Hace mucho tiempo ya que llegué a la conclusión de que la primera relación sexual no es la más importante de nuestra vida. O al menos, no de la mía.

He tenido la suerte de follar mucho y muy bonito, de echar polvos memorables, muchos de ellos desastrosos pero dignos del recuerdo al estar impregnados de risas, de respeto y de mucho amor, y todos ellos eclipsan con creces al que fue mi primer polvo. Y no porque no cumpliera para nada las expectativas que mi cabecita tenía montadas, que también, sino por la amarga revelación que se me hizo poco tiempo después. Y si bien hoy apenas lo recuerdo y no le doy importancia, a la tierna edad de 16 años, con las inseguridades a flor de piel, fue algo que me dolió muchísimo.

Nos habíamos conocido por Tuenti; él era de un pueblo a casi una hora de mi ciudad, amigo de una amiga mía del instituto. Habíamos coincidido varias veces en su tablón de comentarios y poco después nos agregamos y empezamos a hablar. Nos llevábamos muy bien, era un chico divertido y teníamos bastante en común, y sobretodo, él no era como el resto: le gustaba leer, escribía poesías (malísimas, por cierto), tenía el pelo largo y le gustaba el rock.

Ya, ya lo sé, los ‘’good boys’’ que no tienen nada que ver con el resto de tíos son los peores, pero qué le vamos a hacer, yo era una cría que nunca había tenido pareja y que para colmo había sufrido bullying en los dos colegios a los que había ido, y de repente me encontraba con un chico sensible que me trataba genial y con el que tenía mucho en común…vamos, que me pillé como una imbécil.

Llevábamos un tiempo hablando sin nada más que una bonita amistad entre nosotros cuando me dio una gran noticia: iba a venir a echar un partido de baloncesto a mi ciudad y ¡por fin podríamos desvirtualizarnos!

Además iba a jugar en el polideportivo de mi barrio, más a mano imposible. Así que cuando llegó el gran día quedé con la amiga que teníamos en común para que llevase a cabo las ‘’presentaciones’’ oficialmente y allí que me fui, con el corazón a punto de reventarme las costillas de los nervios.

Llegamos cuando el partido ya había acabado, ya que yo había tenido clase de inglés y mi amiga no recuerdo qué, y le pillamos justo a la salida del polideportivo. Y qué queréis que os diga, nuestras miradas se encontraron y yo me sentí morir de amor, ¡qué guapo era! Creí que me iba a dar algo cuando puso su mano sobre mi hombro para acercarse a darme dos besos. 

No pudimos estar mucho rato juntos, pero aquella misma noche me confesó su amor y me pidió salir, disculpándose por no habérmelo pedido en persona, pero a ver, el pobre no lo había tenido claro del todo hasta que me vio y supo que me amaba, y no era plan pedirme salir delante de todo su equipo de baloncesto. Y, ¡ay, queridas!, fue todo tan bonito, tan tierno, que no me importó que la mayor parte de la relación tuviera que darse a través de una pantalla.

Empezamos a quedar un par de veces al mes en una ciudad a mitad de camino entre la mía y su pueblo, y al cabo de unos meses dimos el paso de que él viniera a mi casa y yo a la suya.

La relación marchaba viento en popa, supongo que en parte porque al no pasar apenas tiempo juntos casi no discutíamos, tratando de exprimir al máximo cada minuto juntos y de paso, de ir explorando poco a poco la precaria intimidad que nos permitían los escasos momentos en que nos quedábamos a solas.

Así, una de las últimas veces que fui a su pueblo y aprovechando que sus padres no estaban y que su hermano dormía en la planta de arriba, nos encerramos en el baño y lo hicimos por primera vez. Por supuesto nada que ver con mis expectativas: intentó subirme al lavabo, casi me abro la cabeza, y una vez que consiguió metérmela terminó tan rápido que hubiera jurado que no había pasado nada de no haberme percatado poco después de la mancha de sangre en mis bragas.

Y después de joderme, se jodió todo.

Al día siguiente me acompañó al tren, como siempre. Iba distante y cabizbajo y di por hecho, tonta de mí, que le apenaba que me fuese. Llevaba mi maleta, y sin venir a cuento me dio un empujón que me obligó a bajarme de la acera justo cuando venía un coche.

‘’Pero, ¿qué haces? Casi me atropellan por tu culpa’’, le grité, a lo que él, lejos de disculparse, me respondió que había que ver cómo me ponía por una broma, me devolvió la maleta y tiró delante de mí.

Tras aquello y durante dos semanas todo fueron discusiones y malos rollos, a veces por tonterías y otras por cosas más serias, hasta el punto de que un día le llamé llorando y le dije que no podía más, que la relación se había acabado. Esa misma noche me mandó un texto larguísimo y precioso cuya conclusión era que me quería y que quería otra oportunidad, a lo que yo, no muy convencida, le dije que bueno, que cuando viniera a verme lo hablaríamos en persona y ya veríamos qué pasaba.

El día que tenía que venir me puso una excusa en el último momento y me dejó plantada, dejando pasar varios días hasta que por fin le echó huevos y se presentó en mi ciudad, montando tremenda performance en el parque de nuestra primera cita y devolviéndome una pulsera que le había regalado mientras me decía con todo su cuajo que había llegado a la conclusión de que era mejor que cortásemos.

La cosa quedó ahí y decidimos seguir teniendo una relación cordial, aunque durante una temporada me tuvo bloqueada porque, según él, necesitaba tomar distancia.

Total, que pasado el tiempo empezamos a hablar otra vez de vez en cuando, él me contaba sus nuevos cuelgues, me hablaba de su ex y de la rabia que le daba que estuviese con un capullo, y según me iba contando yo iba viendo detalles que se me habían pasado por alto por culpa de la ceguera del amor.

Hasta que un día salió el tema de las relaciones sexuales y de si habíamos vuelto a follar con alguien desde que habíamos cortado; yo le dije que no, que no se había dado la ocasión, y él me confesó que estaba disgustado porque había dado por hecho que, una vez perdiera la virginidad perdería también la timidez a la hora de entrar a posibles ligues.

Quise dar por hecho que le había entendido mal, porque sinceramente, yo cuando me acosté por primera vez di por hecho que nuestra relación iba para largo, que si había decidido que su primera vez fuese conmigo era porque me quería igual que yo le quería a él.

Pero qué va, queridas, cuando se explicó fue mucho peor: estaba desesperado por perder la virginidad, pero era demasiado tímido para perderla con alguien con quien no tuviese cierta confianza, así que había mantenido una relación de pareja conmigo como podría haberla mantenido con cualquier otra con la idea de ‘’estrenarse’’ y después dedicarse a follarse a toda la que se le pusiera a tiro.

En su cabeza sonaba espectacular. Tras esta confesión debo admitir que no recuerdo si le puse verde, si le mostré mi disgusto o si me limité a bloquearle; lo que sí que recuerdo es que me dolió muchísimo enterarme de que había sido utilizada de una manera tan ruin.

Pero en fin, hace poco he vuelto a saber de él por mediación de la amiga que nos presentó, y he sabido por ella que lleva soltero desde entonces y que sí, ha tenido algo con un par de chicas, pero le han calado rápido. Ahora se dedica a quejarse de que todas son unas guarras porque todas le conocen y ninguna le da ni los buenos días. Que se joda.

Con1Eme