Mi primer amor llegó en la treintena

 

Como lo leéis. Sí, no descubrí lo que era amar y ser amada hasta que tenía más de 30 años. Siempre fui una chica romántica: mi máximo crush era Mr. Darcy y siempre pensé que acabaría llegando un tierno galán para hacerme princesa Disney. Pero no, queridas, las cosas no funcionan así, y ni mucho menos fue de este modo en mi caso. 

Tuve mis relaciones, algunas peor que otras (vale, vale, de acuerdo, todas malísimas) pero las películas de amor seguían haciéndome llorar. Lloré por Edward Cullen cuando es una red flag con patas, lloraba cuando leía novelas de amor, se me encogía el corazón hasta viendo Aladdín y su tierno final, aunque el condenado era un mentiroso. Pero no lloraba por romanticismo extremo (que también), derramaba lágrimas porque pensaba que eso nunca me iba a pasar a mí. Me preguntaba si es que no me lo merecía, si no me merecía el amor.

Por fortuna, con la edad aprendí a ser resolutiva. Pasé de ser una chica tímida que esperaba a su príncipe azul a una mujer que iba a por lo que quería, y lo que no me convenía, fuera de mi vida automáticamente. Creo que eso fue clave para mi historia. 

El caso es que cuando me quité de encima los prejuicios de las apps, decidí instalar una por probar. «Siempre puedo desinstalarla», pensé. El inicio fue desastroso: montones de solicitudes de babosos, mensajes que no quiero ni recordar, y tantas menciones al sexo de buenas a primeras que estuve a punto de borrarlo todo. Pero, ah, ahí estaba él.

Una solicitud de un chico guapísimo que vivía cerca de mí. El corazón comenzó a latirme a toda velocidad con solo su foto, no me lo podía creer. No sabía si me había vuelto una superficial o realmente el chico me gustaba muchísimo… fue lo segundo, chicas. Cuando nos miramos a los ojos el día de nuestra primera cita, os juro que se paró el tiempo. Ni me lo invento ni lo he sacado de una película, de verdad, todo a nuestro alrededor se ralentizó mientras yo miraba sus ojos de otoño, los más preciosos que he visto nunca.

A los dos meses yo ya estaba viviendo en su piso, a los ocho nos mudamos a nuestro hogar, y a principios del año que viene nos casamos. ¿Precipitado? En una mirada externa puede, pero puedo aseguraros de que jamás me he sentido así. Y ahora, ahora que sé lo que es amar y ser amada, que te quieran bien y bonito, puedo decir bien alto que él no llegó tarde. Justo a tiempo, como los buenos magos, justo cuando ambos estábamos preparados para recibirnos.

 

Ega