimidad con mi marido porque, aunque sea incomprensible, tenía envidia de sus jornadas interminables de trabajo que tenían fin, que interactuaba con otros adultos, que podía dejar de hacer números, de cuadrar agendas de médicos, de actividades y demás quehaceres infantiles.

Me daba mucha pena que mi marido solo tuviera un día y medio libre a la semana, pero entonces él me preguntó cuando era mi día libre. Y así empecé a descansar de la mayoría de las responsabilidades relativas a los cuidados en sus fines de semana. Para él era un descanso igual, ya que no era su trabajo diario y así podía empezar a sentir que aportaba algo más a la crianza corresponsable con la que soñábamos antes de empezar esta aventura. Pero poco a poco me fueron apareciendo oportunidades de crecimiento personal que, no aportando nada a la familia directamente, me ayudaban mucho a mi a sentirme al fin bien conmigo misma pero que ocupaban demasiado tiempo. Por lo que no siempre podía tener los platos limpios, la cena hecha o la ropa al día, aunque llevase todo el día en casa. Empezó mi marido a darse cuenta de que mis jornadas no terminaban jamás y que, si él podía trabajar tantas horas para ganar más dinero era porque yo me hacía cargo al 100% de los niños, no era justo que las tareas de casa no fueran mejor repartidas, ya que ciertamente la carga mental era toda mía. Y así empezó a aportar mucho más de lo que ya hacía desde un principio.

Entonces empezaron los comentarios de la gente de fuera, que no entiende cómo, estando en casa, mi marido tiene que hacer la cena al llegar de trabajar para que yo pueda sentarme a escribir un rato o a pintar, si yo no recibo remuneración por mis aficiones y él lo que hace es por la economía familiar.

Hay días que las actividades de los niños se complican cuando la lluvia y el invierno los agobia y están más intensos de lo habitual, tenemos que ir corriendo a todas partes y, aunque llego a tiempo de tener la cena en la mesa, cuando loa niños se duermen es él quien me masajea los pies antes de ir a dormir, porque entiende que he pasado mucha tensión en el día. Sé que a ojos de muchas personas soy alguien egoísta, pero no saben los acuerdos a los que hemos llegado en privado, no saben que él disfruta de esos momentos de hacerse cargo de los niños y poder conectar con ellos lo que no ha podido durante todo el día, que él también se siente más partícipe de su propia casa y que yo ahora estoy tan contenta y me siento tan realizada por fin que nuestra relación ha mejorado de forma abismal el último año.


Volvemos a estar enamorados de verdad, a disfrutar de nuestros momentos de tranquilidad, tenemos cosas que contarnos los dos, no solo él, podemos llegar a acuerdos en momentos puntuales y yo vuelvo a sentir que soy una persona (a nivel individual, como mujer y no solo como madre, mujer de o “señora de su hogar”) que puede crecer, tener intereses, aficiones y buscar solucionar sus problemas personales de la manera que mejor le parezca.

Hay personas que acuden a él para “darle su apoyo” y decirle que cómo me paso dejando que sea él quien cambia los pañales de la niña las pocas horas que está en casa. Pero él está muy satisfecho con nuestra vida ahora y rápidamente explica que, cambiando los pañales que la niña ensucia en sus horas libres no llega ni a un 20% de los pañales que cambio yo a lo largo del día y que es justo que, al igual que su jornada laboral termina a una hora, la mía también tenga derecho a terminar en algún momento del día.

Aunque, al igual que yo no critico las dinámicas familiares ajenas, no sé por qué tengo que soportar críticas constantes sobre nuestra vida familiar, si somos tremendamente felices y no obligamos a nadie a seguir nuestros pasos.