Lo que vengo a contar hoy es para mear y no echar gota, de verdad que yo era una tía normal y corriente antes de mudarme a este puebluco apartado de la civilización y, sin embargo, ahora descubro cada día una nueva faceta de mi personalidad y es ya no sé si alguna es buena…
Tengo un curro inmejorable en todos los aspectos posibles que me deja mucho tiempo libre, teletrabajo a media jornada y el resto del tiempo necesito ocuparlo de mil maneras porque mi naturaleza inconstante no me permite centrarme en una sola y, aunque voy algún día a la ciudad, en general prefiero quedarme en casa. En esta casa que con tanto mimo elegimos mi pareja y yo, con tantas dudas nos hipotecamos y con tanta ilusión amueblamos y donde hicimos tantos planes que nos salían por las orejas en forma de corazoncitos, hasta que se folló a su ex y me dejó, a mí y a la casa de nuestros sueños.
Imagino que os preguntaréis por qué me he quedado en este adosado con garaje y jardín en el que me han humillado abandonándome, antes incluso de que llegase el último pedido de Ikea, y la razón no es otra que porque me encanta y me da mucha rabia mudarme y volver a empezar de cero en otro lado.
El caso es que, para ocupar el tiempo y no dejarme llevar por la mala leche que me entra cada vez que pienso en que el que iba a ser el padre de mis hijos esconde su arma en otra trinchera, cada semana me aficiono a algo random, depende de lo que vea en redes o me cuente alguien, por ejemplo, hace tres meses me dio por las maquetas de casitas de ladrillo, el mes pasado por la jardinería minimalista y este último estoy disfrutando de lo lindo espiando a mi vecino al más puro Austin Powers, sin ningún reparo ni vergüenza.
Con el moño empinado y la bata heredada de mi santa madre me paso casi todo el tiempo que no trabajo o duermo, pendiente del tipo de al lado, que, como yo, vive solo y me provoca una curiosidad poco sana que no puedo evitar.
Y no es que esté perdiendo la cabeza, es que el hombrito hace cosas muy raras, las pocas veces que se le nota en la casa, porque esa es otra, no le he visto salir ni entrar ni de la casa ni del garaje en el año y medio que llevo aquí y con todo el tiempo que paso en casa, de verdad que no me cuadra, ¡coño! si es que ni un puñetero paquete de amazon le traen, ni siquiera una triste compra del mercadona…
Desde el principio me di cuenta de que era un poco extraño no haber coincidido más en el jardín, como con los vecinos de la derecha, que de vez en cuando compartimos chascarrillos y algún favorcillo, pero el de la izquierda nada de nada, oye, que le habré visto dos veces en este tiempo y de pura casualidad, mientras se escabullía por las escaleras de su balcón hacía el jardín para meterse en la bodega que tiene debajo de la casa.
El tema es que este último mes he empezado a fijarme más en sus movimientos y a poner más atención en los sonidos procedentes de su casa, la soledad es muy perra amigas, y he llegado a la conclusión de que algo raro se cuece en esa casa y más en concreto, en la parte de abajo, que es como una planta subterránea, que algún vecino más tiene acondicionada como bodega con entrada desde el jardín.
Al principio disimulaba tendiendo ropa o bajando al jardín con un libro o el ordenador para no dar mucho el cante mientras ponía la oreja pero es que, desde la semana pasada ya no me corto un pelo y me pongo de puntillas en mi balcón para ver todo lo posible su jardín o me adhiero a la valla del jardín, que tengo cubierta con esa malla verde horrorosa y que está agujereada por algunos sitios, dejando unos huecos monísimos que me permiten meter el ojo y el hocico enterito para intentar ver qué pasa con este vecino.
El caso es que suele poner música alta cuando está ahí abajo pero, ni con esas se tapan los ruidos que salen por la puertecilla entornada de la bodega, que son como jadeos, carraspeos y chillidos ahogados…y sé que es una chaladura pero hasta se me ha pasado por la cabeza que pueda tener a alguien ahí metido y como soy mucho de novela fantástica, púes ahí que me paso casi todo el día, anotando las horas en las que está ahí metido y controlando las persianas de su casa, que curiosamente siempre se bajan de golpe cuando salgo yo al jardín.
Y lógicamente, como me estoy portando como una vieja al visillo o al jardincillo, me he metido en un problemón que no sé cómo coño acabará…
La otra noche no paraba de llover y el sonido de gotitas golpeando la barandilla del balcón me desveló y decidí salir a respirar ese olor fantástico a tierra mojada, no eran ni las seis de la mañana y me llamó la atención que la luz de la bodega del vecino estaba encendida, así que, ni corta ni perezosa, me calcé, me puse el primer impermeable con gorro que encontré y como el Gollum más enajenado que podáis imaginar, me encaramé a la valla para ver qué pasaba a esa intempestiva hora. No llevaba ni treinta segundos y de repente mi vecino salió de la nada y se plantó delante mi agujero. De la impresión, salí corriendo escaleras arriba, con tropezón incluido, y me metí en la cama con chubasquero y todo y con el corazón a mil, que ahora lo pienso y no sé si me pudo más el susto o la vergüenza.
Pero aquí no acaba la tragicomedia… cuando ya había conseguido calmarme y me disponía a desayunar, haciendo como si no hubiese pasado nada, suena el timbre, voy a abrir pensando que sería el tostador que pedí ayer y allí estaba, un tipo guapete, trajeado, sonriente y con unos ojos verdes muy profundos, diciéndome que es mi vecino de al lado y que, si me apetece, un día me invita a cenar a su casa. Y yo de vuelta ya a la bata y con unas ojeras exageradas, me quedé muda, con un gesto como si me hubiese dado un ictus, mientras le veía montarse en un cochazo gris metalizado y marcharse sin más.
Ahora llevo dos días sin salir al jardín y mi casa empieza a apestar porque no abro ni las ventanas por miedo, vergüenza o por las dos.
Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real.
Maragla