Soy una mujer de 45 años, madre de dos hijos a los que tuve en etapas muy diferentes de mi vida. La primera nació cuando yo tenía 19, el segundo cuando tenía 38 y mis maternidades en cada caso no han podido ser más diferentes. Aunque ninguna es mejor ni peor que la otra. Es obvio que no es lo mismo verte con un bebé cuando eres poco más que una adolescente, que cuando ya eres una mujer madura con la vida asentada. Y supongo que tampoco será igual la relación que tenga con el pequeño cuando este sea un hombre, que la que tengo ahora con mi hija mayor.

No me gusta mucho decir eso de que mi hija es mi mejor amiga, porque no lo es, es mi hija. Pero la verdad es que nos llevamos muy bien. Somos muy cercanas, hacemos cosas juntas y, ahora que ella es adulta e independiente, tenemos unos ritmos de vida bastante parecidos. Lo cual nos permite tener horarios compatibles y aficiones comunes.

El caso es que tenemos una complicidad muy grande y que somos de esas que nos lo contamos todo. O casi todo lo que una madre y una hija pueden compartir. Por eso me extrañó mucho averiguar que me hija me ocultaba que tenía una relación. Normalmente siempre me hablaba de si le gustaba un chico o si no, de si estaba empezando con alguien o si tenía un rollo sin más. Sin embargo, tuve que enterarme por la madre de una amiga suya de que tenía algo serio con un chico. Ella se había enterado a su vez porque habían ido a la boda de unos amigos comunes y su hija le había hablado del ‘novio’ de la mía.

Cuando le pregunté a mi hija por el tema me dolió ver que me ocultaba algo. Se puso muy nerviosa y empezó a ponerme excusas. Dijo que no se había dado ni cuenta de que no habíamos hablado de él. Que la cosa no era para tanto, que ya me lo diría cuando fuese algo serio y un montón de tonterías incoherentes y que se desdecían las unas a las otras. Me quedé rayada, pero no la presioné. Si no quería hablar de ello, por algo sería.

Porque, claro está, había un motivo. Y lo descubrí el día que me planté en su casa sin avisar, porque pasaba por allí y me apeteció darle una sorpresa. Aunque, para sorpresa, la que me llevé yo cuando el que me abrió la puerta fue un hombre (énfasis en lo de ‘hombre’, que no chico). Además de no esperar que me abriera un ‘hombre’, lo que menos me esperaba era que ese ‘hombre’ fuese conocido. Qué digo conocido, ese señor era amigo mío.

Mi hija no me había hablado de su pareja porque su pareja es un amigo mío al que conocí a través de mi segundo marido y padre de mi hijo. Un tío de 42 años que, por lo visto, está enamorado hasta las trancas de mi hija.

Si os digo que me di la vuelta y me fui sin decir ni esta boca es mía cuando mi hija salió de la cocina y nos vio en pleno duelo de miradas. Él no supo qué decir, yo estaba demasiado ocupada atando cabos y flipando por colores.

Me fui de allí enfadada y calentita a tope. Ya no tanto con mi hija, sino con ese tío al que conozco desde hace como 15 años y que le saca a ella otros tantos. Que anda que no habrá mujeres en el mundo para que haya tenido que enamorar y enamorarse de una chiquilla a la que ha visto crecer. Porque vale que es cierto que tampoco se pude decir tanto, ya que es verdad que no se relacionó mucho con ella mientras fue niña, porque cuando nos veíamos con la pandilla de mi marido, ella solía estar con su padre. Pero, joder, aun así. Que el fin de semana anterior había estado cenando en mi piso, coño. ¿No se le caía la cara de vergüenza? Pues no, caer no se le caía.

Si bien hay que reconocerle que lo pasó mal. Pues como todos, porque lo pasó mal él, mi hija y yo. Y mi marido, si me apuras. No nos lo pusimos fácil. Bueno, yo no se lo puse fácil a él y, por ende, a mi hija tampoco.

Tuvo que sentarse a hablar conmigo y a explicarme cómo había surgido todo para que me aviniera a hablar con él también. Para contarme que lo suyo había surgido de repente y casi como por casualidad, que querían contárnoslo, pero que más adelante. Puede incluso que me pareciera una historia bonita si la protagonista no fuera mi niña, puede. No lo sé. Solo sé que no lo llevé nada bien. Sobre todo, al principio. Pero han pasado ya muchos meses y he llegado al punto en el que soy capaz de estar en la misma habitación que ellos sin poner caritas ni pensar cosas raras ni bufar de cuando en cuando.

Porque mi hija está feliz y porque, francamente, él es un buen tipo. De hecho, es el típico amigo que le metía por los ojos a mis amigas, para el que intenté hacer de celestina no una ni dos veces.

Pues ya lo he conseguido, ya tiene pareja y es feliz en el amor. Qué le vamos a hacer si el amor fue a surgir donde menos me lo esperaba yo.

 

Anónimo

 

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