VAMOS A VER:

Si alguien dice que te invita a comer, se sobreentiende que la invitación incluye el pago de la cuenta, ¿no? ¿O soy la única ingenua que lo entiende así?

Porque ahí está el quid del conflicto que generó toda esta situación que os voy a relatar:

 

Llámame loca pero si me dices que invitas, entiendo que PAGAS…

 

A nuestros veintipocos años, estudiábamos en la universidad y nuestros recursos económicos eran más bien limitados, pero mi chico cultivaba el gusto por los placeres caros y, de vez en cuando, tirábamos la casa por la ventana para permitirnos ciertos caprichos «de lujo».

El día en que ocurrió todo me dijo que me invitaba a cenar a uno de estos sitios inasumibles. Llegamos al restaurante y, tras mirar la carta, yo me mostré cuidadosa a la hora de seleccionar qué pedir, pues sabía perfectamente que a pesar de la invitación, mi novio no iba precisamente sobrado.

 

 

Así que fui mirando la carta y eligiendo a propósito aquellos platos con los precios menos desorbitados para que la broma no se fuese de las manos.

Pero, aún así, el sitio era tan exclusivo que el importe total sería una barbaridad para nuestra economía.

Él no parecía afectado por este mismo miedo. Deduje que había recibido algún dinero por parte de su familia, así que lo dejé estar incluso cuando calculé mentalmente el total que sería entre lo que consumimos para comer y la botella de vino con la que acompañamos esta cena.

 

 

El problema vino a la hora de pagar. Cuando el camarero nos trajo la cuenta es cuando se desató el drama y se puso sobre la mesa el malentendido:

Mi novio colocó el dinero que llevaba encima sobre el platito plateado donde estaba el ticket con una tranquilidad desconcertante, como dando por hecho que yo tenía claro que debía poner la otra mitad.

Ni me di cuenta de que faltaba pasta hasta que se volvió a acercar el camarero que, viendo los billetes en el plato, se dispuso a llevárselos.

Mi pareja entonces le paró con un gesto de la mano y me dijo:

  • “Muchacha, ‘que aún falta tu mitad!”

 

 

Yo me debí quedar con cara de tonta. Incluso creo recordar que llegué a sonreír, confundida, y después de unos segundos de silencio en los que elaboré mentalmente sus palabras, solo atiné a preguntar:

  • “¿Qué?”

El camarero, muy discreto, se percató de que había conflicto y nos informó de que volvía en un par de minutos.

Entonces fue cuando entendí lo que había sucedido y nos enzarzamos en una discusión entre susurros.

 

Friends Oh my God Janice

 

Yo le reproché que hubiese utilizado la palabra “invitar” que era lo que había dado el lugar al malentendido.

Mi novio estaba enfadado porque entendía que yo debía tener claro que esa había sido solo una forma de hablar, que nunca sería capaz en su situación actual de pagar él solo una cuenta así.

Yo le dije que eso no pasaría si no tuviese esos caprichos inasequibles para nosotros.

Él me respondió que yo bien que los disfrutaba también.

 

 

Después de discutir durante unos minutos, intentamos buscar soluciones para salir dignamente de allí, ya que yo no llevaba nada de dinero. De hecho, en esos días no tenía prácticamente nada.

Propuse decir la verdad, pero él se negó rotundamente advirtiendo que eso no nos solucionaría nada puesto que los del restaurante simplemente acabarían llamando a la policía.

¿O qué me creía?  ¿Que se iban a poner empáticos y comprensivos solo por ser sinceros?

 

queridas tetas, perdon
No pasa nada, os perdonamos la cuenta millonaria por majos…

 

Propuse llamar a nuestros padres o a algún amigo. Que viniera alguien con dinero a socorrernos.

(En aquella época aún no existía Bizum ni ese tipo de modernidades que nos solucionan la vida hoy en día).

Lo estuvimos sopesando pero no se nos ocurría nadie. A nuestras respectivas familias las habíamos descartado tan solo plantearlo por miedo a sus reacciones.

Empezamos a sudar la gota gorda sin saber qué hacer ni cómo afrontar el problema hasta que mi chico al final solo dio con la solución de salir corriendo de allí.

 

 

Yo entré en pánico. Jamás había hecho algo así y no estaba dentro de mis principios ni tenía la cara suficiente como para hacerlo ahora.

Así que volvimos a enzarzarnos en otra discusión sin salida, ya que mi novio no veía otra solución y yo tampoco, la verdad.

Al verme tan bloqueada y agobiada, pues no llegábamos a ningún acuerdo, él aprovechó para darme las instrucciones a seguir:

Uno de los dos saldría hablando falsamente por teléfono como si estuviese recibiendo una llamada a la que tuviese que atender fuera para evitar el ruido. El otro, haría como que iba al cuarto de aseo, para salir corriendo hacia la puerta en el momento que viese oportuno.

 

Yo me volví a negar incluso cuando me ofrecía ser yo la primera en salir y la que menos riesgo asumiría.

Al final, muy airado, dijo que iba al cuarto de baño y esa fue la última vez que lo vi.

Pasaron los minutos y no regresaba. La cuenta seguía mirándome desde el platito y el camarero se había acercado de nuevo un par de veces con el amago de llevársela en las dos ocasiones en las que yo, muerta de vergüenza, le había pedido que volviera al cabo de un rato.

 

 

Yo no sé lo que estaría el hombre pensando a esas alturas pero creo que era bastante evidente la situación.

Al cabo de un rato, llamé por teléfono a mi novio, agobiadísima.

No me lo cogió pero medio minuto después, recibí un Whatsapp suyo:

  • “Te estoy esperando en la plaza” – decía.

 

Me quedé a cuadros porque, a pesar de que ya estaba clara su huida después de tanto rato, yo en el fondo estaba en negación y no quería aceptar que de verdad hubiera sido capaz de hacerme eso.

Le escribí que ya le valía, que cómo se le ocurría meterme en la boca del lobo y abandonarme ahí.  Que, además, ahora me era totalmente imposible escapar puesto que ya no me quitaban el ojo de encima.

Le pedí que volviera y afrontásemos entre los dos el marrón, pero se negó totalmente y me dijo que ahora tenía que salir yo sola como fuera.

 

Al final, eso hice (cosa de la que me avergüenzo enormemente). Era tal el nivel de bloqueo mental y ansiedad generado que no fui capaz de reaccionar de otra manera…

En un descuido de los camareros, salí haciendo como que hablaba por teléfono a toda prisa y dejando el bolso sobre la mesa como objeto a sacrificar para ganar tiempo hasta que se percatasen de todo.

Estaba histérica y tan furiosa que ni siquiera acudí al encuentro con mi chico. De hecho, de tan rabiosa que me sentía, apagué el móvil para que no pudiera localizarme, haciendo que se quedase tirado esperando en ese parque igual que me había dejado tirada a mí en el restaurante.

 

mujer enfadada

El resto es historia: nunca quise volver a verle ni saber nada de él.

El chaval lo flipó, pareciéndole exagerada mi reacción y sin dar crédito a que mi determinación fuese tan radical.

Sinceramente, no sé si fue así o no, pero tenía muy claro que no era capaz de estar con una persona que me había demostrado que huía dejándome sola en este tipo de situaciones.