Sacó buenas notas en la selectividad, consiguió entrar en la universidad que quería, le pagamos la matricula y le buscamos plaza en el campus más cercano.
Esto fue un esfuerzo económico grande para nuestra familia, ella lo sabía y nos prometió que se iba a esforzar mucho. Nosotros la apoyamos, le ayudamos a hacer la mudanza y le pedimos que, si necesitaba cualquier cosa, nos llamase sin problema.
Al principio fue difícil no tenerla en casa, el nido vacío, ya sabéis, pero siempre venía al menos un día a la semana, comíamos juntos y nos explicaba qué tal todo.
Yo la veía radiante, la carrera le gustaba y al parecer le iba bien. Nos hablaba de las amistades que estaba haciendo y en una de las veces que vino, nos dijo que quería buscar un trabajo a media jornada para tener un dinerillo extra.
A nosotros nos pareció mala idea, creíamos que eso quizás la alejaba de sus estudios y nos ofrecimos a darle más dinero si lo necesitaba, pero ella insistió en que no quería causarnos más complicaciones y que eso no iba a interferir en los estudios. No nos quedó otra que aceptar y poco después, nos dijo que estaba a media jornada en un restaurante.
Todo fue con normalidad, ella seguía estudiando, pasó curso, nos enviaba la matricula y nosotros la pagábamos, así como el alquiler del campus. Todo le iba muy bien, nos contaba lo feliz que estaba y fueron pasando los años, hasta el cuarto año.
El año en que debía terminar la universidad, nos dijo que con el trabajo final no se veía capaz de hacerlo en un solo año. Nos pidió permiso para dividirlo en dos y aceptamos sin problema. Nos pasó la matricula del cuarto año, la pagamos y todo bien. Pero cuando nos envió la matricula del quinto año, el año que solo debería ser para su trabajo final, mi marido detectó algo sospechoso.
Había una fecha que no cuadraba y que tenía la del año anterior, y cuando empezó a fijarse, vio que había líneas que no estaban del todo rectas y frases en que las tipografías no eran exactamente las mismas.
Empezamos a sospechar que la había falsificado y miramos las de otros años, para descubrir que, efectivamente, exceptuando la primera, todas las demás parecían falsas.
No nos lo podíamos creer. Habíamos estado pagando un dineral en matrículas y en campus. No entendíamos qué había podido pasar o el motivo de todo esto, así que esperamos a que nuestra hija volviera a visitarnos y, en cuanto se sentó en la mesa, le pusimos las pruebas delante.
Al principio lo negó todo. Nos dijo que debía tratarse de un error en el formato, que quizás lo habían cambiado… Pero después de insistirle mucho y de hacerle ver que había dañado nuestra confianza, confesó.
Nos dijo que el primer año le había ido muy mal. El restaurante le había estado quitando mucho tiempo y no pudo estudiar todo lo necesario. Había suspendido la mitad de las asignaturas y no se veía capaz de decírnoslo, porque habíamos invertido mucho en ella y no veíamos bien que trabajase, así que pensó en falsificar la matricula y al año siguiente sacarse las que le faltaron de primero y las de segundo. Pero en el restaurante la ascendieron al poco de empezar el curso y casi sin darse cuenta, dejó la carrera.
Siguió sin verse capaz de decírnoslo, así que siguió la mentira. Al no matricularse, la echaron del campus y tuvo que buscarse un piso, así que se siguió quedando el dinero que le dábamos. Su plan era “acabar la carrera” el quinto año y luego dedicarse al restaurante, del que ya era la jefa.
Nos dijo que le daba pánico tener la conversación en la que nos dijera que prefería estar en el restaurante a buscar algo con su titulación, porque temía que descubriéramos todo. Y que ahora que lo sabíamos, se había quitado un gran peso de encima.
Para nosotros fue un jarro de agua fría tremendo, fue como no conocer a la persona que teníamos delante. No nos sirvieron ninguna de las excusas y mi marido se enfadó muchísimo.
Empezaron a discutir y yo me vi en medio, incapaz de mediar, estaba demasiado dolida. No por el hecho de la mentira y de todo el dinero, sino porque nuestra hija tuvo problemas y no confió en nosotros.
Yo solo podía llorar en silencio mientras mi marido le gritaba y le decía que nos iba a devolver hasta el último euro. Que lo que nos había hecho no tenía nombre y que había roto toda la confianza ciega que habíamos tenido en ella.
Ella lloraba y se disculpaba, pero la verdad es que en ese momento no me dio pena. No fue algo puntual, fueron cinco años, con todos sus días y sus noches, en los que nos podría haber contado la verdad. Y lo peor, es que nos enteramos por un fallo, no porque ella quisiera decírnoslo.
La discusión escaló y le pedí a mi hija que se fuera hasta que las cosas estuviesen más tranquilas y que, más adelante, podríamos enfocarlo mejor.
Ella se fue y mi marido se duchó y se metió directo en la cama. El día siguiente hablamos del tema, pero estaba muy enfadado (con razón) y no pude sacar nada en claro.
Mi hija nos escribió disculpándose y nos prometió que nos iba a devolver todo el dinero. Intenté explicarle que el problema no era por el dinero, sino por la traición, y que creía que nuestra relación era diferente.
Nos mensajeamos varios días hasta que convencí a mi marido para que nos volviéramos a ver los tres. Yo había estado tan preocupada por intentar acercar posturas entre ellos dos, que no me había dado cuenta de lo realmente decepcionada y enfadada que estaba con ella. Cuando quedamos y pudimos hablar los tres, vimos que la cosa era bastante complicada y mi hija propuso ir a terapia juntos.
Al principio no nos hizo mucha gracia y tardamos un poco en aceptar, pero finalmente accedimos.
Las primeras sesiones fueron más discusiones que sesiones, todo bastante desastroso y salimos de allí peor de lo que entramos, pero poco después, empezaron a salir muchas cosas. Muchísimas más de las que creíamos que había.
Fue un viaje al pasado y a las dinámicas de familia que nos ayudó bastante. Mi marido trabajó la manera de comunicarse, yo el victimismo y mi hija el hecho de asumir responsabilidades y de no culpar a los demás por sus decisiones.
Ella pagaba todas las sesiones y nos empezó a devolver el dinero de los últimos años. De hecho, incluso fuimos a cenar al restaurante de la discordia.
Aún falta bastante camino por recorrer, pero creo que estamos bien enfocados. Ha sido un bache muy complicado que solo podremos superar si trabajamos en equipo.
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