Vengo a contaros algo que me tiene totalmente descolocada. Hace poco tiempo, con la excusa de la navidad, mi familia y yo nos juntamos con un grupo de señoras, amigas de la familia (de esas a las que le tienes cariño, pero no tienes en cuenta en tu día a día). Entre que haceres y demás compromisos, nos dimos juntado con tres de ellas. Me alegré mucho al saber que vendría Maruja, una señora con la que, a pesar de la diferencia generacional, tengo muchas cosas en común. Ella arrastra cada 8 de marzo a las demás a las manifestaciones por los derechos de las mujeres, tiene una forma de ver el mundo bastante actualizada y me parecen tan interesantes las historias que cuenta siempre… Las otras dos que vinieron son las más afines a Maruja, la verdad, así que también lo son a mí.

Hacía ya casi un año de la última vez que las vi, cuando fui a llevarle unos libros a mi madre a su casa y ellas estaban allí tomando café, como solían hacer cuando yo era pequeña. Me reprocharon con dulzura lo poco que nos vemos y las ganas que tenían de ver a mis niños, pero al final, siempre que yo decía que podía quedar con ellas, eran ellas las que no podían y viceversa. Por ese motivo se emocionaron tantísimo al ver a mis hijos llegar. Sobre todo, al ver a la pequeña, que apenas caminaba la última vez. Abrazaron a mis hijos mayores que les correspondieron enseguida porque las recordaban como señoras muy cariñosas y divertidas.

Pronto mis hijos se fueron a jugar con los detalles que ellas les trajeron y nosotras nos quedamos en la cocina charlando y poniéndonos al día de nuestras vidas y, de paso, hablando de la política actual, de lo que están de acuerdo y lo que no… Generalmente suele ser un tema escabroso en casi cualquier contexto, pero en este caso hay bastante concordancia entre todas y respetan mucho las discrepancias, así que suele ser una charla interesante. Por más que pasen los años, no deja de sorprenderme la mentalidad abierta y la forma tan avanzada de ver el mundo que tienen.

Pero entonces nos sentamos a merendar con los niños. La niña se quedó entretenida con la perra en el salón, pero mis hijos acudieron raudos y veloces a la llamada de las galletas de chocolate. Allí, con los carrillos llenos de dulces, les contaban todas esas cosas que a ellos les resultan interesantes para compartir. Que si todos los tipos Power Ranger (que por más que lo intente, sigo sin distinguir), que si las nuevas actividades extraescolares a las que van, que si el cambio de cole… Claro, al llegar a esta parte, ellas empezaron a hacer las preguntas típicas, si ya tenían amigos nuevos, que si les gustaban las nuevas profes o si les gusta más este cole que el anterior.  Mi hijo mediano se deshace en detalles sobre el patio de este cole nuevo, que lo tiene fascinado. Les cuenta que por fin está contento clase y que ya tiene muchos amigos nuevos e incluso varias amigas (porque en el anterior le costó mucho congeniar con las niñas). Entonces interrumpe mi hijo mayor, feliz por haber conseguido encontrar su sitio en su nueva clase.

Mi hijo mayor, como ya os he contado alguna vez, es autista. Él estaba totalmente integrado en el grupo en su antiguo cole, pero hubo que cambiarlos de centro y a principios de curso le estaba costando un mundo hacer amigos. Al llegar un niño nuevo al cole, los primeros en acercarse suelen ser los chicos y… Mi hijo no suele encajar con los grupos de niños y, en este cole, los roles típicos están muy arraigados. Los niños juegan a fútbol o a pelearse y él es más de charlar y fantasear. Así que tuvieron que pasar varios meses hasta que las niñas se dieron cuenta de que mi hijo era un buen compañero de patio para ellas. Entonces él, a pocos días de las vacaciones de navidad, llegó contentísimo a casa contando cuanto lo querían sus nuevas amigas y todas las cosas que tenían en común.

Todo esto era lo que les quería contar a Maruja y sus amigas cuando, al decir apenas una frase, lo interrumpieron. “Pues yo ya soy amigo de todas las niñas de clase, se llaman…” y nombró a cinco o seis compañeras de las que habla cada día. Entonces Maruja, sonriente, le da una palmada en la espalda y le dice: “¡Muy bien! Así me gusta, estás hecho un gigoló”. Mi cara de sorpresa hacía juego con la de mi marido, que directamente se echó las manos a la cabeza. Mi hijo, educadamente, me miró con gesto de no entender lo que Maruja le decía, yo intenté decirle por señas que no le hiciera caso, que siguiese a lo suyo, pero Maruja tuvo a bien continuar: “Mira qué listo eres, estás hecho un machote, siempre rodeado de chicas todas para ti”. Entonces mi hijo, que de eso ha aprendido mucho, le explica que las niñas no son suyas, porque las personas no tienen dueño. Ella se ríe por el hecho de que mi hijo se lo tome todo siempre de forma literal y le da otra palmada de felicitación en la espalda. Pero entonces otra de las señoras añade “Hijo, estás hecho un máquina, estoy segura de que romperás muchos corazones”. Mi cara ya era un poema y no pude evitar el impulso de agarrar a mi hijo e invitarlo a que volviera a jugar con su hermana. Pero él, que además de ser así de literal en la comprensión, es un niño muy sensible a las injusticias, le contestó antes de irse “¡No! Yo no quiero romperle el corazón a nadie, eso está muy mal y no deberías alegrarte si lo hiciera, porque no estaría bien” La tercera señora en discordia le intenta explicar que su amiga se refiere a que va a tener a todas las niñas locas de amor y que podrá estar con todas las que quiera. ¡Acabáramos! Con mi hijo el moralista… Allí les soltó un discurso sobre cómo se debe tratar con respeto y cariño a la persona con la que decidas ser pareja, porque el objetivo común debe ser estar felices juntos, y si no es así, cada uno por su lado, pero nada de estar con todas y engañarlas, porque eso sería aprovecharse, ser un mentiroso y un traidor y él no quiere ser nada de eso. Además, como guinda, les explicó que él es un niño y que todavía no debe preocuparse de esas cosas, porque los niños no tienen novios ni novias, tienen amigos y amigas.

Ni una coma le movería a todo lo que dijo, pero claro, ahora iba a escuchar yo la respuesta. Tranquilicé a mi hijo, que tanto se altera ante las desigualdades o lo que él cree que lo son y, cuando se fue, las miré con cara de estupor. ¿Cómo era posible que ellas, siendo abiertamente feministas, pudieran soltarle semejantes burradas a mi hijo? ¿Es que solamente sacamos la bandera de la igualdad en fechas señaladas?

Entre “Son niños, mujer…” y “Hay que ver que intenso es tu hijo” siguieron obviando el hecho de que ellas mismas, que tantas proclamas gritan en las manifestaciones sobre cosificación e igualdad, intentaban perpetuar conceptos tan burdos y arcaicos en un niño pequeño. Yo, con toda la calma, les expliqué que lo que habían dicho no concordaba en absoluto con lo que ellas mismas defendían, pero siguieron restándole importancia por tratarse de niños pequeños. Todavía no entendieron que la educación es la base de todo y lo cruciales que son estas edades para el desarrollo de sus valores. Jamás las juzgaría, pues son hijas de su tiempo y bastantes cadenas han roto ya en su mente para llegar hasta aquí, pero me sorprendió tanto que necesité unos días para deshacerme de esa sensación de decepción en el cuerpo. Y bastantes vueltas para explicarles a los niños qué quería decir Maruja con eso de “gigoló”. Que anda que… ¡¿no podía elegir otra palabra?!

Luna Purple.