Hoy vengo a compartir otra de mis grandes hazañas e historietas. Tengo muchas y de todas ellas diría que esta es la cagada que mejor ha resultado al final.
Conocí al padre de mi hijo por una amiga en común en un concierto. Ella me invitó de sorpresa y me dijo que iría con su pareja y los amigos de él, que ya me había comprado la entrada y que era el momento de conocer al susodicho. No mentiré, tenía razón. Quizá llevaban dos años y «le conocía» de oír hablar de él o por fotos, así que aunque tuviera un cumpleaños les dije que iría para allá después. El concierto pasó sin más: Muy buena música, unos bailes y unas cervezas y muchos viajes al baño (la birra es lo que tiene). Después me fui a mi casa toda digna tratando de andar recto y pensaba que ahí habría acabado la cosa. ¡Qué inocente!
Al día siguiente me había mandado un mensaje uno de los amigos del novio. La conversación más corta que os podéis echar a la cara: Hola, ¿qué tal? El viernes vamos a tal sitio, deberías venir. Fin.
Luego descubrí que no habló más por vergüenza y que por lo menos consiguió invitarme a ir al bar donde iban ellos siempre. Mi amiga también iba así que no le di más importancia y cuando salí del trabajo tiré para allá. A diferencia del día del concierto todo el grupo estaba más distante y solamente me hablaba él, mi amiga y su novio. El resto parecía escurrirse entre la gente. ¡Ay, qué lenta soy pillando las cosas! Creo que me tardé como dos horas en ver que ahí se estaba cociendo algo: Cuando salimos a echar un piti y el chico en cuestión me preguntó si podía darme un beso.
Ahí empezó todo. Nos veíamos varias veces por semana, nos dejamos llevar por el momento y al mes ya sabíamos que se iba a convertir en algo serio. Había feeling, comunicación, buen sexo y mismas inquietudes y gustos. ¿Qué podría salir mal?
Pues a los dos meses de conocerle vino el susto: Un positivo. Estaba embarazada de cuatro semanas.
Recuerdo estar en el baño toda incrédula con las manos temblorosas y mirándome al espejo, negándome a mí misma la verdad. Me hice dos tests más porque no me entraba en la cabeza lo que estaba pasando: Otro a las pocas horas y otro al día siguiente.
No miento si os digo que todo eran dudas en mi cabeza: ¿Cómo le digo yo a este chico que estoy embarazada? ¿Qué se supone que tengo que hacer y lo peor es qué se supone que tiene que hacer él? ¿Va a desaparecer? ¡Yo lo quiero tener! ¿Le voy a joder la vida si lo hago?
Al final llamé a mi amiga para contarle el percal y me dijo que lo primero que tenía que hacer era decírselo a él y decidir juntos cuál era la mejor opción. Al final estuve pensando en qué quería hacer yo de verdad y finalmente ensayé mil veces el discurso en mi cabeza antes de ser capaz de decírselo a él. Yo lo iba a tener y él se podía implicar (o no) en la medida que quisiera. Sin reproches ni reclamos, porque quería que mi decisión le afectara lo menos posible (dentro de lo que cabe). Estuvimos sin vernos unos días, los mismos que él estuvo decidiendo si se quería implicar o no, valorar cada opción e imaginar posibles escenarios futuros.
Estaba ya de dos meses y había asimilado que estaba sola cuando me lo encontré en la puerta de mi trabajo con una sonrisa. Ahí se desvaneció todo el miedo que había sentido ese último mes; si estábamos juntos, estaríamos bien.
Ambos somos de planear las cosas, de los que se lo preguntan todo dos veces y no le gusta ir a lo loco. Hoy somos una pequeña familia de tres. Hemos tenido la suerte que ha funcionado bien y con mucho esfuerzo, paciencia y comunicación hemos superado cada bache que nos viene.
Aún luchamos con la mirada de incomprensión cuando nos preguntan qué edad tiene el niño y cuánto tiempo llevamos juntos, pero al final aprendes que a veces improvisar los planes no es lo peor del mundo mientras la compañía sea buena.