Necesito contaros lo que me pasó hace unos meses. Era un día de esos que hacía solecito, te levantas de buen humor, optimista, creyendo que vas a tener un día genial, pues el universo tenía otros planes para mí.

Vivo en una zona de chalés, es una urbanización cerrada y somos como quince casas. Cada mañana, antes de desayunar, tengo la costumbre de salir al jardín y mirar en el buzón. Pues aquella mañana soleada de invierno, lo abrí y me encontré un sobre en blanco. No tenía dirección, no tenía sello, ningún nombre a quien fuera dirigido, nada de nada. Pensé que era publicidad, lo abrí sin mucha emoción y dentro había un folio doblado en cuatro. Lo desdoblé y resultó ser una carta anónima, escrita a ordenador e impresa seguramente en una impresora doméstica, y en la que pude leer:

“Tu marido te está siendo infiel. Ha sido visto con una señora en actitud cariñosa, el día 5 del mes pasado en el Bar La Suerte a las cinco y media de la tarde”.

No sé qué me impactó más sí que mi marido me fuera infiel o que un vecino se tomara la molestia de avisarme, sin dar la cara, dejando una carta en mi buzón. Porque ya os digo que vivo en una urbanización cerrada donde no cualquiera puede entrar a dejar un anónimo en un buzón.

Me quedé parada frente al buzón, sosteniendo la carta anónima entre mis manos temblorosas. «¿Mi marido me está siendo infiel?», pensé, mientras la cabeza me daba vueltas. Mi mente comenzó a buscar el recuerdo de aquel día 5 a las 5:30h de la tarde, dónde estaba yo, dónde estaba él, y si era posible que fuera verdad aquella información que acababa de llegar a mis manos.

Sí sabía que algunos días que acababa pronto de trabajar, él se iba a tomar algo con los compañeros. Trabajaba en una oficina y se llevaban todos bastante bien. ¿Sería que me estaba poniendo los cuernos con una compañera de trabajo?

Decidí que lo mejor era preguntar a mi marido. Aquella noche, después de la cena, cuando los niños estaban en la cama, le mostré la carta sin decir una palabra. Sus ojos se abrieron de par en par al leer el contenido. La sorpresa en su rostro era genuina. Él, por supuesto, me negó cualquier infidelidad y sus palabras me parecieron bastante contundentes y sinceras.

Me reconoció haber estado en aquel bar a la hora que decía el anónimo, pero con sus compañeros de trabajo y que para nada estuvo a solas con una mujer en ningún momento.

Creí en la palabra de mi marido, no tenía ningún motivo para desconfiar de él. Pero tengo que reconocer que los días siguientes fueron una montaña rusa emocional. Confiaba en mi pareja, pero aquella carta había sembrado la semilla de la desconfianza en mi cabeza. Durante algunos días, vigilé a mi marido, buscaba señales de deslealtad en cada gesto, señales que no mostró, porque mi pareja era una persona noble y jamás me haría algo así.

Tras superar la fase de desconfianza, llegó la fase de enfado e indignación: ¿Quién se había atrevido a jugar con mi vida de esa manera? Sin duda había sido obra de un vecino. ¿Había sido una broma cruel o realmente el vecino indiscreto había visto a mi marido con una compañera de trabajo y pensó que era la amante? En cualquier caso, había sido una crueldad mandar una carta así para sembrar la duda en mi matrimonio.

Tuve mis sospechas, pero no fue hasta unos días más tarde cuando confirmé quien había sido la autora del anónimo…

Me encontré a una vecina, con la que he hablado en contadas ocasiones y de temas banales, porque se caracteriza, precisamente, por meterse en la vida de la gente y opinar de lo que no le importa. Me preguntó abiertamente por mi marido, que si estábamos bien, que hacía unos días que no le veía. Yo le respondí “¡Estamos mejor que nunca!” con una sonrisa, y puede ver en su mirada la decepción y la duda, creo que se le pasó por la cabeza que quizás yo aún no había visto el anónimo. Entonces le puse una trampa: “¿Sabes si el cartero está viniendo a la urbanización? Hace un par de semanas que espero una carta y todos los días me encuentro el buzón vacío”. Su cara fue un poema. “A mi casa si llegan las cartas” me contestó.

Al día siguiente, abrí el buzón y allí estaba la misma carta de nuevo. Misma impresión, igual a la otra, pero con una diferencia, esta vez escribió mi nombre en el sobre. Pensó que igual la había interceptado mi marido y me volvió a dejar el mismo anónimo, pero esta vez dirigido a mí.

Volví a casa con la carta, se la enseñé a mi marido, se enfureció y quiso ir a la casa de la vecina a pedirle explicaciones. Pero yo le convencí de que no merecía la pena. Era mejor hacer como si nada y continuar con nuestras vidas. Seguramente ver que seguíamos siendo un matrimonio feliz era lo que más le iba a fastidiar.

 

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