A veces, cuando la vida se me pone demasiado cuesta arriba, admito que el agotamiento me hace renegar de ser mujer. Todo lo relativo a nosotras me parece dificilísimo, y sueño con haber nacido hombre, pero no uno de los de la nueva masculinidad, sino un hombre machirulo, hedonista, inmaduro y narcisista. Un hombre como, por ejemplo, mi primer ex. Llamémosle De.
Como os decía, De es mi primer ex. Por tanto, fue también mi primer novio. Y, también, mi primer amor. Nos conocimos en la facultad, nos agregamos al Messenger y pasábamos madrugadas enteras chateando. Yo no me podía creer lo que estaba viviendo. Por fin había encontrado a alguien con quien ser yo no daba miedo, alguien a quien todo lo que hacía le parecía maravilloso y que quería pasar la vida conmigo.
Era imposible que nadie más en el mundo se estuviera sintiendo como yo me sentía. Puaj, lo pienso ahora y me dan ganas de vomitar.
Todo iba como la seda y él me amaba muy profundamente… hasta que le tocó irse de Erasmus y amó aún más profundamente que a mí a la posibilidad de follar con extranjeras sin parar.
Él se fue a Italia y yo me quedé en Madrid con el corazón destrozado por primera vez (SPOILER: no por última). Pero hay algo que me reconforta: cuando volvió a España, conoció a una chica que ahora es su mujer y con la que tiene una hija. De alguna manera, eso me hace pensar que mi sufrimiento dio pie a que naciera un ser humano y me siento un poco como el Dalai Lama.
Así la historia sería muy bonita, si no hubiera pasado que, tras unos cuantos mensajes por Instagram, De me ha propuesto “darnos una alegría al cuerpo, por los viejos tiempos”. Todo esto, claro, mientras sube fotos bellísimas con su mujer y vídeos preciosísimos de su hija dando sus primeros pasos.
Madre mía. Este innombrable está acostándose junto a su pareja cada noche, dándole de comer a su niña, haciendo viajes para visitar a la familia política y todas esas cosas que hacen los matrimonios y, a la vez, está proponiéndole una noche de sexo y desenfreno a su ex novia de la universidad.
No os diré que no me ha puesto cachonda la posibilidad de aceptar. ¿Follar años después con el chico con el que perdí la virginidad y, además, hacerlo de manera clandestina?
Además, el chaval era una máquina: una noche llegamos a hacerlo ocho veces. Uf, es demasiado tentador.
Pero, después de tontear un poco, le contesté lo siguiente: “Mira, sé que debe ser una mierda cargar con el peso de haber tomado la peor decisión de tu vida al dejarme, pero yo intento no tropezar dos veces con la misma piedra. Haz el favor, y dale a tu hija un padre del que pueda estar orgullosa. Si quieres, te doy permiso para pajearte con mi foto de perfil”.
Yo me quedo muy a gusto, pero ¿cómo dormirá él? ¿Tendrá el más mínimo remordimiento de conciencia? Algo me dice que no.
Ay, qué felices son los hombres. Pero, al final del día, qué queréis que os diga… menos mal que soy mujer.