Me vine a España por él y nada más llegar me fue infiel
(Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real de una lectora)
Esta es una historia sin el final feliz que esperaba la protagonista, como tantas otras. Lamentablemente, nos llevamos toda la vida intentando ajustar expectativas para evitar sufrir una decepción como la que yo sentí. Pero el corazón es el que es, las emociones son las que son. Y, si encima te ponen un caramelito en la boca, tú te lo comes.
Todo se remonta a mi época universitaria. Una de mis íntimas de entonces era de un pueblo de Málaga, y tenía un grupo de amigos/as en el que reinaban el buen rollo y la diversión. Ya sabéis, de esta gente que proponen planes a cada rato y se lo suelen pasar bomba, porque necesitan muy poco. Y, además, resulta muy acogedora con quienes no son del grupo. Me lo pasaba tan bien con ellos/as que me unía a todos los planes que proponían: que si las fiestas del pueblo, que si una escapada a una casa rural, que si un día en la playa…
En su grupo estaba Lolo, uno de sus mejores amigos. Por entonces, Lolo salía con otra chica de la pandilla, y yo, por respeto a ella, a mi amiga y al propio Lolo, nunca hice comentarios demasiado sugerentes. Pero a mí él me gustaba, no lo niego. Me encantaba su sentido del humor, encajaba muy bien sus golpes de ironía y se los devolvía de un modo que a él también le hacía gracia. Teníamos conversaciones largas y, para mí, estimulantes.
Si hubo algún comentario que se pudiera englobar dentro de la operación “Tirar la caña”, ambos pasamos un tupido velo. Nunca pasó nada entre nosotros, solo hubo afinidad. Y luego, ya sabéis, se termina la carrera y se mantiene poco contacto con la mayoría de excompañeros/as, menos aún con quienes eran sus amigos/as del pueblo.
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El “reencuentro”
Yo terminé la carrera en 2011, en plena crisis económica. El mercado laboral era un desastre y las noticias ofrecían tan mal pronóstico que a mí me invadió un espíritu de pesimismo. Sabía que aquí lo tenía crudo y conocía experiencias de otras personas de mi entorno que habían prosperado más o menos en el extranjero, así que decidí intentarlo. Me fui a la Londres de antes del Brexit y, por mi currículum y un nivel de inglés decente, no me costó encontrar trabajo como camarera en un pub.
Ya os imagináis lo duros que son los inicios en un país extranjero, pero yo pensaba tomármelo como una experiencia que me ayudaría a desarrollarme personalmente. Me haría asumir retos sin tener cerca la red familiar que amortigua cualquier caída, y con la barrera de un idioma que quería mejorar. En cuanto me convencí de qué me había llevado hasta allí, que no era la fiesta, logré estar bien. Incluso hice mi grupo de amigos/as, otros/as españoles/as y latinos/as exiliados/as.
Un buen día, me encuentro con un mensaje en el chat de Facebook de alguien a quien hacía tiempo que no veía: Lolo. Que qué tal, que cómo me iba. Que había visto que me había mudado a Londres y que se lo confirmó Bea, nuestra amiga en común. Que se alegraba de verme bien y que a ver si nos volvíamos a ver. Y, como supondréis, había mucho implícito en ese: “Bueno, guapa, pues a ver si nos volvemos a ver”.
Lo constaté unos días después, cuando Lolo me volvió a hablar a cuenta de una foto que había publicado. Y así se abrió una sucesión de conversaciones que se convirtieron en casi diarias, y que llevaron a planos más íntimos. Me contó que había terminado con su novia, la chica a la que yo conocí, que andaba buscando curro, que también a él le hubiera gustado tener la valentía de marcharse… Y yo le contaba mi día a día y cuánto echaba de menos mi casa, la comida, el clima y a los/as amigos/as.
Hasta que llegó el momento, que se veía venir, en el que los dos confesamos que, en aquella época universitaria de fiestas continuas, nos habíamos sentido atraídos el uno por el otro.
A mí me fueron naciendo mariposas poco a poco, y ya se me dibujaba una sonrisa en la cara cada vez que me sonaba una notificación que, por las horas, yo intuía que podía ser de él.
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¿Relación?
Pasaron los días y las conversaciones ya tenían un nivel de intimidad propio de parejas incipientes. Los dos nos habíamos confesado ya que nos gustábamos mucho y habíamos acordado que, en Londres o en Málaga, nos moríamos de ganas de vernos.
Aquello coincidió con mi primer aniversario en Londres, con que ya me había hartado de las condiciones de mierda de mi curro y decidí dejarlo para buscar algo mejor, ya con un nivel de inglés más que decente.
Pero ya empezaba a pesarme la vida en la Gran Bretaña y tenía una nueva ilusión a muchos kilómetros de distancia. Así que, en una de nuestras conversaciones, le dije a Lolo que me estaba planteando volver en lugar de buscar trabajo allí. Y a él le pareció una idea excelente. Que sí, que le encantaría volver a verme, que apoyaba mi decisión. Y yo decidí replegar las alas de vuelta a casa.
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Decepción
Volví a Málaga un mes después con más ganas de ver a Lolo que a cualquiera de los miembros de mi familia o mis amigos/as. Quedamos un jueves por la noche, tomamos algo y acabamos enrollados y follando en cualquier descampado en la parte de atrás de su coche.
La verdad es que yo no sentí esa conexión que recordaba en nuestros encuentros anteriores, ni que yo suponía que surgiría en nuestras interminables conversaciones. Pero, como hacía tiempo que no nos veíamos, supuse que era normal.
Quedamos para dos o tres días después, pero, al día siguiente, me llamó para cancelar la cita y decirme que se había estado liando con otra chica en las últimas semanas. Pese a estar hablando conmigo y haberme animado a volver. Lo sentí como una deslealtad, aunque al menos fue honesto. Me dijo que ella le gustaba y que querían intentarlo, que parecía que iban en serio, lo que me sacaba a mí de la ecuación. Me lo tomé fatal, le dije de todo, lo bloqueé de todas mis redes y no hemos vuelto a hablar desde entonces.
Ya, ya sé lo que pensáis. Que no se puede considerar infidelidad, que nosotros no teníamos nada, que ni siquiera habíamos hablado de exclusividad y que, si decidí volver, fue enteramente cosa mía. Y no digo que no.
Pero nadie me quita la sensación de decepción ni la impresión de que el tío actuó con muy poca responsabilidad afectiva. Que no cometió ningún crimen al enamorarse de otra, pero que no fue cauto al hablarme de ciertas cosas y de según qué forma. Quiso que me ilusionara y lo hice, hasta el punto de tomar una decisión de bastante calado. Cuando, en realidad, él solo iba picoteando aquí y allá a ver si alguna le cuajaba. No fui yo.
Anónimo
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