La transformación de mi amiga después de perder peso fue como un viaje en montaña rusa. Al principio, estábamos todos emocionados por ella. Había estado luchando con su peso durante años, y cuando finalmente comenzó a ver resultados, no podíamos estar más contentos. Pero conforme pasaba el tiempo, yo no podía evitar notar que algo había cambiado en ella.
Al principio, sus cambios eran positivos. Se sentía más segura de sí misma, tenía más energía y estaba emocionada por todas las nuevas oportunidades que la vida parecía ofrecerle. Pero pronto empezaron a aparecer las señales de advertencia.
Empezó a obsesionarse con su apariencia, pasando horas en el gimnasio y vigilando cada bocado que comía. Dejó de salir a comer con nosotros, justificando que necesitaba mantener su dieta estricta. Al principio, tratamos de ser comprensivos, pensando que era solo una fase mientras se adaptaba a su nueva vida saludable. Pero esa fase nunca terminaba.
Su actitud hacia los demás también cambió. Se volvió crítica, juzgando especialmente a aquellos que no seguían su estilo de vida. Comenzó a hacer comentarios hirientes sobre la apariencia de las personas y a menospreciar a aquellos que no estaban tan dedicados como ella en el gimnasio. Se volvió difícil de estar cerca, y muchos de nosotros comenzamos a distanciarnos.
Pero lo peor fue cuando empezó a proyectar sus propias inseguridades en los demás. Constantemente nos recordaba lo importante que era estar en forma y cómo eso nos haría más felices y exitosos. Intentaba convencernos de que necesitábamos seguir su ejemplo, como si la única forma de ser felices fuera a través de su estilo de vida obsesivo.
Fue entonces cuando me di cuenta de que mi amiga se había vuelto tóxica. Ya no era la persona divertida y comprensiva que solía ser. En su lugar, estaba consumida por su propia imagen y obsesionada con la perfección física. No importaba cuánto peso perdiera, nunca parecía estar satisfecha consigo misma.
Intenté hablar con ella sobre cómo me sentía, pero cada vez que lo hacía, ella lo interpretaba como una crítica a su estilo de vida. Se volvió defensiva y distante, incapaz de aceptar que su comportamiento estaba haciendo daño a los que la querían.
Finalmente, tuve que tomar la difícil decisión de alejarme. Ya no podía soportar la toxicidad de nuestra amistad. Fue doloroso ver cómo alguien a quien había conocido y querido durante años se había transformado en una versión distorsionada de sí misma.
A veces me pregunto qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes. Si hubiera encontrado una manera de comunicarme mejor con ella, o si hubiera buscado ayuda para lidiar con sus propias inseguridades.
Perder peso había sido un logro notable para mi amiga, pero también fue el comienzo de su caída en la toxicidad. Ahora, mientras miro hacia atrás en nuestra amistad, me duele ver cómo algo tan positivo se convirtió en algo tan destructivo. Pero al menos aprendí una lección importante: la verdadera belleza viene de adentro, y ninguna cantidad de peso perdido puede compensar una personalidad tóxica.
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