Mi madre se niega a ser abuela

(Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real)

 

Sé que no podemos obligar a nadie a ocupar un rol que no desea en nuestra vida. Tampoco puedo forzar un sentimiento si no nace de manera natural. Pero duele, duele mucho. Mi madre fue madre joven. Tan joven que era menor de edad. Aunque sé que lo hizo lo mejor que pudo, siempre he sentido que era más hermana que madre. Mi abuela, sin ser la típica “yaya enternecedora”, se ocupó de mi crianza mientras su hija intentaba concluir los estudios y disfrutaba de su adolescencia. Mi padre me reconoció y por ahí estaba, pero no es que fuese una figura referente en absoluto.

Con los años la cosa ha cambiado: en el caso de mi padre, a peor; en el caso de mi madre, al desastre. Tiene 50 años, pero vive en los eternos 15. Y me parece estupendo, pero se ha convertido en un problema desde que me quedé embarazada.

No quiere ejercer de madre, rechazando ser abuela

Mi madre es aficionada a las apps de ligue. Tiene muchas y variadas que ella clasifica según sus necesidades. Es todo un mundo que desconozco. El total de sus amistades ha salido de aplicaciones móviles, por lo que se ha encargado de hacerme desaparecer del mapa. No tiene hija, soy su hermana. Ya no es que sea una “impresión”, ella lo asegura. Ha mantenido relaciones en el tiempo, incluso alguna de un par de años, a las que ha mentido con descaro asegurando que ella no tiene hijos.

En el pasado no le daba importancia. Me daba igual lo que ella hiciese con su vida privada y evitaba que me ofendiesen sus constantes cambios de planes que me relegaban siempre a un último plano.

En el actualidad, me he convertido en madre después de un largo proceso de fertilidad. Pensé que jamás lo conseguiría; sin embargo, hace unos meses que mi bebé llegó a la familia. Sé que ni puedo ni debo compararme con mi madre, pero me resulta inevitable. ¿Por qué nos rechaza?

“Nunca elegí ser abuela”

Ella dice que solo decidió ser madre, pero nunca eligió ser abuela. Me echa en cara que nadie le preguntó si estaba preparada para ejercer de abuela y que, por lo tanto, no puedo exigirle comportarse como tal. Sé que su razonamiento tiene todo el sentido del mundo, pero duele. Duele mucho.

Sin familia política, mis padres son los únicos seres vivos cercanos que nos rodean: mi padre se pasa la vida trabajando y, a decir verdad, no le dejaría al cuidado ni de una tortuga; mi madre no es que sea mucho más responsable, pero sí que tiene vitalidad y energía para echarnos un cable de manera puntual. Insisto, puntual. No espero que nadie me traiga tuppers a diario ni que el día de mañana me lleve a la criatura al colegio día sí y día también. Quizá sí que me gustaría ir al ginecólogo sola o que alguien me cuide al bebé cuando debo ir a buscar a mi marido a las tantas de la noche al aeropuerto. Ella no cambiará una clase de zumba o una cita con su último crush por mucho que le pidas ayuda para llevar a tu perro al veterinario porque está meando sangre.

No existe ni quiere existir

Es algo que tengo que aceptar. Tantas abuelas lejos de sus nietos, sumergidas en polémicas con hijos y nueras. Tantas abuelas viviendo la experiencia de serlo a través de videollamadas, perdiéndose cumpleaños y fiestas navideñas. En unas semanas es el cumpleaños de mi bebé, el primero, y hemos organizado una fiestecita humilde con la que estamos muy entusiasmados. Ella, sabiendo que la fiesta nos hacía mucha ilusión, se ha puesto una salida de hotel con su nueva conquista. Duele, o quizá ya no tanto. Decepciona, aunque he entendido que el que no quiere estar, que no esté.

 

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