Me salvó la vida un polvo de una noche

 

No sé qué hacéis vosotras cuando pasáis por una ruptura. Yo soy de las que piensa que un clavo saca otro clavo. Pero como lo que menos me apetece después de salir de una relación, es empezar otra, lo que hago es sacar clavos con otros clavos hasta que me canso de darle al martillo. Me paso por la sección saca-clavos de Tinder, o salgo por ahí con el radar conectado para dar con quien esté buscando lo mismo que yo. Es decir, alguien con la misma pretensión de pasar un buen rato y, después, si te he visto no me acuerdo.

En esas estaba el viernes que conocí a este chico, pongamos que se llamaba Salvador.

Salvador rondaba los treinta, no era el tipo más guapo del mundo, pero sí muy atractivo. Y lo que le podía faltar de hermosura lo compensaba con creces con su piquito de oro. Además, bailaba muy bien. Y a mí me ponen los tipos que saben bailar, es mi kriptonita.

Bailamos, nos tomamos tres copas y, cuando me propuso tomar la cuarta en una habitación de hotel, acepté sin dudar.

Me salvó la vida un polvo de una noche
Foto de Cottonbro en Pexels

Pese a las ganas que llevábamos horas acumulando, primero nos tomamos un par de esas botellitas tan monas del minibar. No obstante, aún nos sabía la boca a alcohol cuando empezamos a liarnos como si no hubiera un mañana. Lo primero que salió volando por los aires fue mi vestido, lo segundo mi sujetador. Salva ya me lo había avisado, le molaban mis tetas. Y yo me di cuenta de que sueltas y al natural también, porque fue directo a comérmelas en cuanto las hubimos liberado. Por suerte para mí, no se limitó a los pechos, aunque es cierto que, cuando no los tenía metidos en la boca, los estaba estrujando con las manos.

Tanto fue así, que hubo un momento en el que llegué a distraerme y a preguntarle si pasaba algo. Se había quedado como pillado amasándome la teta derecha.

 

Me salvó la vida un polvo de una noche

 

Pero él respondió que no pasaba nada, o hizo un gesto o algo y yo me olvidé porque siguió a lo que estábamos. Debo confesar que fue uno de los mejores clavos que recuerdo. Salva era un amante generoso y entregado.

Total, que después de chuscar durante mucho más rato de lo que acostumbraba y de quedarnos los dos bastante a gustito, le di las gracias y me dispuse a vestirme para irme a mi casa a reponerme tranquilamente de la improvisada maratón sexual.

Entonces Salva me dijo que esperase, saltó del colchón, vino hacia mí y me pidió que levantara los brazos sobre la cabeza.

Yo me quedé en plan ‘¿cómo?’. Y él se puso a toquetearme la teta y la axila derechas, ahí, en bolas, con la picha a media asta y una cara de concentración que flipas.

Me salvó la vida un polvo de una noche
Foto de Cottonbro en Pexels

Me lo quedé mirando hasta que no aguanté y le pregunté qué cojones estaba haciendo. Y mira que aún estaba de subidón, pero se me bajó todo cuando me respondió que tenía un bulto en el pecho y que debería pedir cita con mi ginecólogo.

Salva ya me había comentado que era médico cuando pasamos la fase de estudias o trabajas, así que, aunque él era internista y yo no me había notado nada ni tenía ninguna molestia, me quedé un poco rayada.

Nos despedimos para no volver a vernos y yo entré en la aplicación de mi seguro para pedir cita con mi médico en cuanto entré en el taxi.

Así fue como me salvó la vida un polvo de una noche. Porque Salvador estaba en lo cierto. Tenía un pequeño tumor que resultó ser cancerígeno.

Gracias a él pude empezar a ponerle remedio en una fase muy temprana y, aunque al final me he quedado sin una teta, estoy viva y dada de alta.

No sé de él nada más que su nombre de pila, no llegó a decirme en qué hospital trabajaba y no he conseguido volver a encontrármelo a pesar de que, cada cierto tiempo, salgo por la zona en la que nos conocimos con el único propósito de buscarle entre la gente para poder darle las gracias.

 

Tatiana

 

Envíanos tu historia a [email protected]

 

Imagen destacada