Nunca había visto cómo soy en realidad. Nunca me había reconocido en las descripciones ajenas. Me he burlado y sentido ridícula en incontables ocasiones por no ser capaz de creer las características que me asignaban.

Años y años de negación ante cualquier intento de click, de destrozar retratos y guardar decenas de álbumes en el rincón más recóndito que pudiera haber. De obviar opiniones de cualquier tipo y evitar conversaciones sobre el yo.

Pero el día menos pensado, un simple móvil de gama media recoge, sin filtros, retoques, efectos, ni pretensiones, un sincero abanico de grises plagado de curvas, arrugas, poses, miradas y sonrisas. Por supuesto, vuelve la negativa a ver cualquier resultado, hasta que, tras mucha insistencia, accedo a mirar. Como si de una sanación milagrosa se tratase, los ojos se abren ante una belleza sencilla y pura. Una mujer en blanco y negro que me parece bella. Necesito observar todo otro par de veces para darme cuenta de que esa mujer soy YO.

Me recreo un buen rato. Primero, incrédula. Después, avergonzada y, finalmente, tremendamente feliz y satisfecha. Agradecida, ilusionada y orgullosa. Continúo recreándome durante días; aún sigo haciéndolo.

Me reconozco bella, me reconozco como yo.

Ahí permanecerán los blancos, negros y grises, para recordarme cómo soy en realidad. Cuando no quiera reconocer que soy ella, cuando pase de largo ante cualquier reflejo, cuando sienta vergüenza de cada uno de mis 169 centímetros. Y cuando nadie entienda nada de esto.

Miraré y podré ver, de nuevo, cómo soy en realidad. Porque es bien sabido que a las personas de poca fe nos vale más una imagen que mil palabras (o pensamientos). La mente es capaz de distorsionar la realidad, pero con tiempo, ciencia y cuidados, podemos, al menos, ser conscientes de esa distorsión; un paso enorme que permite deshacernos del autoengaño y disfrutar de la belleza.

Intentado huir de clichés de autoayuda, juro solemnemente que no hay nada más pasional y emotivo que disfrutar de la belleza propia. El ego y la vanidad, en su justa medida, son necesarios; nos enseñan y nos permiten avanzar, madurar.

Lo maravilloso de la realidad es que está ahí siempre. Lo maravilloso de haber vivido fuera de ella y encontrarla es saber que nunca se irá.

Ahora solo falta pasar al color.

@ainho87