Mi hija pequeña podría ser mi coach (y la de cualquiera)

Tengo una hija de nueve años. Desde que tenía más o menos seis, puedo tener conversaciones profundas con ella. Hablamos de la vida, del amor, del feminismo, de los sueños… Y me encanta porque a veces los adultos divagamos tanto y nos hemos perdido tanto en el camino, que ni siquiera podemos ver lo obvio.

Un día, escuchando una canción que decía algo así como de que sin ti me moriré o por el estilo, mi hija, que para entonces tenía unos siete años, me suelta, con toda la naturalidad del mundo, que cómo se iba a morir el cantante por esa persona si la vida debía tener muchas más cosas además del amor por ella.

¿Cómo os quedáis?

Mi hija siempre tiene un comentario positivo, una palabra bonita. Para ella, yo soy una reinota, tengo el pelo más precioso, la boca las guapa, soy muy joven a pesar de las canas que me empezaron a salir precozmente y de las arruguitas que ya se me empiezan a ver en los ojos de tanto reír y llorar… Si canto, debería ser cantante; si cocino, estoy perdiendo dinero por no abrir mi propio restaurante; si escribo, yo seré fácilmente la próxima J. K. Rowling.

Pero lo mejor de todo, es que no es una aduladora sino que así es realmente cómo ella nos ve a mí, a ella, a sus amigos… al mundo.

Otro día, al escuchar que me refería a mi pareja como “mi chico”, me preguntó que cómo que mi chico, si nadie es de nadie. Ella lo tiene claro. Menuda coach.

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A veces, cuando el enfado, la tristeza o el miedo me ciegan, ella, para quien no existen todas esas complicaciones que ya luego de adultos nos inventamos, me trae de vuelta a la realidad, al presente, al planeta tierra, y entonces me doy cuenta de que verdaderamente casi siempre las cosas son mucho más simples de lo que yo misma las vuelvo.

Bueno, pero tampoco creáis que todo es paz y amor, porque no es así, que una vez que un niño la llamó fea, ella directamente le contestó que eso era porque se había disfrazado de él.

No, no todo es bonito… pero sí maravilloso.

¿O me vais a decir que no es maravilloso el decir las cosas tal como nos salen del alma? Lo es, igual que lo es el ver el mundo a través del amor y del todo es posible, el ser felices sólo porque existimos, el sabernos valiosas, porque existimos, el querernos mucho, mucho… porque existimos.

Pero ¿y cómo puede ser que una niña entienda así de libertad, de relaciones sanas, de amabilidad, de respeto por otros y de amor propio, y que la mayoría de los adultos nos enredemos tanto?

“Bueno, eso es que la estás criando bien”, me diréis, pero yo os digo que si bien es cierto que me estoy esforzando por criarla bien para que ella sea feliz y para aportar al mundo a una persona funcional, algunas cosas vienen de la crianza, lo cual es súper importante, y otras cosas ya las traemos de fábrica. A mí me parece que igual que nadie nace siendo racista, tampoco nadie nace siendo machista ni teniendo mil complejos. Esas son cosas que aprendemos. Cosas erradas, tergiversadas, torcidas. Como la dependencia emocional.

Por supuesto que no son genios los niños (salvo excepciones, que el otro día leí de un niño de cinco años que sabe hablar no sé cuántos idiomas), pero sí son puros, todavía no se han contaminado con el montón de prejuicios que tenemos en la sociedad.

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Solemos escuchar -y repetir- que la sabiduría se adquiere con la experiencia y con los años, y claro, para algunas cosas eso es muy cierto, por eso hablamos de madurez, pero para otras, ya os digo yo que más quisiera tener la sabiduría inocente que tiene mi hija.

Donde a nosotros no parece bastarnos nunca con nada, un niño es feliz encontrando la primera flor de la primavera. Donde yo veo patas de gallo cuando me miro en el espejo, mi hija me descubre una nueva tonalidad en el iris mirándome a los ojos. Podría ser mi coach.

Así que ojalá cada uno de nosotros escarbásemos en nuestro interior hasta encontrar a ese niño que una vez fuimos, a ese tesoro. La vida entonces sería más simple y el mundo, más bonito. Después de todo, “la belleza está en los ojos del que mira.”

 

Lady Sparrow