A partir de cierta edad, cuando una pareja de la pandilla propone una quedada las posibilidades de que acabes recibiendo una invitación de boda, o el anuncio de un próximo nacimiento, aumentan exponencialmente. Hay un momento en la vida en la que te da la sensación de que todo el mundo se casa. Si es que no te casas tú también.

En mi grupo de amigos, de cinco parejas, tres nos casamos el mismo verano. Y, para cuando llegó el otoño, yo tenía una amiga menos…

La cosa empezó en esa quedada con los amigos en las que dimos la noticia de que nos casábamos y ella y su novio se pusieron rojos y tuvieron que contarnos que ellos también. Fíjate qué casualidad, la que era mi mejor amiga y yo nos íbamos a casar con tres semanas de diferencia. Lo justito para que a nosotros nos diese tiempo de volver de la luna de miel y poder asistir a su boda. Uf, menos mal. Al principio todo parecían buenas noticias. Lo mismo también nos daba por tener hijos a la vez, eh, cómo molaría, ja ja ja.

Aquella tarde todo quedó bien. Las cosas se fueron complicando poco después, cuando, con toda la ilusión, empezamos a hablar entre nosotras de los preparativos y demás. Sobre todo, a raíz de descubrir que las dos parejas habíamos escogido el mismo pazo para celebrar el enlace. A mí no me parecía tan grave. Es un pazo en el que se celebran eventos. Está en nuestra zona. Y allí se casan mínimo dos parejas por fin de semana cada temporada. Sin embargo, a ella… le cayó como una patada en la boca. Llegó incluso a sugerirnos que cambiáramos de sitio. Nosotros, no ella. Porque resulta que quería casarse ahí desde siempre y no molaba nada que nosotros lo hiciéramos antes. Nuestra lista de invitados tenía muchos en común, ella sentía que le estábamos plagiando la boda. Si la de ella fuese la primera, aún, me decía. Pero que, siendo así, le estaba haciendo un feo muy grande…

Considerando nuestra amistad, me planteé cambiar. Incluso cuando ya habíamos dado una señal. Tuve que desistir porque las alternativas se salían de nuestro presupuesto o quedaban muy lejos, por ejemplo.

Además de explicárselo, traté de no hacer nada que opacara su boda. A la mía vino menos gente, elegí la decoración más sencilla y menos parecida a la suya. No contraté ninguno de los extras que contrató ella. Estuve pendiente de todas sus elecciones para adecuar las mías a las suyas y que quedaran siempre por debajo. Yo quería ese pazo, pero todo lo demás era negociable para mí. No me importó hacer las concesiones que fueran necesarias. Pues no fue suficiente.

Mi mejor amiga pasó a ser amiga a secas antes incluso de que me casara. Tardé meses en conseguir que me hiciera un hueco para que me contara qué tal en el viaje de novios. Luego llegaron los ‘hoy no puedo’, los ‘es que esta semana estoy muy liada’ y, con el tiempo, dejamos de hablar.

Y así fue como mi mejor amiga dejó de serlo por casarme en el mismo pazo que ella.

 

Anónimo

 

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