Me puse un balón intragástrico y esto fue lo que pasó

 

He sido gorda desde que tengo memoria.

Y mi madre ha intentado evitarlo desde que tenía seis tiernos años.

Ahí empecé mi primera dieta. A la que siguieron muchas más. Desde la dieta de la sopa de cebolla, hasta la dieta de la piña, pasando por la típica dieta de cajón de 1200 calorías, e incluso por la dieta de las lentejas. Dime una, seguro que mi madre me la ha puesto en algún momento.

Hace unos años se empeñó en que miráramos un balón intragástrico, que se estaban poniendo muy de moda, y prometían unos resultados milagrosos. 25 kilos en seis meses, sin pasar hambre y sin complicarte la vida. Sonaba perfecto, ¿verdad?

Me dejé convencer, porque siempre me ha costado mucho decirle que no a mi madre, y nos pusimos a la búsqueda de clínicas que realizaran el procedimiento.

Menos de dos semanas más tarde estaba entrando en el quirófano para que me lo pusieran.

El procedimiento no dura más de 20 minutos desde que entras hasta que sales. Utilizan un sedante suavecito que te atonta por unos pocos minutos, te meten el balón por endoscopia, y una vez dentro lo rellenan con un líquido inofensivo azul. Según el médico, solamente es salino. Y azul, para que te des cuenta si se rompe, porque empezarías a mear azul. En mi caso, me pusieron 648ml de líquido en el balón, reduciendo el tamaño de mi estómago en un 42%.

Me recomendaron unos días de reposo hasta que mi estómago se adaptara al cambio. Yo me cogí una semana de vacaciones.

Los primeros días fueron horribles. No paraba de vomitar. Os juro que ni durante mi embarazo, con hiperémesis gravídica, vomité tanto. Luego ya se calmó la cosa y pude empezar a vivir con normalidad. La sensación es rara. Si me tocaba la zona, podía sentirlo dentro de mí. Podía tocarlo. Y es una sensación extraña. Es una sensación de montaña rusa constante. Ahora sé que es una sensación muy parecida a la que tienes las primeras veces que sientes a tu hijo moverse en tu barriga, pero como yo no había tenido hijos entonces, solo supe describirla como extraña.

Respecto a la comida, los primeros diez días me tenía que alimentar a batidos. En mi caso, compré los de Meritene porque son los que me recomendó la doctora que me atendió, pero imagino que habrá más marcas ahí fuera. Son caros, eso sí (o lo eran por aquel entonces), id preparando el bolsillo. Mi médico de cabecera intentó pedírmelos por la seguridad social, pero no me sellaron la receta.

A los 10 días, cuando el estómago ya está más asentado, puedes empezar a comer cosas. Sigues sintiendo que está ahí, pero no molesta ni duele ni nada.

En la clínica me dieron una dieta de 700 calorías. Sin más, sin preguntar, sin conocerme. Una dieta tipo sacada del cajón, de 700 calorías. Para todos la misma.

Funcionó, o eso parecía, bastante bien durante un par de meses. O al menos perdía mucho peso, y me resultaba casi imposible comer todo lo que me marcaba la dieta.

Pero al tercer mes, me di cuenta de que me estaba acabando todo lo del plato, y me estaba quedando con muchísima hambre.

Al cuarto mes, aquello era insoportable. Ni con la dieta de la cebolla, en la que me pasé diez días bebiendo sopa de cebolla y tomate para desayunar, comer y cenar pasaba yo tanta hambre.

Estaba siempre mareada, siempre con dolor de cabeza, y siempre muerta de hambre. Se lo comenté a mi doctora, y me cambió la dieta a una de 1200 calorías. Levaba perdidos 24 kilos.

Con la dieta de 1200, ya no perdí nada más de peso. Me estanqué ahí y ni para arriba ni para abajo. Pero al menos ya me quedaba más o menos satisfecha con la cantidad de comida.

A los 6 meses, como estaba establecido, me lo quitaron.

El procedimiento fue más o menos igual que para ponerlo. Un pequeño sedante por unos minutos, y por endoscopia, retiran el líquido, y luego retiran el balón. Como la otra vez, en unos 20 minutos estaba de vuelta a casa.

Ya, más o menos, como me había sentido siempre. 

Por recomendación de mi doctora, seguí con la dieta de 1200 calorías que me recomendó. Y era horrible. Siempre con hambre. Hasta me desmayaba de lo floja que estaba.

Ahí ya fui a mi médico de cabecera porque no me fiaba de la doctora de la clínica, que solo me decía que era normal.

Parece ser que el estómago es un músculo. Y como tal, tiene la capacidad de expandirse y encogerse según lo considera necesario. Si siempre te quedas llena, tiende a expandirse un poco para acomodar la comida. Si siempre lo dejas vacío, tiende a encogerse para no estar todo el día vacío.

Al haber reducido la capacidad de éste a casi a la mitad, mi pobre estómago había intentado sobrevivir, haciéndose cada vez más grande, conforme yo le metía más comida. Hasta terminar del tamaño de una persona normal. Cuando quitaron el balón, pues se quedó un estómago gigante que no había forma de llenar.

Tardé casi un año en recuperar la “casi” normalidad estomacal. Y por el camino me encontré con esos 24 kilos, y casi 10 más de regalo.

De recuerdo, me ha quedado ardor de estómago de manera casi permanente causado por tanto maltrato que le di al pobre en su momento. Si antes nunca había tenido problemas de acidez, ahora vivo enganchada al almax cada vez que como algo con un poco más de grasa de lo normal (y por algo más de lo normal, me refiero a si se me va la mano con el aceite de la ensalada, no a que me ponga hasta el culo de croquetas).

Imagino que otras personas tendrán experiencias diferentes, pero esta ha sido la mía y quería compartirla con vosotras.

Andrea.