Mi novia se hizo lesbiana por mi dinero, pero descubrí que seguía siendo hetero

(Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real)

 

Soy lesbiana. Lo he sido siempre, muy a pesar de mi familia. Nunca me oculté, aunque ellos cerraron los ojos y se taparon los oídos durante muchos años. Al final, tras mucho hablar y hablar, logré que asumieran mi realidad. Quizá piensas que no tenía que darle explicaciones a nadie sobre mi orientación sexual, pero me sentí mejor conmigo misma cuando hice entender a mi madre y a mi padre que yo seguía siendo yo, no el bicho extraño que me consideraban. 

De igual modo, no solía presentar a mis parejas a la familia si no tenía bien claro que íbamos en serio. Con ella me quería casar. Era la mujer de mi vida. O eso creía. Fue a ella a quien cogí de la mano y dije: “Papá, mamá, os presento a mi novia”. Lo pronuncié con orgullo, convencida de que sería la última vez que me tocaría pasar por ese trance. 

Una relación sólida de cuatro años 

Fue así durante cuatro años. Disfrutamos de la vida lo más grande. Hemos conquistado todos los continentes, viajado a decenas de países. Nos hemos acostado en los mejores hoteles de Europa. Por su último cumpleaños, le compré un puto coche. Soy empresaria y reconozco que me va muy bien en términos económicos. ¿Por qué no regalarle un coche? Gilipollas.

Vivo en Andorra, quizá con esta pista te haces una mejor idea. Y no en un piso, precisamente. Ella se vino a vivir conmigo -al poco de conocernos- para recortar los kilómetros que distancian El Principado de Barcelona. Pagué 18.000 euros que me pedía el gobierno andorrano para permitirle la entrada; los pagué con gusto, lo prometo. Gilipollas. 

La descubrí en Tinder

Un colega de mi empresa me contó que, buscando carnaza en Tinder, encontró a mi novia. Me sacó captura de pantalla y me quedé sorprendida, no solo porque tuviese perfil en la red social del folleteo por excelencia, sino porque además su mensaje se dirigía a un público hetero. Fallo mío (o no) callarme, no decirle nada y estudiarla, analizar sus idas y venidas. No sé si estaba sugestionada o qué, pero empecé a notar que tardaba más de lo normal en regresar del gimnasio (que yo misma le estaba pagando). 

No pude aguantar más y le espié el teléfono móvil donde tenía mil mensajes subidos de tono con hombres. Ya no solo era Tinder, eran MD de Instagram e incluso con un chaval por WhatsApp. 

Huyó de un día para otro

Me mantuve en silencio unos días más, pensando en cómo afrontar la situación. Intenté calmarme, organizar las ideas, las pruebas… Estábamos en torno a las fechas navideñas y ella ya me había advertido que se marcharía a Barcelona a pasar unos días en familia. En plan “despedida”, organicé una cena en la que pensaba soltar toda la mierda. No me dio tiempo. Se marchó antes. 

Se supone que se iba un jueves y el miércoles ya había recogido sus cosas. Llamé a su familia en Barcelona, ya que ella no me cogía el teléfono. Os juro que me preocupé más por su integridad física que por la huida en sí. Contagié mi inquietud a una familia que no la esperaba todavía hasta el jueves que ella misma había anunciado. Cuando por fin su hermana la localizó, le confesó que se había escapado con un chico venezolano que había conocido por Internet. 

Confesó su heterosexualidad y su interés hacia mí 

Mi cuñada me llamó para contarme que ella estaba bien. Al saber que había aparecido, quise saber dónde y con quién; me lo contó. Mi cuñada me invitó a bajar a Barcelona, creyendo que así podríamos aclarar las cosas. Tardé en organizar el viaje unas 24 horas, pero logré presentarme en su casa. 

Allí me la encontré rodeada de un muro de familiares. También estaba el chico venezolano. Ella no quiso dar la cara; en cambio, sí lo hizo mi suegra. Me llevó a la cocina y me contó que su hija estaba confundida. No había terminado de defenderla cuando entró mi cuñada y le exigió contar la verdad. Entre ambas reafirmaron mis sospechas: “Mira, mi hermana se hizo lesbiana por tu pasta. Ahora se ha enamorado y no le compensa. Fin de la historia. Cierra la puerta al salir”. Así de duro. 

En mi mente lie un pollo brutal; en la realidad, tragué varios nudos y decidí marcharme con el corazón roto. Eso sí, ahora la situación la llevan mis abogados.

 

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