Había venido desde Madrid a conocerme después de meses hablando a diario, estuvimos juntos todo el fin de semana, y el domingo, a los diez minutos de despedirnos me llegó un mensaje suyo «te echo estúpidamente de menos y me hubiese gustado decirte que te quiero, pero no me atreví «

Teníamos veintiséis años y supongo que los tequiero significaban otra cosa. O quizás éramos nosotros, que le daban otro significado.

Me había dejado con el coche en el portal de Venus y cuando recibí el mensaje ya estaba llorando en su habitación «porque había estado muy guay tía». No nos habíamos besado y de follar ni hablamos. Él quería que yo estuviese segura de lo que sentía, y yo de lo único que estaba segura era de que nunca estaba segura de nada.

Estuvimos abrazados en la cama, en bragas y gayumbos, contándonos secretos en voz baja hasta que se hizo de día. A mí me hubiese gustado besarle, pero no me atreví.

Él volvió a Madrid y con el tiempo conoció a una chica que le dio certezas, nos distanciamos. Y muchos años después, me escribió un correo larguísimo poniéndole al día de su vida, » y durante estos años, a ratitos te he echado estúpidamente de menos muchas veces, aquellas conversaciones por Messenger, aquellas risas por teléfono, aquellas filosofadas sobre lo que queríamos de la vida. Espero que lo hayas conseguido, yo sigo buscando y sigo sin saber por qué me fui de Gijón sin decirte que te quiero»

No recuerdo qué le contesté, creía que, si había encontrado lo que quería, aunque al final resultó que no. Y nunca nos dijimos te quiero. Aunque un poco, yo creo que nos quisimos.

Y algún te quiero más, también se me atragantó.  Unos por vergüenza, y otros por no saber si la otra persona lo iba a saber interpretar. Hay personas, que sólo conocen un tipo de te quiero, los tradicionales de «forever», y con esas personas hay que tener muchísimo cuidado porque pueden malinterpretar los otros, los más guays, los de verdad.

La primera vez que dije te quiero a un chico, era mentira. Todavía no lo quería, pero cómo él ya me lo había dicho hacía tiempo, me sentí en la obligación. Era uno de los de forever. Y él también mentía, pero no lo sabía.

La primera vez que lo sentí, sin embargo, no me atreví a decirlo, y eso que era de los otros, de los de verdad. Tenía dieciséis años y cada vez que estaba con él, sentía que me iba a explotar el corazón. Era ansiedad, no amor, pero no lo sabía y sentía que le quería. No se lo dije nunca porque me daba vergüenza.

Otra vez, me apeteció decirlo mientras me despedía del chico en una esquina, justo después de besarnos lento, mientras aún tenía los dedos (los míos) entre sus rizos (los de él) y él me decía «cuídate» mientras me miraba a los ojos sin remordimientos aun sabiendo que aquello no estaba bien. Habíamos estado follando y leyendo poesía.

Me apeteció decirle «tú también. Te quiero. Aquí y ahora siento que te quiero. Lo que pase luego da igual…»

No lo dije porque era muy largo. Y porque no sabía si él conocería ese tipo de te quieros. Me lo volví a callar por miedo, y porque además sabía que probablemente al día siguiente no le querría, pero en ese momento ¡joder que sí!

Con los años he aprendido a decirlo más aunque todavía hay alguno que me callo por vergüenza, o por ese miedo estúpido a que sólo conozca los “te quiero forever”, sin saber que los bonitos de verdad, son los “justo ahora, siento que te estoy queriendo”

La vetusta bloguera