A los veinte años estuve a punto de casarme con el primer chico que me hizo sentir algo que se parecía al amor, pero que no lo era.

Yo era un poco niñata y lo cierto es que me cegué de tal forma con el brillo que rodea a las bodas que no veía nada más y casi cometo el que sería mi más grande error hasta el momento.

Me imaginaba blanca y radiante, rodeada de mis amigos y familiares, dando besos y abrazos y bailando y pasándolo pipa… Lo de menos era el hombre que iba a hacer eso conmigo.

Menos mal que me empeñé en esperar al verano para asegurarnos una climatología favorable y poder celebrar el enlace en una finca preciosa que ya tenía fichada. De lo contrario no me habría dado cuenta a tiempo de que aquel novio y yo íbamos a estar mejor por separado.

Pasó lo que tenía que pasar, pero a mí se me quedó el trauma enganchado al pecho. Por un lado, me cerré al amor. Por otro, me dolía pensar que nunca iba a tener la boda de ensueño que anhelaba desde niña. Pues yo quería casarme joven, tersa y con las carnes prietas y llenas de vida. Y a los veinte pensaba que las ‘señoras’ de más de cuarenta eran demasiado viejas para ser novias.

Ya, tenía un buen bofetón por aquel entonces.

El caso es que tuve varias relaciones más o menos serias, aunque ninguna en la que nos llegáramos a plantear el matrimonio.

Así que, mientras dejaba olvidados mis deseos de boda en una caja de cartón marrón en el trastero de mi cerebro, asistía a las bodas de mis amigos y familiares cada vez más convencida de que yo no iba a pasar por ahí.

Imagen de J. Carter en Pexels

 

Hasta que, a punto de cumplir los cuarenta, conocí al hombre que me hizo sentir mariposas en el estómago como una adolescente, que me devolvió la ilusión y, con el paso del tiempo, las ganas de boda.

Pues sí, resulta que me voy a casar pasados los cuarenta y no veo el drama, chiquis.

Es que… qué relativo es todo, eh.

Yo no sé qué clase de empanada mental tenía yo durante los veinte. Ni los treinta.

Lo que sí tengo claro es que estoy en la mejor etapa de mi vida.

Ahora soy más madura, serena y responsable, pero sigo siendo una chiquilla rebelde y alocada cuando la situación me lo permite.

Y estoy más enamorada de lo que lo estuve cuando era una chavalita que creía que si llegaba a casarse con cuarenta y tres años cumplidos, lo haría en un acto íntimo y sencillo en el registro civil, con un traje chaqueta de C&A.

 De eso nada, joven yo.

Vamos a celebrar una boda por todo lo alto. Habrá montones de invitados, reportaje fotográfico, un banquete espectacular, horas y horas de baile y un vestido de novia ostentoso, blanco y con cola.

Porque yo lo valgo.

Porque estoy un poquito más arrugada, tengo canas, arañas vasculares y los pezones más distraídos que hace veinte años, pero me voy a casar con un hombre maravilloso y voy a hacerlo tal y como siempre he imaginado.

O incluso mejor, que son muchos años yendo a bodas y he tomado apuntes.

 

Anónimo.

Envíanos tus vivencias a [email protected]

 

Imagen destacada de J carter en Pexels