Irene había repetido 2º de Bachillerato y se había quedado sola, pues todas sus amigas se habían marchado a la universidad. Ahí fue donde nos conocimos, ya que una de mis amigas la conocía desde hacía años y empezó a juntarse con nosotras. Ella tenía una mente brillante a la que, por desgracia, no daba demasiado uso, pues se pasaba la vida de fiesta, faltaba con frecuencia a clase, andaba cada día con un chico distinto y abusaba del alcohol y la marihuana; por el contrario yo, que no tenía ni de lejos la capacidad que tenía ella, me pasé esos años prácticamente enclaustrada, tratando de sacar buenas notas y de irme a la universidad cuanto antes.
Yo soñaba con terminar mis estudios, encontrar un buen trabajo, casarme y tener hijos; ella por el contrario renegaba del matrimonio y soñaba con ser una mujer libre, independiente y sin ataduras más allá de su trabajo.
Si algo nos unía a Irene y a mí por encima de todas las cosas era el deseo de estudiar Derecho para tratar de aportar nuestro granito de arena a lograr una sociedad más justa, y fue este deseo el que, una vez terminamos Bachillerato y empezamos a juntas en la universidad el que la llevó a dejar la relación tóxica en la que había entrado, a despedirse de las drogas y a centrarse en sacar adelante sus estudios. Ambas estudiábamos en la universidad a distancia, aunque nuestro sueño era superar el primer año e irnos fuera, a una universidad ‘’de verdad’’. Ella lo consiguió, y no negaré que lo tuvo un poco más fácil que yo, ya que una tía suya que era abogada y vivía lejos al ver que por fin se había centrado la ofreció irse a vivir con ella y trabajar de pasante mientras completaba sus estudios. Sin embargo, yo me quedé, no me podía permitir irme, y para colmo mi madre cayó gravemente enferma a causa de un cáncer. Traté de seguir estudiando, pero lógicamente no podía centrarme como me hubiera gustado, por lo que suspendí varias asignaturas, perdí la beca…y lo dejé. Durante años lidié con la enfermedad de mi madre, con responsabilidades familiares y con trabajos mal pagados mientras veía como Irene terminaba la carrera y el máster y abría su despacho, ese despacho que siempre habíamos soñado con abrir juntas. Habíamos perdido contacto, pero nos seguíamos por redes sociales y a través de ellas yo iba viendo la evolución de mi amiga. Un par de años después de abrir el despacho daba el ‘’sí, quiero’’ a su novio, mientras que yo seguía sin poder irme a vivir con el mío. Por supuesto que la felicité, me alegré por ella de corazón, pues sé que para ella salir del pozo en el que había estado metida no fue fácil; sin embargo, en cierto modo me dolía ver cómo ella cumplía todos aquellos sueños que habían sido míos.
Hace poco volvimos a vernos después de muchos años; yo volvía a mi casa, la casa en la que por fin vivo con mi novio después de muchos esfuerzos, la casa en la que he podido retomar mis estudios de nuevo y luchar por mis sueños otra vez, y ella salía de una clínica que hay en mi barrio con su marido, ambos con una sonrisa que iluminaba su cara.
Nos dimos un abrazo enorme, me presentó a su marido y me dio la gran noticia: iba a ser mamá y les acababan de decir que iba a ser una niña, y yo no pude hacer otra cosa que emocionarme. Estuvimos hablando un buen rato y nos pusimos al día: ella me contó cómo había conocido a su marido, la aventura que había supuesto abrir un despacho propio cerca de nuestra ciudad natal, ya que podría haberse quedado trabajando con su tía pero quería estar cerca de sus padres, sobre todo desde el momento en que su marido y ella habían decidido que formarían una familia.
Yo por mi parte le conté lo de la enfermedad de mi madre y cómo había tenido que dejar todo aparcado durante años, y también la de veces que había estado a punto de abandonar, de limitarme a ir enlazando trabajos precarios y al menos descansar mentalmente. Ella me animó a seguir y me dijo que siempre había admirado mi tenacidad y mi resiliencia, y yo me reí y le dije que me alegraba muchísimo por ella, pero que parecía que el destino hubiese intercambiado nuestros papeles en la vida. Nos volvimos a abrazar y nos despedimos, y aunque en un primer momento me quedó una sensación agridulce, cuando llegué a casa y se lo conté a mi novio lo vi de otra manera: en muy pocas ocasiones la vida sale como la habíamos proyectado. Me alegraba sinceramente por mi amiga, se merecía la felicidad que había visto en sus ojos, y si bien mis proyectos han tenido que postergarse no significa que haya renunciado a ellos, simplemente he tenido que adaptarme a otro paso.
Hubiera sido absurdo enfadarme o deprimirme por ver que Irene ha conseguido todo lo que yo siempre soñé, entre otras cosas porque no hubiera afectado a mi vida para nada que a ella le hubiera ido de otra manera. Ahora sólo espero poder contarla algún día que por fin soy abogada, que por fin mi novio y yo vamos a casarnos y que por fin voy a ser mamá, y compartir esa alegría con ella como las compartíamos antiguamente.
Anónimo
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