Este señor me enamoró precisamente por aparentar lo contrario de lo que más tarde demostró ser realmente, aunque si hubiera sido un poco más madura, y espabilada, quizás me habría percatado de alguna red flag desde el principio.

Pero no fue así: se mostraba como una persona tímida, honesta, responsable, totalmente confiable, vaya. Y yo me lo creí. Lo último que me hubiera imaginado es que me acabaría casando con un putero.

Nuestra relación desde el primer momento estuvo llena de terceras personas: una chica con la que se enrolló delante mía en la época en la que estábamos tonteando pero aún no había pasado nada definitivo entre nosotros, otra chavala misteriosa que se trajo al grupo en un par de ocasiones cuando ya estábamos empezando a salir (de la cual me dio información confusa, aunque en ese momento no me di cuenta) y, sobre todo, una ex eterna (su única ex novia formal de varios años) que ahora resultaba que seguía siendo prácticamente su mejor amiga (aunque él me decía que, más que nada, para cumplir, ¿eh? que en realidad le resultaba bastante pesada).

 

Chico negando con manos en la cara

 

Yo, en esa primera época de enamoramiento y venda en los ojos, no di importancia a nada de aquello. Todo lo contrario: quería sacar lo mejor de mi, convertirme en la mejor novia del mundo y ser la más guay y comprensiva.

Recuerdo que el primer día que algo me sentó realmente mal fue, precisamente, el día de su cumpleaños. El primer cumpleaños de mi novio que pasaríamos juntos. Ya llevábamos unos meses y habíamos quedado en vernos por la tarde/noche, después de su trabajo. Cuando apareció, me contó con naturalidad que se había ido a comer con la famosa ex para celebrarlo juntos, pero solo porque ella le había insistido, obvio. Me sentó como una patada donde más duele y con tranquilidad se lo hice saber, pero no quise hacer un grano de arena de la situación y pasé página.

 

Marilyn gesto pensar

 

A partir de entonces, si hubiera sido un poco menos inocente habría visto las señales de alarma por todos sitios.  Pero no hay más ciego que el que no quiere ver, desde luego.

Nuestra relación, al poco tiempo, ya era totalmente estable, pero después de unos años yo ya sentía un cierto vacío a su lado e inseguridad que me hacía permanecer siempre alerta. Se conectaba al Messenger de aquel entonces en mi presencia y yo veía de refilón decenas de contactos desconocidos (para mi) de mujeres.

Serán de su pasado, o meras conocidas, quería pensar yo. A veces, alguna de ellas le hablaba delante de mí y él les seguía el rollo como si fuesen amigas de toda la vida (de las cuales yo nunca había oído nada). Otras veces, directamente minimizaba esas conversaciones.  Pero ellas nunca parecían saber que estaban hablando con un chico con novia.

 

Hombre al ordenador saludando

 

Con el tiempo, entré en un bucle tóxico y dañino de vigilancia. Me avergonzaba de hacerlo pero estaba deseando que se dejase el ordenador abierto para cotillear y mirar, para encontrar respuestas de todo aquello que no me cuadraba…

Y, claro: cuando uno busca, pues encuentra.  Así, comencé a ver contactos asiduos con mujeres e incluso que había habido alguna quedada físicamente. Nunca leía nada que confirmase claramente una infidelidad y, las pocas veces que al principio le confronté al respecto, él me ninguneaba y actuaba como si estuviese loca, o me daba explicaciones lógicas y al mismo tiempo inverosímiles que yo al final me creía o me quería creer.

Llegué a descubrir que tenía perfil en Badoo, que había selfies de chicas desnudas en alguna carpeta de archivos recibidos, pero siempre había alguna excusa “razonable” que yo, ya en plena confusión mental y autoestima por los suelos, volvía a creerme.

 

chica suspirando en la calle

 

Esta situación se alargó durante años y yo nunca era feliz del todo.  Le quería y él parecía quererme y tratarme bien, pero ese amor siempre lo sentí de alguna manera, superficial, sin terminar de ser consciente de ello.

Yo sentía que le amaba con locura y nunca mejor dicho, porque creía estar volviéndome loca constantemente, llena de ansiedad, de temor y, al mismo tiempo, de vergüenza sintiéndome lo peor como mujer y persona, pues llegué a los extremos hasta de meter un virus troyano en su ordenador que me permitiera salir de tanto secretismo.  ¿Para qué? Pues para nada, si siempre terminaba creyéndome sus excusas: “son solo amigas, juegos, formas de hablar, bromas, yo te quiero.”

No podía ser todo más evidente y, aún así, mi estado mental estaba ya tan deteriorado que no era capaz de verlo.  Hasta que acabé acudiendo a terapia, con el objetivo de tratar mi propia “locura” que me estaba llevando a ese comportamiento tan compulsivo y tóxico de espionaje con el pobrecito de mi marido.

Sentía que yo realmente no era así, que yo misma reprobaba esos actos, pero no podía evitar seguir cometiéndolos. Estaba en una espiral de la que no conseguía salir.

 

You need therapy. Necesitas terapia

 

La terapia me ayudó muchísimo a quererme y recuperarme a mí misma, pero estaba tan enganchada a la relación que no lo dejé, continué con él aunque había conseguido mi objetivo: volver a ser yo.

Así, los siguientes años fueron bastante armónicos y aparentemente felices, básicamente porque yo ya controlaba mis impulsos y había dejado de actuar de forma detectivesca.  Ya no invadía su intimidad y creía estúpidamente que, por acto de magia, al haber cambiado yo, él también se había transformado en una persona leal, en el hombre que yo quería que fuera más que quien era realmente era.  Pues eso, todo transcurrió como la seda durante bastante tiempo.

Hasta que, bastantes años después y en una época que yo consideraba uno de nuestros mejores momentos, de manera casual volví a enfrentarme a un golpe de realidad.

Abrí mi correo desde el ordenador y, automáticamente, apareció el suyo, ya que por lo visto se había dejado la sesión abierta la última vez que había usado mi portátil. Y ahí mismo, en la misma página principal, ya no había lugar a dudas: multitud de correos de mujeres con asuntos turbios, por decirlo suave.

En los más directos, ellas le respondían dándole información sobre sus servicios sexuales, detalles como precios y horarios.

También había largos y muy cariñosos mails con aquella primerísima ex, con la que estaba claro que había seguido en contacto (y en secreto) durante todos esos años. Dejé de mirar por pura supervivencia cuando leí que habían estado quedando frecuentemente y no precisamente como amigos.

 

Esta fue la última vez, ya os digo que de forma casual o casi providencial, que invadí la intimidad de este señor.  Y fue la última vez porque ya no era una niña, ni la misma persona manipulable, porque por fin me quería a mí misma y veía la realidad tal y como era.

Ahí ese amor que tanto sentía haberle tenido se transformó súbitamente en el asco más grande, y fue el fin de esa relación en mi corazón, aunque aún tardara en conseguir materializar la ruptura definitiva.  Pero esa es otra historia…