Cuando conocí a mi novio llevaba casi un año sin estar con nadie, a ningún nivel, ni siquiera un beso tonto una noche loca. NADA. Había estado con más chicos, por supuesto, pero nunca una relación muy larga, siempre el compromiso justo y poco más de unas semanas, unos cuantos polvos (con preservativo, obviamente) y cada uno por su lado. Sin dramas, sin enamoramientos, no había conocido a nadie que me hiciese sentir algo tan profundo como para que me plantease nada más allá de eso.

Cuando Fran apareció en mi vida todo pareció cambiar de color de repente. Siempre me apetecía volver a verlo, le echaba de menos durante la semana y si no me escribía de noche, dormía preocupada de que ya se le hubiese pasado, que ya no tuviese interés por mí. Sin embargo, su interés parecía ir creciendo y, cuando me di cuenta, se había quedado a dormir en mi casa toda la noche. Ni un mes después de conocerlo ya pasamos un finde completo juntos y a la semana siguiente no quisimos esperar a que llegase el viernes.

A mitad de semana se plantó en la puerta de mi trabajo cual acosador, investigando en fotos de redes y por las horas de conexión de mi WhatsApp para saber cual era la puerta de entrada de mi oficina y a qué hora exacta salía. Yo caminaba hacia la calle distraída cuando llamó mi atención un enorme ramo de flores del que salían unas piernas por detrás. Pensé en lo afortunadas que eran algunas cuando, al pasar a su lado, vi que pegado a esas piernas estaba el resto del cuerpo de Fran. Me miraba muy sonriente y avergonzado a la vez. Pensó que podría tomarme a mal lo que había hecho y, sinceramente, si lo hubiese hecho cualquier otra persona estaría llamando la policía en ese instante, pero viniendo de él me parecía tan romántico…


Ese día tuvimos sexo sin protección. Bueno, sin método barrera, porque yo tomaba la píldora por problemas hormonales, así que la parte del embarazo estaba cubierta. Para mi era un paso importante, era como la confirmación de que éramos pareja formal. Parecía que para él también significó algo. Sé que deberíamos haber tomado otras precauciones antes de eliminar la barrera, pero en ese momento parecía tan necesario y apasionante que no cabía en nuestros planes acudir juntos a hacernos una analítica.

A la hora de cenar bajamos a un restaurante que había debajo de mi casa pero, cuando pidió una botella de buen vino para celebrar, tuve que interrumpirle, estaba tomando un antibiótico por culpa de una muela que me estaba dando la lata y no quería estropear el tratamiento por tomar un vino. No pareció molestarle, de lo cual me alegré mucho.

Cuando llegó el fin de semana y se acercaba el momento de vernos, entre los nervios y el cansancio de no haber dormido esa noche, pasé el día despistada. Cada vez que me daba cuenta, me estaba frotando el pepe con alguna cosa, pellizcándome con los dedos, empujando contra la esquina de una mesa. Al principio no le di importancia, pero al cabo de un rato me interrumpí a mi misma justo cuando mi mano se dirigía directamente a rascarme el coño en medio de la oficina. SI, claramente me picaba mucho. En cuanto lo pensé profundamente el picor fue en aumento y la comezón de la parte interna de los labios era insoportable. Al principio pensé en Fran, pero entonces sonó la alarma de mi móvil recordándome la última toma de mi antibiótico y mi compañera de la mesa de enfrente me dijo “UF, yo eso no lo puedo tomar, me salen unos hongos como para dar cobijo a toda la familia de David el gnomo”.

Yo la miré extrañada: “¿Qué dices? ¿Cómo hongos?” “¿Nunca has tenido una candidiasis? Pues qué suerte, chica, porque yo a cada bajada de defensas se me pone eso como para raspar con una lija de lo que me pica” Sonreí incómoda y esperé a que estuviera despistada para salir corriendo a llamar a mi amiga Pili, que es matrona.

Le dije entre susurros: “Pili, mira, estoy en el curro, pero… Es que estoy tomando este medicamento y…” y al momento completó la frase “te pica la vagina, ¿no?”. Al parecer era más común de lo que yo creía, me mandó comprar una crema en la farmacia y llamarla si persistía. Debía tener precauciones en la intimidad de nuevo, pero tracé un plan para que Fran no pensase que me estaba echando atrás. Entre el cansancio del trabajo y que tenía muchas ganas de saber más de su vida, podíamos pasar un día genial sin sexo. Pili decía que la mayoría de los hombres eran asintomáticos y que, de no serlo, lo sabría de sobra.


Al llegar a casa Fran me esperaba en el portal, como acordamos, y empecé mi actuación. Estaba cansada, quería abrazarlo y charlar toda la noche. Mentira no era, pero que de no tener un picor insoportable entre las piernas ya hacía rato que me hubiese abalanzado cual gata salvaje, eso lo sabe Dios. Él hizo un par de intentos, pero al verme ojerosa y con carita de pena, no insistió. Al día siguiente por la mañana me levanté y no estaba. ¡No me lo podía creer! ¿A la primera negativa ya se iba a poner así?

No negaré que pasé una mañana de mierda, nerviosa y angustiada. Realmente me gustaba mucho y no entendía ese cambio de actitud repentino. Finalmente no pude más y lo llamé. Me contestó serio, seco y de malas maneras. Yo le dije “¿Se puede saber por qué te has ido así, sin avisar?” a lo que me contestó “Pues llevo una hora en el hospital, esperando a que me atiendan para ver qué coño me has pegado. Ya me parecía a mi demasiado bonito para ser real…” ¡Que yo le había pegado el qué! Si mis hongos eran nuevecitos y ya hacía días que… “según internet este sarpullido en el capullo y el escozor que siento son síntomas de gonorrea, no quiero ni pensar qué coño habrás hecho, pero esto si que no me lo esperaba” ¡¿Gonorrea?!

Colgué el teléfono, no quería seguir escuchando. Entré en Google y busqué los síntomas de mi precioso hongo en hombres y envié el enlace a Fran al momento donde ponía “La gran mayoría de los hombres no tienen síntomas, pero sí son portadores del hongo; aunque un pequeño porcentaje puede sufrir una erupción en el glande, escozor, picor e irritación.” Después le expliqué lo del antibiótico y todo lo que había pasado el día anterior, por lo que confiaba que el hongo hubiese parecido después de nuestro encuentro del miércoles. Añadí otro mensaje antes de apagar el teléfono “Yo antes de desconfiar de ti y salir huyendo, hablaría contigo”.

Media hora más tarde estaba en la puerta de mi casa con flores y dos botes de crema para los hongos. Su cara era en sí una disculpa. Pensé que no podría hacer nada para que se me pasase el cabreo, pero aquella estampa bizarra con lirios y tubos de crema me hizo demasiada gracia.

Seguimos juntos y cada vez que tengo una bajada de defensas, mi amiga cándida vuelve y, por desgracia para él, lo nota Fran un día o dos antes que yo. Se ve que es muy sensible y, la verdad que a mi me viene genial porque me permite empezar el tratamiento antes que los síntomas.

 

Relato escrito por Luna Purple basado en la historia real de una lectora.