Yo siempre he sido idiota. Así de entrada. He tenido muchos pajaritos en la cabeza y he vivido en los mundos de yupi, especialmente en el amor. He creído en príncipes azules y en los finales felices cual película de Disney y claro, así me ha ido.

Nos remontamos a hace unos 6 o 7 años, allá por 2016 aproximadamente. Mi situación en casa era insostenible. Vivía sola con mi madre, una narcisista de cuidado, y mi abuela, prima hermana de Satán. Entre las dos me hacían la vida imposible y yo intentaba siempre pasar el menor tiempo en casa posible.

En esa época, me apunté a clases de salsa y bachata, y ahí conocí a David. Era alto, guapo, de ascendencia latina-española, y bailaba como los dioses.

Las chispas saltaron pronto y tardamos poco en enrollarnos. La química era brutal, y David venía a menudo a buscarme en su noble corcel coche. Era muy caballeroso, como los de antes, algo que a mi yo patética del pasado le encantaba. Todo era así muy a la antigua usanza.

Me llevaba a miradores bajo las estrellas, salíamos a bailar, fornicábamos como dos conejos, y todo era un sinfín de palabras y gestos bonitos.

No llevábamos ni un mes cuando nos dijimos el primer te quiero. David me decía que creía haber encontrado a la mujer de su vida, y yo me lo creí.

Mi amiga me decía que cuando las cosas van tan rápido, es que ahí hay gato encerrao’, pero hice caso omiso. Yo estaba viviendo una historia de amor verdadero y la gente no era capaz de entenderlo.

El día en que hicimos tres meses, celebrando nuestro “mesario”, David me propuso matrimonio. Así, tal cual. Yo me emocioné y le respondí con un rotundo Sí con luces de neón.

No me podía estar creyendo que al fin era yo la protagonista de una de esas historias de amor puro, de amor de cuento de hadas. Lo nuestro era uno de esos flechazos fuertes.

Pronto empezamos a montar todo lo de la boda y se lo conté a todos mis seres queridos. Mi amiga puso cara de póker, y me dijo que no creía que eso era buena idea, que era muy pronto. Que además yo ni siquiera tenía trabajo, que a dónde nos íbamos a ir, que apenas le conocía, etc. Pero yo, como siempre, no le hice ni caso.

Llegó el día, y nos casamos. Todo fue como en un cuento de hadas, fui extremadamente feliz, y creí cumplir uno de mis mayores sueños.

Nos fuimos a vivir juntos. Pero no a nuestra propia casa como me había prometido David, no. A casa de sus padres, supuestamente temporalmente hasta que encontrásemos la casa de nuestros sueños, y así poder ahorrar un poquito.

Aun así yo fui feliz de abandonar mi hogar, tóxico hogar. Pero vamos, me metí en otro igual o peor. Tuve una muy cálida bienvenida, y pronto me sentí como en casa. Sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando mis suegros empezaron con algunos comportamientos negativos.

Cocinábamos por separado, y cada uno hacía su compra. Yo solía cocinar porque me gustaba bastante, pero mi suegra no paraba de criticar mis platos. Empezó a decirme que cuidaba muy mal de su hijo, y que su hijo tenía que comer sano. Nos tiró toda la compra y desde entonces no me dejaba cocinar nunca, nada.

Nos revisaba hasta lo que íbamos a merendar, y ponía malas caras. Cuando discutíamos David y yo, su padre venía a interrumpirnos, y a decirme que yo tenía muy poca vergüenza y que le gritaba demasiado a su hijo, que se veía obligado a mediar. Yo era siempre la mala de todo, y su hijo, un santo.

Un día, me salió trabajo de algo a lo que me quería dedicar, pero estaba en un pueblo en el que se tardaba casi una hora en ir y venir. Pero a mí me daba igual, era necesario para todo: para mi independencia económica y para que pudiéramos ahorrar más y poder irnos de allí. A la par, me llamaron para trabajar a media jornada en un bazar chino de al lado de casa.

A David ninguna opción le pareció viable, pero me dijo que si me iba a la opción del pueblo, que sería inviable para la relación. Que estaba muy lejos, eran muchas horas, y entre su trabajo y el mío nunca nos veríamos y al final se resquebrajaría la relación. Que si eso mejor la opción del bazar chino.

Y yo, como idiota, acepté.

Pero al final acabé dejándolo, porque la explotación que sufrí allí no tenía ni nombre. Él me apoyó encantado, y así quedamos. Él trabajando, y yo en casa.

A los pocos meses, David ya estaba hablando de tener un hijo. Que si ser padres sería lo más maravilloso que nos podría pasar, que yo sería la mejor madre que podría darle a sus hijos, que siente la necesidad de que formemos una familia porque me ama demasiado…y mis suegros, encantadísimos con la idea. Todos los días sacaban el tema. Y yo, como tontita que era, accedí con toda la ilusión del mundo.

Sí, sin tener casa propia, ni trabajo por mi parte ni nada. Como he mencionado anteriormente, soy subnormal. O por lo menos antes, lo era.

Total, que llegó el retoño. La retoña, en este caso.

Para empezar, mi querida suegra le puso los pendientes sin mi permiso. Yo se los quería poner, pero no ahora siendo tan pequeña, y en un día que tuve que ir a hacer unos recados, ella se la llevó y vino tan contenta diciendo que mira qué guapa estaba.

Todo lo que hacía con mi hija estaba mal. Yo no sabía nada, y mi suegra si. Mi suegro me criticaba diciendo que era un despropósito de mujer y de madre, que no sabía hacer nada. Mi suegra, igual. David, les apoyaba en todo y muchas veces discutíamos por lo mismo.

Luego empezaron las infidelidades de David, su ausencia como padre, y todo lo típico que os podáis imaginar. La jugada le salió bien. Él quiso pillar a una pobre tonta e inocente, casarse con ella y hacerle un “bombo” para tenerla bien amarrada, mientras él y su familia ejercían sobre ella el poder y, de paso, tener su total libertad para sus escarceos “amorosos” fuera del hogar, y con la cobertura de sus progenitores, porque sí, porque sus padres lo cubrían muchas veces, aun sabiendo que lo que estaba haciendo no era bueno. Pero claro, es que los hombres son así, según mis queridos suegros.

En fin, gracias a Dios estoy contando esto ahora fuera de las vidas de esos miserables, con la custodia de mi hija y viviendo sola con ella. Hace un año y medio que me separé de él, y, aunque no me lo están poniendo nada fácil, ni él ni sus padres, al menos estoy ganando en salud mental.

En algún momento tenía que empezar.

 

HISTORIAL REAL DE UNA SEGUIDORA REDACTADA POR UNA COLABORADORA.