Confío en que toda persona con la oportunidad debería invertir por lo menos una vez en su vida en este tipo de viaje: Ir a un lugar paradisíaco, hasta afrodisíaco se podría decir, ya sea en compañía o en solitario.

No soy la típica persona de organizar mucho los viajes; más bien solía coger un vuelo a buena hora para aprovechar el tiempo y un hostal bien económico. Lo único que sabía era donde y cuando iba, lo demás ya iría surgiendo con el tiempo. Siempre había sido así y siempre había funcionado. Lo de pillar un pack de vuelo y hotel todo incluido era algo muy lejano en mi cabeza, pero surgió la oferta y dijimos: ¡Qué cojones, ¿una semana en República Dominicana todo incluido por 700 euros?, allá vamos!.

 

Buscábamos una oferta de ir a Las Islas y cuando nos lo propusieron no lo dudamos. Salimos a las nueve de la mañana de nuestra ciudad directamente para allí y en el vuelo estaba repleto de gente joven con el mismo planteamiento que nosotras: Remojarse el culo en la piscina todo el día con un mojito bien cargado en las manos.

Un vuelo transatlántico no es más que eso: La desesperada cuenta atrás hasta llegar al punto de destino. Por suerte iba acompañado de mi hermana y se nos hizo más ameno (sin contar las mimosas, los cacahuetes, y las películas). Y al aterrizar ya llevábamos un buen nivel festivalero inherente en el cuerpo; ahí vimos que íbamos a ser el alma de la fiesta.

En el mismo aeropuerto un autobús nos recogió a todos los que íbamos al mismo hotel y al llegar nos obsequiaron con un cocktail de bienvenida. En el trayecto de bus ya habíamos hecho buenas migas con un par de parejas y un grupo de gente joven de otra ciudad cercana, por lo que en cuestión de una hora ya estábamos todos en la barra de la piscina tomando el primer daiquiri. Sí, sí, una barra dentro de la piscina.

Estuvimos diez días en ese hotel que ofrecía todo tipo de servicios: Piscinas varias y playa, restaurantes de todo tipo y buffet libre, barras de copas y salas de fiesta abiertas todo el día… Y además también hicimos algunas actividades y excursiones programadas (salidas en catamarán, esnórquel, visita guiada por las islas de alrededor, fiesta en una discoteca dentro de unas cuevas, baño con tiburones y mantas eléctricas, ruta a caballo por la playa…). Incluso conseguimos alquilar un minibús entre todos y salir a ver el centro de la ciudad. Lo último es importante: Si vais de hotel todo incluido no os quedéis ahí dentro resguardados y salid para conocer la realidad del lugar y las gentes. Es un consejo muy válido, por qué sino te quedas con una cara irreal del lugar.

Y de entre todas estas cosas, lo mejor fue (sin filtro) las oportunidades de follar que aparecen a cada momento. Sabíamos que íbamos allí a gozar y pasarlo bien, pero fue algo desmesurado incluso para las expectativas que teníamos. Si no recuerdo mal las dos follamos cada puto día desde que llegamos hasta que nos fuimos. Con turistas o con trabajadores del hotel, turnando la habitación que compartíamos o aprovechando todos los rincones secretos del sitio. No miento si os digo que salimos con una caja llena y volvimos a cero, extasiadas y relajadas.

No sé muy bien si es por la temperatura o las hormonas, por ser nueva donde nadie te conoce o por qué no vas a volver a encontrarte con esa persona jamás. Pero nunca he follado tanto ni tan bien en mi vida. Y eso, amigas mías, lo puede corroborar toda persona soltera que haya hecho un viaje parecido.

Moreiona