Va a hacer seis años que murió mi padre. No fue de repente, sino tras una enfermedad larga y dolorosa tanto para él como para mi madre, mis hermanas, mi hermano y yo, que nos volcamos en cuidarle hasta el fin de sus días, pero también en darnos entre nosotros el apoyo que tanto necesitábamos. Cuando mi padre se fue dejó a sus hijas y a su hijo huérfanos, sí, pero también dejó a mi madre sin el que había sido su compañero de vida durante casi cuarenta años. También es cierto que dejó cierto alivio, alivio porque por fin dejaba de sufrir; alivio porque dejamos de esperar lo que sabíamos que era inevitable. 

No hay día que no le tengamos presente en nuestras vidas de una manera o de otra: recordamos sus bromas, su maña para hacer los mejores aviones de papel, su forma de vacilar a todo el mundo manteniendo el semblante completamente serio; le recordamos cuando salta alguna canción de los Bee gees o de Lionel Richie, o cuando aparece alguno de sus libros en casa de cualquiera de nosotros. Creo que lo peor del duelo no pasó cuando mi padre falleció, sino cuando nos dijeron que ya no había nada que pudiera hacerse salvo tratar de aliviar su dolor; nos costó mucho hacernos a la idea de que tenía el tiempo contado, de que cada momento a su lado podía ser el último, de que le quedaban muchísimas cosas por hacer y muchos momentos por compartir con nosotros. Sin embargo nos mantuvimos fuertes por él, no nos permitimos derrumbarnos hasta que no se hubo ido; no queríamos que su último recuerdo fuera el de su familia hundida por su pérdida. Por eso, cuando al fin falleció, le lloramos durante meses, dejando fluir todo el dolor y la pena que se habían ido acumulando en todos nosotros.

 

Fue pasando el tiempo y aprendimos a recordarle desde la alegría de haberle tenido en nuestra vida en lugar de hacerlo desde la sensación de pérdida. Mi hermano y yo ya nos habíamos independizado cuando esto ocurrió, y con el paso de los años mi otra hermana también se ha ido, quedando con mi madre sólo la pequeña, Cristina. Seguimos viviendo todos en la misma ciudad y rara es la semana que no nos juntamos todos para comer en casa de mi madre, para ir al campo o para tomar algo, ya que siempre hemos disfrutado de pasar tiempo juntos. Sin embargo, mi madre parecía conservar la tristeza provocada por la muerte de mi padre: supongo que parte del proyecto de vida que tenían juntos era vernos volar, hacer nuestras vidas a pesar de que nos mantuviéramos unidos. 

Y ahora tenía que enfrentarse a esto sola.

 

Un día que había ido con ella a unos recados nos encontramos con una de sus amigas de toda la vida, y ahí fue cuando empezó a obrarse el milagro: le dijo que llevaba tiempo con la idea de volver a juntarse las amigas de siempre, pero que al final nunca encontraba el momento de llamar o escribir a todas. Les propuse hacer un grupo de whatsapp y les ayudé a configurarlo y a meter los contactos del resto de sus amigas, y ese mismo fin de semana se fueron de cena y de copas. Desde entonces instauraron la costumbre de salir al menos una vez al mes, de quedar por las tardes para dar un paseo, de ir juntas en verano a la piscina…y poco a poco fueron uniéndose más amigas y amigos, algunos solteros, otros viudos o separados y unos cuantos matrimonios bien avenidos. Esto fue como un bálsamo para ella, vimos cómo iba recuperando la alegría y la ilusión al no depender ya enteramente de nosotros para salir y socializar y al no pasar tanto tiempo en casa hundida en pensamientos tristes. 

Pues bien, resulta que hace no mucho empezó a salir con el grupo que han formado un viejo conocido de mi madre, un hombre con el que medio tuvo algo en su juventud y que, tras haberse casado con otra mujer y haber formado una familia, se divorció hace algunos años. Sabemos que mi madre y él siempre han mantenido una relación cordial igual que la que mantiene con tantas otras personas de sus años mozos; sin embargo, mi hermana Cristina me ha contado que últimamente parece hablar más de él que del resto de sus amistades y que, aunque trata de disimularlo, se le pone una sonrisita tonta cuando le menciona o cuando le llega un mensaje suyo al teléfono, y si bien aún no hemos querido comentar nada con mis hermanos, estamos bastante seguras de que han empezado a salir juntos, de lo cual ambas nos alegramos un montón en caso de que sea así.

Ambas somos conscientes de que si se ha echado un nuevo novio va a tardar en contárnoslo, en parte porque conociéndola querrá esperar a que sea algo seguro y en parte también porque teme hacernos daño: al fin y al cabo, mi madre viene de una época en la que aún se guardaba el luto al marido fallecido de por vida, y a nosotras nos encantaría poder pillarla por banda y decirle que está bien, que tiene derecho a rehacer su vida, que nuestro padre siempre será nuestro padre y que su felicidad nos hace inmensamente felices a nosotras; sin embargo sabemos que lo mejor es respetar su espacio y darle tiempo para contarnos lo que nos tenga que contar. 

 

En cualquier caso, verla avanzar y sanar nos está ayudando a avanzar y sanar a nosotras, a darnos cuenta de la mujer fuerte e independiente que es nuestra madre y también, por qué no, a recordar a nuestro padre desde el amor de una familia unida.

 

Relato escrito por Con1Eme basado en una historia real